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Tribuna
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Un Gobierno mandón

Por fin, un Gobierno que gobierna, decía del primero de los suyos Felipe González. Acababa de obtener una aplastante mayoría parlamentaria y pretendía, con esa redundancia, tranquilizar al público, transmitirle la seguridad de un nuevo comienzo, de que el periodo de gobiernos débiles, sometidos a la permanente tensión de los barones del propio partido y traicionados en el Parlamento por sus mismos diputados, había terminado. El suyo, afirmaba con énfasis, era un Gobierno de los que gobiernan de verdad. Con esas ínfulas comenzaron los 14 mal contados años de Gobierno socialista.¡Cómo han cambiado los tiempos! Éste de ahora, más que gobernar, anuncia proyectos que luego retira a toda prisa de la circulación. No queda ningún ministro que no se haya tenido que tragar con gran pena y ninguna gloria los grandes planes reformistas y liberalizadores acariciados en sus primeras semanas de ejercicio. ¿Qué se hizo de la minería del carbón? ¿Dónde han ido a parar los recortes de alto personal de la Administración? De embridar a los nacionalismos y culminar el proceso de transferencias ¿qué queda? La reforma del mercado laboral, a la espera del segundo mandato; la bajada de impuestos, por las nubes; la sanidad, como siempre, sólo que con otros directores de hospitales; en educación, algo se hará para satisfacer la libre elección de alumnos por los centros. Y en Televisión, ¿quién se acuerda de la urgencia de saneamiento?

Sea porque sus coligados no se lo permiten, sea porque no quiere irritar más de la cuenta a sus electores, sea por que lo prometido en la oposición era puro disparate, lo cierto es que este Gobierno no gobierna. Enterrado el gran proyecto liberal, ha caído en la cuenta de que no consigue hundir en la miseria a la oposición, único propósito que al parecer guía sus pasos desde que se conocen los resultados de las últimas encuestas de opinión. Sin hacer nada, González sigue ocupando el primer lugar en la preferencia de los electores, lo cual constituye desde luego un caso de contumacia digno de estudio. Pero como el equipo de asesores del presidente está dirigido por un señor que dice cosas tan sutiles como que "eso no se le ocurre ni al que asó la manteca", en lugar de ofrecerle un remedio contra el pertinaz desamor del público hacia su persona le han puesto un trapo rojo delante y le han gritado: ¡sus, y a por ellos, que son nuestros!Nuestros porque, aun gobernando en minoría, nuestro es el BOE. Más débiles son los gobiernos, más gustan de recurrir al BOE. Habría que suprimirlo, a ver si nos dejaban en paz. Pero mientras no se logra esa gran reforma, el Gobierno quiere mandar y que se note, publicando cada día decretos, ordenes, circulares y demás artilugios propios de regímenes autoritarios, con el único propósito de mantener el nivel de crispación ambiental suficiente para destrozar a la oposición. Tan listos como se creen, no han caído en la cuenta de que el público, cuando se irrita, lo hace siempre contra el Gobierno, sea cual fuere, jamás a su favor; que del Gobierno lo que se espera es lo que de un buen árbitro: incordiar lo menos posible e intervenir sólo en caso de necesidad.

Gobernar es algo muy distinto. de mandar. A los políticos del PP se les hundió el mundo cuando comprobaron que ni en las más favorables circunstancias les otorgaba el público una holgada mayoría parlamentaria. Desde entonces son incapaces de sacar adelante un proyecto propio. Excepto porque de todas formas no hay más remedio que ir a Maastricht, no saben qué dirección tomar. Y en lugar de dejarse ir, mecidos en la suave brisa de la bonanza económica, se han empeñado en demostrar que están ahí y no han tenido mejor ocurrencia que revelarse como lo que son, unos mandones. Mandan, creyendo que así muestran fortaleza; no se han enterado todavía de que mandar es la prueba más palmaria de su debilidad.

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