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Reportaje:VA DE RETRO

De Iodos, retretes y otras luchas

El chabolismo y las malas condiciones de vida dieron origen hace 30 años al movimiento vecinal madrileño

A mediados de los setenta, un párroco de Palomeras Altas, Carlos Jiménez de Parga, era detenido junto a uno de sus vecinos por permitir la celebración de una asamblea en su iglesia de Santa Irene. Para pisar de nuevo la calle, el juez les exigía una fianza de un millón de pesetas. Era una cifra pavorosa en aquellos años, y mucho más para alguien con escasos recursos económicos. Sin embargo, sus convecinos tardaron escasamente dos días en reunir la suma. Ellos mismos, sorprendidos de su propia celeridad, se quedaron de piedra cuando fueron a liberar al cura con el fruto de su colecta. Un catalán se les había anticipado. Era Jordi Pujol, hoy presidente de la Generalitat de Cataluña.La anécdota la cuenta José Molina, vicepresidente de la Federación Regional de Asociaciones de Vecinos de Madrid (FRAVM), ligado al movimiento asociativo desde sus más titubeantes comienzos. Quiere desvincular así la acción vecinal de cualquier sigla política. "Las asociaciones eran uno de los pocos resquicios que el franquismo dejaba a la participación. Allí estaban políticos incipientes, sindicalistas, gente de iglesia, pero sobre todo gente que no era de nada. Un informe confidencial que había encargado Manuel Fraga, ministro de Información, para conocer a fondo el fenómeno concluía que éste era el resultado de las condiciones de vida de los barrios". Reconoce queen su seno se han curtido muchos políticos de la democracia, desde Martín Palacín o Francisca Sauquillo hasta concejales de la corporación madrileña, como Félix López Rey o Julián Rebollo, pero se niega a cobijar a las asociaciones bajo ninguna bandera partidista.

Hace 30 años, en 1968, con la creación de la asociación de vecinos de Palomeras Bajas, arranca el movimiento asociativo tal y como hoy se entiende. En el buceo que ha hecho Molina por la historia de la acción vecinal en España, los primeros antecedentes los sitúa en 1877, año en el que se promulga ya una ley de asociaciones. "A finales del XIX existía una federación que agrupaba a colectivos de Madrid, Euskadi, Asturias, Barcelona y Andalucía, e incluso editaba una revista, Vecinos". Bajo esa ley del siglo anterior se amparó en 1960 la asociación de vecinos de Moratalaz, un primer embrión del movimiento asociativo, creada por los propietarios de las casas recién construidas en lo que hasta entonces era "un patatal". "Fue un medio de defenderse de la constructora e intentar sacarle cosas al Ayuntamiento".

En ese mismo año se promulga la Ley de Asociaciones del Movimiento, que permite el nacimiento de agrupaciones de cabezas de familia, amas de casa, padres de alumnos. Eran, según Molina, un tanto descafeinadas "porque entonces la posibilidad de reivindicar era nula". Cuatro años más tarde se dicta una nueva ley, obra de Fraga. Las inquietudes vecinales tienen ya un paraguas legal. Además del amparo jurídico, el cambio lento pero inexorable del panorama político y social permitió que se larvara la movilización vecinal. Las olas migratorias de los cincuenta y sesenta trajeron a la capital un cinturón de infraviviendas sin dotaciones ni servicios básicos. En pleno desarrollismo, los gestores franquistas olfatearon el valor de esos terrenos y empezaron a redactar planes parciales para liberar los suelos, venderlos a los grandes constructores y expulsar a la población. "En la memoria del plan de San Diego", cuenta Molina, "se decía que había que echarlos, y esto es textual, porque era una población extraña y difícil de erradicar".

Fue uno de los detortantes de la rebelión vecinal. "Esos inmigrantes, trabajadores de la construcción y de la industria, que llevaban ocho o diez años viviendo en condiciones muy duras, se veían ahora expulsados de sus chabolas sin derecho a nada, cuando habían sido precisamente ellos los que habían construido medio Madrid". La chispa saltó en Vallecas, donde coincidieron una joven abogada llamada Francisca Sauquillo y varios arquitectos, gente de la ORT, entre ellos el mismo Molina, y juntos fraguaron la asociación de Palomeras Bajas. "Fue un fenómeno simultáneo en toda España. Surgieron asociaciones en pueblos de Euskadi, como Sestao o Erandio, en Valencia para defender El Saler, en Barcelona". En Madrid, en los dos años siguientes, se constituyeron una veintena más, siempre en zonas periféricas, y en algunos municipios, como Alcalá, Leganés o Getafe.

La infraestructura la proporcionó la Iglesia de base. El padre Llanos personificó la imagen del cura comprometido, pero nombres como Carlos Jiménez de Parga, en Palomeras Altas; Gabriel Rosón, en Palomeras Bajas, o Mariano Gamo, en Moratalaz, han escrito desde el anonimato buena parte de la historia del movimiento vecinal. "La mayoría de las asambleas se celebraban en las parroquias, gracias al conchabeo que teníamos con los curas del barrio", reconoce Molina, "había un sector de la Iglesia muy implicado con temas sociales". Con el tiempo, algunos se han secularizado; otros siguen en el púlpito.

Su lucha empezó a dar frutos. En 1973, una sentencia del Supremo dio la razón a Orcasitas al reconocer que la memoria del plan de remodelación en la que se recogía el derecho de los vecinos a ser realojados en el barrio era vinculante y por tanto no podían ser expulsados. "Orcasitas dedicó una plaza, llamada de la Memoria Vinculante, a este hito de su pequeña historia, el resto de los distritos debieran haberle hecho un monumento", dice Molina.

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En 1975 se crea la federación regional, pero han de pasar tres años para que se legalice. Es una década de conflictos y manifestaciones, en las que las protestas por la carestía de la vida, los abusos en el pan o el transporte público se mezclan con reivindicaciones de libertad de expresión.En Madrid, el alcalde Arespacochaga sale de su despacho y pisa el lodo de la periferia. El resultado es un plan de urgencia de acondicionamiento de barriadas. Con la llegada de la democracia, además de en la calle, la voz vecinal se oirá, por primera vez en los plenos de la Casa de la Villa. Libres los zapatos de barro, con duchas, retretes y agua corriente, las inquietudes han cambiado, pero el movimiento sigue,s egún sus responsables, más vivo que nunca. En Madrid,150.000 vecinos se agrupan en 207 asociaciones de las más de 3.000 que hay en el país. Simplemente, desde mediados de 1997 hasta ahora se han sumado a la FRAVM más de una decena de nuevas entidades. "Lo que han cambiado son las reivindicaciones", dice Molina. El fomento de las cooperativas de vivienda (30 en la actualidad), la educación de adultos, los talleres, copan gran parte de su actividad. "Pero seguimos defendiendo nuestro derecho a hacer política, a tener unos 'barrios más dignos, a fomentar las ideas de progresismo y solidaridad entre los vecinos, en definitiva, a tomar la calle".

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