La magia de la escultura de Salzillo en 40 obras
Hasta el 29 de marzo, se podrá visitar, en la Fundación Central Hispano de Madrid (Marqués de Villamagna, 3), la exposición Francisco Salzillo. Imágenes de culto, en la que se reúnen más de 40 obras religiosas del célebre imaginero murciano, probablemente la figura más representativa de la plástica rococó española. Francisco Salzillo (Murcia, 1707-1783), hijo del también escultor, oriundo de Nápoles, Nicolás Salzillo (Capua, 1672-Murcia, 1727), supo fundir dos tradiciones, pero, sobre todo, reducir el dramático expresionismo español sin detrimento de mantener e, incluso, elevar el virtuosismo de una técnica tradicional.La importancia de esta convocatoria no se basa sólo en la acreditada e históricamente reconocida calidad de Francisco Salzillo y en el considerable acopio de imágenes de culto ahora en exhibición, sino también en la posibilidad de poder contemplarlas como no le es dado hacerlo normalmente al público. No hay, que olvidar que la ubicación de estas obras religiosas es la que corresponde: en retablos, capillas y altares de iglesias, donde están demasiado elevadas, umbrías y sin permitir la deambulación en torno suyo, algo que dificulta la percepción de detalles y matices, lo cual afecta también de otra manera a las de los pasos procesionales.
Obra de madurez
En el caso de Salzillo este problema se agrava, pues se trata, sobre todo, en la obra de madurez, de un artista primoroso, de delicada sensibilidad y no poca enjundia psicológica. Cultivó el repertorio tipológico tradicional, como el de las esculturas de madera policromada y las "imágenes de vestir". En realidad, su producción fue inmensa y muy variada, si bien con un acento marcadamente religioso, lo propio de la escultura española de entonces y de su inclinación personal, ya que llegó a ser novicio de los dominicos hasta la muerte de su padre, en 1727.En esta muestra hay, en fin, obras representativas de todos los momentos significativos de la trayectoria de Salzillo, lo que permite comprender bien su evolución hasta llegar, a partir aproximadamente de los años 1750, al esplendor.
