_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ir al cine en Teherán

Emilio Menéndez del Valle

Hace ahora un año, Irán vivió un experimento político fascinante. Dos líderes teóricamente pertenecientes a la misma familia ideológica compitieron, en un país sin partidos políticos, por la presidencia de la República Islámica. De un lado Mohamed Jatamí, durante una década ministro de Cultura del régimen y luego orillado a causa de sus veleidades aperturistas. De otro, Alí Akbar Nateq Nuri, candidato oficial y conservador de ese régimen y presidente del Parlamento. En las elecciones de mayo de 1997, Nuri prometió levantar la economía, alejar a los ciudadanos de los males y tentaciones del moderno Satán, es decir, Estados Unidos, aplicar a rajatabla la ya muy estricta ley islámica o sharía e impulsar el riguroso cumplimiento de los códigos del vestuario femenino, esto es, cuanto menos mujer a la vista, mejor. Jatamí -que situó los derechos de la mujer en lugar preminente de su programa- ofrecía mayor empleo y libertad personal. Naturalmente el voto femenino contribuyó señaladamente a la victoria de Jatamí. Ésta -que en las universidades norteamericanas quedó bautizada como «la madre de todas las sorpresas»- fue posible gracias a una abrumadora participación popular (94% del censo). Sin embargo, la sorpresa se desvance si se tienen en cuenta estos factores: 1. Aunque no existan partidos al modo occidental, en Irán los comicios y el debate político son relativamente libres, algo que no es moneda común en los países islámicos. 2. La edad electoral se adquiere a los 15 años. 3. Casi toda la población es joven: el 65% tiene menos de 25 años y el 54% menos de 18, lo que implica que más de la mitad de los 70 millones de habitantes no han conocido otra realidad política que la de la República Islámica.Añádase a ello que la mayoría de los ciudadanos parece estar harta de una moral oficial austera hasta el ridículo. De la interferencia clerical en la vida cotidiana, en definitiva de tener un mulah hasta en la sopa. Dadas las circunstancias -incluida la de que no todo el mundo tiene sopa todos los días- no es, pues, sorprendente que Jatamí obtuviera 20 de los 30 millones de votos emitidos. Claro que tampoco constituye sorpresa alguna que el establecimiento ultraconservador, que dispone de los 10 millones restantes, esté desde entonces torpedeando la liberalización interna y externa propiciada por Jatamí. Y hay que tener presente que en el peculiar sistema iraní éste cuenta con menos recursos constitucionales que el líder supremo, el ayatolá Jamenei, sucesor de Jomeini y que hasta ahora ha apoyado a los conservadores.

El presidente lo tiene difícil, y en el año transcurrido desde su elección los duros han hecho todo lo posible por dañarlo. Desde mantener en reclusión domiciliaria al prestigioso ayatolá Montazeri por criticar el excesivo poder del líder supremo Jamenei hasta encarcelar al alcalde de Teherán (popular por resolver los problemas cotidianos) y aliado de Jatamí, Gholamhusein Karbachí, liberado hace dos semanas tras una contundente reacción de los moderados. Jatamí -que ha hablado de la «magnífica civilización de Occidente» y elogiado al «gran pueblo norteamericano»- quiere abrirse al mundo. Mientras que Washington vacila aún sobre las intenciones reformistas del presidente, al núcleo duro de los ayatolás, que es mayoritario, no le cabe la menor duda e intenta destruirlo mediante las fórmulas más diversas. Tal vez los norteamericanos estiman que los conservadores puedan imponerse por la fuerza, que la tienen. Por otro lado, es posible que en Teherán están viviendo una primavera de Praga a excesiva velocidad y en una sola dirección. Gracias a la revolución cultural de Jatamí los iraníes han podido ver en la televisión o en los cines producciones norteamericanas, lo que no sucedía desde antes de «la otra revolución», la que derribó al sha en 1979. Pero se trata, sobre todo, de películas del tipo Kung Fu o Robocop. Si la gente está hastiada de sangre, no parece que la mejor manera de instaurar la reconciliación sociopolítica sea promoviendo la violencia sin sentido de tales producciones. La «magnífica civilización occidental» va más allá de Hollywood y la reforma del sistema que Jatamí pretende es digna de mejor causa.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_