Movilitis telefónica
El teléfono móvil es muy útil, la verdad. Pero está sometiendo a muchos ciudadanos a una tiranía crispante. Hay gente que ya no podría vivir sin él.El aparatito de marras se infiltra de forma imparable en la vía pública, en los bares, en las plazas de toros, en los estadios y hasta en los tuétanos del alma.
Es un artilugio diabólico que ya ha comenzado a provocar en algunos usuarios estados de ansiedad y desatino, como hacía antaño la voz de la conciencia.
Pero la conciencia sólo incordia de forma personalizada. El teléfono móvil, en cambio, saca de quicio a quien ni lo tiene ni lo quiere. Aunque parezca mentira, hay personas que lo llevan a misa.
De hecho, en algunas iglesias de Madrid los sacerdotes se han visto en la obligación de poner en la puerta este cartel: "Se ruega a los feligreses que desconecten el teléfono en el templo, sobre todo durante las celebraciones litúrgicas".
Avisos similares se van a implantar en otros muchos recintos, por ejemplo en los teatros. Los actores que interpretan La vida es sueño en el teatro de la Comedia están negros.
Hay días en que el pitido montaraz de un móvil suena tres o cuatro veces durante la representación, incluso en los momentos de más intensidad dramática.
El móvil ya no es sólo inoportuno; es osado, cimarrón, escandalero, ignorante y metepatas. Otro tanto se puede decir de quien lo lleve conectado a perpetuidad.
El cartel de las iglesias debería ser colgado también en los restaurantes. El móvil hace que se nos atragante la comida. Si la hostelería no toma cartas en el asunto, muchos ciudadanos dejarán de acudir a esos locales.
Y si los bares se quedan vacíos, España dejará de ser España y Madrid dejará de ser Madrid.
Un dato inquietante a tener en cuenta: lo primero que se hace para descubrir a un criminal es buscar el móvil de su crimen.