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El 'zulo' de Ortega Lara

El agujero donde permaneció el funcionario de prisiones es muestra de una refinada ingeniería del dolor

Pedro Gorospe

Un cubil oscuro y siniestro. Con las paredes forradas en madera abombadas por el agua. Ese es el aspecto de lo que ETA llamaba cárcel del pueblo. Lo único que ha visto durante su cautiverio el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara desde que fue secuestrado el 17 de enero de 1996. Pero el pueblo jamás llamaría a eso cárcel. Y eso a pesar de que las principales huellas de la tortura y del sufrimiento abandonaron el agujero el pasado lunes, cuando el funcionario de prisiones recobró la libertad. En la pared, el prisionero dejó escrito: "Ortega Lara estuvo aquí". El zulo, convertido ayer en un museo de los horrores, destilaba humedad y mugre. Los ingenieros del dolor que diseñaron esta antesala de la locura pusieron además una gota añadida de crueldad a su construcción subterránea: un cartel de varios surfistas que el agua y los hongos, que atravesaron la madera durante los 532 días del secuestro, habían corroído hasta casi borrarlos. Al lado, otra fotografía de la playa donostiarra de La Concha cubierta de nieve. La mazmorra es çtan estrecha que un hombre de envergadura normal puede abarcar con los brazos toda su anchura. Tres metros de largo es el espacio que Ortega Lara podía recorrer con la cabeza casi rozando el techo a dos aguas,como el de una perrera.Nadie trata así ni si quiera a los perros.

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Es díficil describir ambiente cargado de suciedad, los olores de 17 meses de tortura, las paredes llenas de mugre y flora producto de la humedad. Y es imposible imaginar una persona dentro, 532 días después, justo unos minutos antes de que los investigadores de la Guardia Civil le rescataran.

Ayer todavía quedaban en el zulo una tumbona vieja e incómoda casi a ras de suelo, y dos platos de duralex con un cubierto sobre una sucia bandeja de acero inoxidable, manchada tal vez por los restos de la última comida recalentada que recibió el prisionero de manos de sus torturadores. En la pared, el halógeno que marcaba las horas del día para el cautivo.La noche se hacía con sólo correr una cortinilla negra sobre el foco.

A la derecha de la. puerta, una mesa pequeña y la trampilla a través de la cual Ortega Lara recibía la comida, verduras y fruta que él pidió después de varios meses de cautiverio. Un régimen que le hizo adelgazar' 23 kilos y que le provocó diarreas crónicas que minaron aún más su cuerpo entumecido. El funcionario dejó de hablar con los secuestradores al cumplirse el séptimo mes de su encierro.

El agujero en el que Ortega Lara permaneció secuestrado, posiblemente el mismo en el que estuvo Julio Iglesias Zamora, fue excavado bajo la plancha de hormigón de la fábrica de la muerte de Mondragón en la que ETA construía nuevos modelos de bombas Jotake. Un siniestro departamento de investigación y desarrollo: en el que varias de las máquinas para manipular y cortar el metal habían sido transformadas en zulos móviles que el comando cargaba en un camión, utilizado para el transporte de los secuestrados o de material explosivo. En las tripas de una de esas máquinas viajó Ortega Lara desde Burgos, acurrucado y drogado entre el ruido y el movimiento de la cárcel rodante.

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El inocente aspecto de la empresa en el que trabajaban los cuatro empleado s- secuestradores hacía díficil pensar que bajo una máquina de más de 3.000 kilos se abría un agujero de muerte en el que al menos dos personas han pasado la peor experiencia de su vida. La estructura de madera que casi se convierte en su tumba fue cavada en la tierra, muy cerca del río Deba, y tiene tres pequeñas salas. El simple hecho de bajar produce vértigo. Hace frío y la humedad se mete hasta la médula.

El zulo tiene tres partes diferenciadas. La primera era la más pequeña, en la que se ubica el ascensor hidráulico que comunica la superficie con el agujero. Desde allí se accede a una segunda estancia un poco más amplia, que permite ver la estructura metálica que sopor

taba la presión de la tierra. Esa sala tenía restos de plástico blanco, el color del "ataúd" que describió Julio Iglesias Zamora. El sábado , el ingeniero que precedió a Ortega Lara como inquilino del zulo se negó a acompañar al juez Javier Gómez de Liaño para comprobarlo. Prefirió no revivir, aunque sólo fuera por unos segundos, una milésima parte del sufrimiento que sigue intentando olvidar.

En esa segunda sala estaban los temporizadores que accionaban la única luz, el sonido, y el ventilador que aumentaron la tortura de Ortega Lara, además de un minúsculo botiquín simulado,bajo el espejo de un armario de baño. Una diminuta ventana construida puerta de un pequeño frigorífico era el único punto de comunicación con el prisionero.

La nave industrial instalada en el polígono de Mondragón tiene una gran puerta de acceso y da paso a dos partes diferenciadas. En la primera los terroristas tenían la oficina comercial y una cocina desordenada y sucia. Telarañas, restos de comida en estado de descomposición, latas viejas y medio vacías y ropa colgada daban a esa estancia un aspecto abandonado. Los carceleros de Ortega Lara no destacan por su higiene: en el pequeño retrete anexo un cartel escrito en euskera recuerda la obligación de tirar de la cadena después de usarlo.

En esa misma cocina, los miembros del comando jugaban al ajedrez y tenían varios intercomunicadores de radio y una pequeña televisión. Las botellas de pacharán, ron, ginebra y vino claro debieron ayudarles a pasar los tiempos muertos que les dejaba su jornada laboral: fabricar bombas y mantener con vida a Ortega Lara. Además, escuchaban música de Rosa León y parece que también se divertían con chistes del humorista Arévalo.

La segunda parte de la nave industrial estaba separada por un tabique de madera aglomerada. Allí fueron encontrados 200 lanzagranadas, y mucho material aislante, que según fuentes policiales podría servir, o bien para ampliar el agujero en el que estuvo Ortega Lara o para construir uno nuevo.

Una puerta cerca de la cocina daba acceso al departamento en el que las máquinas empezaban a guardar una cierta lógica de trabajo. Unas máquinas similares, sujetas al suelo, pero en una nave superior, fueron las que permitieron al funcionario de prisiones tener consciencia de los fines de semana y los días laborables. Sabía cuando era martes porque sobre su cabeza funcionaba a pleno rendimiento una taladradora.

En esta segunda parte, el suelo estaba algo más limpio, aunque en las esquinas se agolpan ejemplares viejos del diario Egin y del Diario Vasco. A Ortega Lara sólo le dejaban leer Egin y El País con varios días de retraso y convenientemente censurado. Bajo una de esas grúas estaba el sistema hidráulico que daba acceso al zulo.

Un sofisticado sistema de conexiones eléctricas activaba un circuito que movía la pesada máquina y dejaba al aire un cilindro metálico y de hormigón que al ascender se convertía en una cápsula-ascensor. Al bajar al zulo, la nave industrial y la maquinaria volvía a la normalidad. Una esquizofrénica normalidad en la que los cuatro hogareños y bonachones vecinos de Mondragón se convertían cada mañana en los dueños del futuro de un hombre al que dejaban morir, poco a poco, en un agujero asfixiante.

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Sobre la firma

Pedro Gorospe
Corresponsal en el País Vasco cubre la actualidad política, social y económica. Licenciado en Ciencias de la Información por la UPV-EHU, perteneció a las redacciones de la nueva Gaceta del Norte, Deia, Gaur Express y como productor la televisión pública vasca EITB antes de llegar a EL PAÍS. Es autor del libro El inconformismo de Koldo Saratxaga.

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