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Terror

Rosa Montero

Me había prometido a mí misma no escribir una sola línea sobre Ella, pero me veo impelida a hacerlo por puro terror, por el pánico atroz de no entender el mundo en el que vivo. ¿Acaso soy la única persona que se siente en el interior de una pesadilla? Porque sin duda es un mal sueño esta orgía necrófila, esta escalada histérica en la que se ha embarcado medio mundo (el otro medio son los hambrientos y los desheredados, los atrapados por la violencia, los seres enfrentados a una supervivencia tan ruda y realmente épica que no pueden perder el tiempo con princesas virtuales). Ahora resulta que una pobre chica banal, una niña bien que ni siquiera fue capaz de acabar la finishing school (escuela para puas en donde aprenden urbanidad y cosas así); que se pirraba por las joyas y los vestidos carísimos, hasta el punto de tener unos gastos personales exorbitantes; que fue dando tumbos de amante en amante, a cual más tontorrón; que utilizó a mansalva a los paparazzi para sacarle la pasta a su ex marido; que hizo de su vida, en fin, un disparate, se ha convertido de repente en el no va más de la espiritualidad. Los artistas pop se desmelenan en su funeral, los periódicos serios sólo hablan de ella y destierran la realidad a la estratosfera (la noticia de la muerte de Diana desalojó literalmente la última matanza de Argelia de los diarios), y un sinfín de intelectuales le dedican alucinantes loas y la entronizan como heroína rebelde: cuando en realidad parecería que esta pobre chica fue de lo más convencional, la típica señora enjoyada que visita pobres, como diría mi amiga Silvia Martín. Inventada por los medios y jaleada por esos paparazzi a los que ahora los asiduos a la prensa del corazón pretenden linchar, Diana, tan real como un dinosaurio de Jurassic Park, es el aterrador triunfo de la mentira virtual y la apariencia.

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