Tribuna:

Administrar el tiempo

Las encuestas de opinión repiten una y otra vez, hasta convencer al más escéptico, que el político mejor valorado es el ministro del Interior. La más obvia razón de tan alta estima es que se trata del político más sereno y discreto de una clase que no ha lucido precisamente por esos atributos sino más bien por los contrarios. Posee Mayor Oreja, en efecto, una cualidad que refuerza esta primera impresión de tranquila discreción: de todos los políticos relevantes del Gobierno, es el que con más contundencia ha declinado participar en el juego suicida de la deslegitimación del adversario, cualqui...

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Las encuestas de opinión repiten una y otra vez, hasta convencer al más escéptico, que el político mejor valorado es el ministro del Interior. La más obvia razón de tan alta estima es que se trata del político más sereno y discreto de una clase que no ha lucido precisamente por esos atributos sino más bien por los contrarios. Posee Mayor Oreja, en efecto, una cualidad que refuerza esta primera impresión de tranquila discreción: de todos los políticos relevantes del Gobierno, es el que con más contundencia ha declinado participar en el juego suicida de la deslegitimación del adversario, cualquiera que fuese. Por más que se le haya incitado a entrar al trapo de los destrozos causados por los socialistas en el Ministerio del Interior, siempre se ha negado a hurgar en la herida, como tampoco se ha dejado llevar nunca a las polémicas sin horizonte con los nacionalistas vascos, que le han tenido en múltiples ocasiones como blanco de sus desconsiderados ataques.Pero no debe de ser únicamente esa capacidad para mirar hacia atrás y a los lados sin ira lo que le ha llevado a la cima de la valoración ciudadana; algo contará también el hecho de que, por mirar hacia delante sin perder los nervios, haya sido capaz de mantener constante una política de firmeza frente a los portavoces de ETA. En el sangriento conflicto de Euskadi, que tanta palabra política ha devaluado, y en un tiempo en el que, llevados por la emoción de un crimen, se dice hoy una cosa para hacer mañana, guiados por cálculos miserables, la contraria, es una sorpresa encontrar a alguien que dice lo que piensa y hace lo que dice. Los vaivenes de los responsables políticos en su actitud frente a ETA contrastan llamativamente con la consistencia y la serenidad que emanan de las palabras y la política seguida desde el mismo día de su toma de posesión por el ministro del Interior. No hay atajos para acabar con el terrorismo, dijo entonces, y a esas palabras ha atenido su conducta.

Esa actitud anunciaba un estilo para enfrentarse al terrorismo que podría ilustrarse con una de sus más recientes declaraciones: hay que saber administrar el tiempo. Mayor Oreja ha sabido administrar el tiempo pasado, sin lanzar ofensivas para echar de la historia a quienes le precedieron al frente de su ministerio; pero ha sabido sobre todo administrar el tiempo presente y el futuro, el de la lenta y costosa afirmación del Estado de derecho en Euskadi. Quizá radique ahí la clave de la estima ciudadana hacia el ministro del Interior, pues, como era lógico esperar de un país tan plural como el vasco, el tiempo jugaría a favor de una política firme contra la minoría que recurre al terror para alcanzar su utopía totalitaria. Aliada con el tiempo, la firmeza democrática siempre tiene las de ganar.

Es lo que han comprendido los enemigos de la democracia y lo que les ha llevado a subir el último escalón que quedaba hasta plantarse en el umbral, de la guerra civil. Asesinar a representantes políticos de primer nivel, asfixiar las células de las que se nutre el tejido de las democracias, significa declarar la guerra a su propio país. ¿Cuánto tiempo queda por administrar antes de que las recomendaciones de contención sean desbordadas por la ira de una gente a la que se niega el derecho de verse representados en los ayuntamientos? Tiempo para doblegar a los demócratas es lo que ETA quiere recuperar declarando esta guerra y son los demócratas los que tienen que negar ese tiempo a quienes por debajo de la máscara del nacionalismo muestran con tanto crimen su verdadera paz totalitaria. Es una lucha por la libertad lo que está en juego, no un combate por la patria. Ciertamente, los nacionalistas moderados nunca quisieron que esto ocurriese y por evitarlo llevaron la ambigüedad hasta el extremo. Pero esto ha ocurrido y ocurre cada día: es hora de pactar una política única -no sólo una declaración común- contra el terror y mostrar a ETA y a su entorno que su tiempo ha terminado.

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