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Entrevista:

"En el sur he descubierto un material humano espléndido"

La pequeña Gladys siempre quiso ser bailarina. A los seis años, su cuerpo menudo, ligero y fibroso hizo concebir las mejores esperanzas a su profesora de danza clásica. "Eres mi alumna más distinguida, Gladys Noemí", le repetía al oído, con entusiasmo. Pero una dolorosa en fermedad crónica , la artritis reumatoide, se encargó de echar por tierra todos aquellos hermosos sueños de infancia. Gladys, que ahora suma 61 años, ha vivido desde entonces encadenada a una silla de ruedas, en permanente lucha contra la adversidad, como cuando pasó 30 meses al borde del delirio, empapada en los sudores de una fiebre de 41 grados, sin un triste antibiótico que llevarse a la boca. Sólo una fuerza interior arrebatadora ha hecho posible que esta argentina de la provincia de Chaco siga plantándole cara, con su cuerpo frágil, a las bofetadas del destino. Su madre tuvo que enseñarla a leer y escribir -la enfermedad no la dejó pisar la escuela-, pero ella se cuidó mucho de aprender a las mil maravillas. Tanto, que en su Buenos Aires del alma editó siete libros de poemas, uno de ellos distinguido con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores.Ahora acaba de redondear su trayectoria con el premio de narrativa de la Fundación Colegio del Rey, en Alcalá de Henares, con una bellísima colección de cuentos titulada Los espejos del mundo. Desde una soleada mañana de abril de 1990, Gladys Casco, su marido y sus tres hijos viven en Getafe, en una casita del Ivima. Y comoquiera que la poesía no da para comer gran cosa, no es difícil encontrarse con esta mujer apasionante en algún rincón vendiendo unos décimos de lotería.

Pregunta. ¿Cómo son las criaturas que habitan Los espejos del mundo?

Respuesta. Son personas enfrentadas a momentos cruciales de su vida: la muerte, el abandono, el amor, el desamor. En realidad, quizá lo más crucial sea estar en la vida y sentir la existencia en carne viva. Yo lo percibo así, siempre con esa sensación de vivir en el límite, de que las fuerzas me abandonarían si diera un solo paso más.

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P. ¿Qué tal le ha ido el salto del verso al cuento?

R. No ha sido complicado, pero le confesaré una cosa: la poesía me sigue pareciendo más auténtica. Es sumergirse en uno mismo y extraer lo más veraz. El relato, en cambio, apunta más a lo externo.

P. ¿Le costó aclimatarse a Getafe?

R. Llegábamos de un país en descomposición, pero nos plantamos aquí sin visa, ni residencia, ni nómina, ni aval. Afincarme en otro país era como si hubiera acontecido una catástrofe; me quedé sumida en la depresión, sin poder escribir una sola letra durante varios años. Ahora todo es diferente. Aquí, en el sur, he descubierto un material humano espléndido, gente que mira hacia adelante guiada por un admirable deseo de progresar.

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