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Cita con los extraterrestres

Aficionados y curiosos buscan ovnis en el parque Tierno Galván

La madrugada del domingo fue el Momento elegido. Mientras media ciudad dormía, en un punto concreto de Madrid un grupo, de personas se reunía para celebrar una particular onomástica: el 50º aniversario del supuesto accidente de un ovni en Roswell (EE.UU). El anfiteatro del parque Tierno Galván era el punto elegido, y el domingo comenzaba a consumarse. En medio de la oscuridad y del silencio, se oía un pequeño murmullo. Unas cien personas, en su mayoría jóvenes, grupos de amigos, alguna que otra pareja de novios y padres acompañando a sus hijos estaban allí con un objetivo primordial: avistar un ovni, un objeto extraño, un platillo volante... Cualquier señal valía."Noto energía, noto una presencia. Esto es atrayente y presiento que algo vamos a ver", decía Pilar. Esta vizcaína -chaleco de explorador y prismáticos en mano- desafiaba a la fría y ventosa noche con la esperanza del avistamiento. La noche iba a ser larga y las provisiones de cerveza, calimocho (vino con coca-cola) y whisky eran abundantes. Había que aguantar lo máximo posible. Mientras, Pilar y su amiga Marisa comían pistachos, dos chicos apuraban, las últimas gotas de una litrona. "No pasa nada, aún quedan unas cuantas", precisaba uno.

Con los ojos abiertos y la mirada perdida en el infinito, Marisa, tumbada en la hierba, aseguraba que la Virgen se había aparecido en El Escorial. De pronto, un grupo señaló al cielo. "Mirad, una luz. Un 747 con destino a Miami", comentaba un muchacho entre risas. Sus amigos seguían la broma, mientras una chica se mostraba convencida de que la luz de una estrella estaba cada vez más cerca. En el cielo no había ni la más mínima señal, pero las ganas y la ilusión podían al descontento.

Algo más alejados, otros dos chicos jugaban a pelota ajenos a todo el montaje del anifiteatro. Entre risas, canciones, guitarras y latas de cerveza, la noche transcurría tranquila. Pero a la una menos diez llegaron por fin los dos primeros extraterrestres. Venían cantando desde el Planetario y se plantaron en medio de los ansiosos espectadores. Ella vestía una capa espacial plateada y dos antenas en la cabeza. El alienígena -en realidad un bromista- portaba un teléfono móvil para contactar con Marte y el gran cetro de la Tierra en la mano izquierda. Dos enormes globos que simulaban el imperio marciano y el anillo de Saturno coronaban su cabeza y dos guantes de cocina de color rosa decoraban sus orejas. "Soy el gran extraterrestre y estoy aquí porque los grandes mecenas del próximo milenio vienen de Marte. Lógicamente, estoy esperando su dinero", comentaba el joven.

El frío y el viento arreciaban y mucha gente comenzaba a desfilar hacia sus casas. Otros, los menos, aguantaron. Y, que se sepa, no vieron más silueta intergaláctica en la noche madrileña que la de Torrespaña.

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