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Reportaje:VA DE RETRO

¡Qué trabajo da el ocio!

Herrera, promotor de Expo-Ocio y Estampa, fue, junto a, Fraga, el artífice del auge turístico español

"Pregunte lo que quiera, que le hablaré sin paracaídas". Quien hace esta afirmación es alguien muy acostumbrado a lidiar con la prensa. León Herrera fue el último ministro de Información y Turismo de Franco y el primero del Rey, y durante sus dos años de mandato, de 1974 a 1976, abrió las orejas del Gobierno a la curiosidad de los periodistas. "Por primera vez", afirma, "permití que los informadores me cuestionaran libremente sobre temas ajenos a las deliberaciones del Consejo de Ministros. Admitía y contestaba a todas sus preguntas. Aquello fue casi un espectáculo. La sala de prensa se abarrotaba, y no exagero si digo que junto a los reporteros iban muchos funcionarios a ver cómo toreaba el ministro aquel bombardeo".Además de esta apertura informativa Herrera se preció de otro triunfo: haber sido ministro con cuatro jefes de Estado distintos. "Primero, Franco; luego, el Príncipe cuando ejerció la jefatura en funciones; después, el Consejo de Regencia, y finalmente el Rey". Cuatro jefes con los que asegura siempre se llevó bien.

En 1976 dejó el ruedo político y, aun que estuvo cuatro años como delegado gubernamental en Telefónica, decidió sentarse en el patio de butacas para ver cómo se escribía la historia del país como espectador de prime ra fila. "Eso nadie me lo va a impedir, por que soy un animal político, pero- nunca volveré a los escena rios", dice rotundo desde la felicidad que le proporciona la que es su ocupación desde entonces, el tiempo libre. León Herrera creó la Fundación Actilibre, que se dedica, entre otras muchas cosas, a organizar certámenes como Expo-Ocio o Estampa, que ha permitido a los aficionados husmear esta semana pasada en el mundo del grabado. "En este cuarto año, Estampa se ha situado a la cabeza de los salones del grabado del mundo", señala orgulloso, sobre todo si recuerda cómo en la primera edición hubo que abusar de los adornos florales para solapar la escasez de concurrencia.

Esta pasión por el asueto aje no es fruto de una deformación profesional. Doce años antes de sentarse en el sillón ministerial, Herrera había hecho su aterrizaje político en la Dirección Gene ral de Turismo de la mano de Manuel Fraga. A ese tándem Es paña le debe su despegue como potencia turística, la red de para dores y gran parte de la infraestructura hostelera, sobre todo en la costa. Pero él se niega a que le escatimen lo que considera el mayor logro para el país: preparar el camino para el cambio de mocrático. "El turismo en algunas zonas no sólo mejoró su economía, sino que la redimió de la miseria. Creó una gran masa de clases medias inexistente hasta entonces y gracias a esa base social fue posible la transición sin violencia".

No hay rastro de nostalgia al recordar aquella época, sólo una profunda satisfacción. En 1962, en un país sumido en la autarquía, estaba todo por hacer, y la Dirección General de Turismo era un "bombonazo" que constituyó el "solomillo" de su vida política, por seguir con su afición al símil culinario. España recibía entonces una media de dos millones de visitantes anuales. Siete años después, cuando Fraga y él abaridonaron el ministerio, la cifra superaba los 20. "Cuando me fui definitivamente, en el 76, ya habíamos alcanzado los 30. Hoy son más de 60 millones de turistas los qué nos visitan".

Lograr ese milagro requirió mucho tesón, sobre todo para ganarse a los baluartes del régimen. "Tuvimos que hacer una labor semiapostólica para convencer a los poderes públicos de que aquello era bueno para el país, que los turistas no iban a estropeamos nada ni a tergiversar nuestras buenas costumbres". Los más reticentes eran, los que él llama los viejos ministerios, como el de Gobernación, con Alonso Vega al frente.

Por el contrario, los empresarios constituyeron rápidamente su comunidad de fieles, y Herrera todavía recuerda aquellos jueves, día en el que recibía a sus administrados, en los que la iniciativa privada hacía cola ansiosa por acceder a la línea de créditos blandos para levantar muestra primera infraestructura hotelera. En total, en sus siete años como director general, sé concedieron 8.000 millones de pesetas en préstamos con la única condición de que la ubicación de las instalaciones no estuviera en zonas que ya contaban con una incipiente demanda como Baleares o parte de la Costa Brava. "Con esa cifra más la inversión privada de los empresarios se rozaron los 30.000 millones. Eso bastó para hacer el milagro"

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Un milagro que se acuno en un lema: "Spain is diflérent". "'En realidad", dice, "no lo éramos tanto, y así lo pudieron comprobar aquellos primeros turistas. Creo que, pese a lo que se ha dicho, aquello contribuyó a abrir el país y acabar con la imagen de la España de la pandereta".

Madrid, que siempre ha sido una plaza hotelera muy fuerte, según Herrera,- le debe hoteles como el Castellana Hilton, el Meliá Castilla (primero en España con 1.000 habitaciones) o el Villamagna. Lo que no logró arrancarle fue un parador, porque, según asegura, en Madrid, con los buenos establecimientos que hay, sería absurdo. Los capitalinos tienen que conformarse con el de Chinchón, porque la política de entonces aconsejo que ninguna provincia se quedara sin parador. "Cuan do llegamos había 38, al irnos había 83". Los paradores, en los que. Herrera sigue alojándose, son uno de nuestros productos más exportables. "Nos han tratado de imitar, sobre todo en .Francia, pero con muy poco éxito", asegura.

Quizá ese afán galo por la copia pro venga del viaje que realizó De Gaulle a España al poco de de jar la presidencia francesa. Durante 15 días saltó de parador en parador hasta llegar al de Santa Cata fina, en Jaén. Le impactó tanto que acabó con su curiosidad por estos alojamientos.""Se negó a dormir en otro que no fuera el de Jaén".

Cuando Herrera regresó al ministerio ya como titular de la cartera, el momento político hizo que se dedicara más a la información que al turismo, pero todavía hoy sigue midiendo su paso por la vida pública en kilómetros.Fueron más de 900.000, que le han permitido conocer el país de cabo a rabo y dejado una profunda pasión por los viajes.

El resto de su tiempo lo divide entre la familia y su preocupación por alimentar el oció, que, según explica, "está produciendo un profundo cambio de estructuras sociales que nos llevará a un tipo de sociedad muy distinto en los primeros decenios del nuevo siglo". El trabajo es un bien escaso que habrá que compartir, y habrá que aprender a llenar el tiempo libre. "Ese concepto de matar el tiempo' tendría que ser delito. No hay derecho a matarlo, hay que vivificarlo".

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