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FERIA DE ABRIL

Y Guardiola también

, Llegaron los Guardiolas y pudo apreciarse que también padecían borreguez.Y no es que trataran de cualquier manera a los Guardiolas. Pedía la gente que en la prueba de los caballos los pusieran lejos, para que se apreciara su bravura. Y lo hacían así los bregantes. Y el toro acudía al caballo sin mucha convicción. Luego, al sentir el castigo, calamocheaban y se iban sueltos.

Algunos a donde se iban sueltos era a la querencia de chiqueros, si salían de allí había de ser a fuerza de capotazos y lo hacían de mala gana. En el segundo tercio, salvo el toro que abrió plaza -que galopó codicioso-, se dejaban banderillear cual si fueran sacos y no se avivaban ni nada. En los turnos de muleta se complacían en manifestar su temperamento ovejuno.

Guardiola / Pareja, Bejarano, Mariscal

Toros de María Luisa Domínguez Pérez de Vargas (Guardiola), bien presentados, flojos, mansos, poca casta, salvo 5º, noble. 4º se tumbó y fue apuntillado.Pareja Obregón: estocada pescuecera escandalosamente baja (silencio); 4º, que se tumbó en la faena de muleta, apuntillado (silencio). Vicente Bejarano: pinchazo, estocada corta tendida descaradamente baja, bajonazo descarado y descabello (silencio); estocada trasera ladeada (petición minoritaria y vuelta). Luis Mariscal: cuatro pinchazos - aviso -, pinchazo y descabello (ovación y salida al tercio); tres pinchazos y estocada (palmas). Plaza de la Maestranza, 4 de mayo (tarde). 18ª y última corrida de feria. Poco más de media entrada.

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Hubo sus salvedades: el quinto resultó ser un encastado ejemplar. Hubo sus incidentes: el segundo se cebó con el caballo, que había caído, y le pegó un cornadón en el cuello. Hubo sus anécdotas: Luis Mariscal le pegó un monterazo al picador.

La casta del quinto propició una valentona faena de muleta de Vicente Bejarano. Le había sido imposible sacar partido de la mansedumbre total del segundo, que se desentendía de los engaños y escapaba en demanda de las tablas. En cambio el quinto embestía según deben hacerlo los toros bravos y Vicente Bejarano echó el resto en un muleteo no exactamente templado ni ligado pero sí corajudo y tesonero. Un parón del toro le valió una voltereta tras la que se levantó sereno y, sin mirarse siquiera, continuó arrimándose. El público le ovacionó con fuerza y una parte de la plaza, no la mayor -la menor- pidió la oreja, que no fue concedida.

El tercer Guardiola resultó de un conformismo absoluto y una pastueñez infinita. Debió de apreciarlo así Luis Mariscal y cuando el picador metía la vara se puso a gritarle que no lo hiciera, temiendo que acabaran en el puyazo las pocas fuerzas del tronado animal. Las voces podían oírse en Triana. El picador no cejaba, la verdad es que tampoco apretaba, el hombre; pero Mariscal lo debió considerar intolerable desobediencia y entonces fue, se quitó la montera y la tiró con furia a la cabeza del picador. Si llega a tener una piedra le abolla el castoreño.

Lo realmente intolerable era esa bronca, los malos modos, la falta de respeto al público en una plaza tan emblemática como la Maestranza. Debió arrepentirse y lo arregló brindándole el toro al picador. Primero acudió a buscarlo al patio de cuadrillas, para lo cual se metió dentro. Salieron juntos, se dieron un abrazo fraternal y la cuestión quedó zanjada. ¡Al toro!

Al toro..., que era una mona. Mariscal le dio un cambio por la espalda, estatuarios impecables, tandas de redondos asombrosamente suaves y lentos. A lo mejor la lentitud y la suavidad las ponía el toro. Convengamos en que serían los dos. El toro parecía el carretón. No el carretón empujado por un ágil profesional sino por un fumador empedernido víctima de las toses, los ahogos y las fatigas locomotoras. Bajó el tono de los naturales y volvió a subir cuando Mariscal reemprendió los derechazos, que alternaba con cambios de mano y trincherillas de cadencioso trazo. Finalmente, desde la quietud y la verticalidad absolutas, cuajó un circular que si lo tira a compás no le sale tan perfecto. No cortó la oreja porque mató fatal, incluso le enviaron un aviso.

Lo de matar no debe de encontrarse entre las mejores habilidades de Luis Mariscal, que repitió los pinchazos en el sexto. Y lo de sentir el toreo, según. Con el sexto, al que recibió a porta gayola con más valor que lucimiento, no sintió el toreo. Al sexto, que era otro borrego, lo toreó envarado, sin templanza ni armonía, y se llevó un revolcón sin consecuencias.

Quizá muchos no lo entiendan mas sentir el toreo es un don. Pareja Obregón adoptaba las actitudes y ponía las estampas propias de los toreros artistas, y no transmitía que estuviera sintiendo el toreo. Sus intervenciones de capa y de muleta carecían del ajuste y del gusto propios del toreo bueno.

El cuarto lo brindó al paradigma del toreo hecho sentimiento, que es Curro Romero. El público descubrió entonces al artista, a quien acompañaban, a derecha su esposa, a izquierda el futbolista Finidi. La sorpresa dio paso al alborozo: nada menos que el faraón y un jugador der Beti , presentes en carne mortal. Sólo faltaba allí La Macarena.

Bajo esos emocionantes auspicios se puso a pegar pases Pareja Obregón y le salían sin ángel. Y en éstas que se tumbó el toro. Y no había manera de levantarlo. Y lo liquidó el puntillero. Lo que faltaba por ver: los Guardiola, igual de inválidos y de aborregados que todos. Dicen que los toros se caen por falta de casta. ¿O sea que los Guardiola no tienen casta? Pues apaga y vámonos.

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