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Abarca de Campos, modelo de cultura

La aldea palentina, con sólo 20 vecinos, sin colegio ni bar,alberga un museo de arte contemporaneo y ha recibido el Premio Europa Nostra de restauración

No hay colegio, ni restaurante, sólo quedan 20 vecinos en invierno y tal vez no haya futuro, pero Abarca de Campos existe. Más que eso: resiste. Hace 15 años, esta aldea situada a 30 kilómetros de Palencia por la carretera a León parecía condenada al abandono; hoy es un pequeño refugio de la utopía, un modelo de convivencia y lucha por unos valores que aquí no parecen manidos: solidaridad, amor, a la cultura y al entomo...Con la ayuda de tres mecenas foráneos y algo de dinero público (unos 5 millones de pesetas), Abarca ha restaurado, su torre mudéjar y su iglesia del siglo XVII; ha convertido una vieja fábrica de harina en un museo de arte contemporáneo y de arqueología industrial; ha reparado un órgano rococó y recuperado un palacio del siglo XVI del que sólo quedaba la fachada, y dispone de un plan que obliga a mantener el adobe en las construcciones.

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La institución Europa Nostra entregó el pasado 12 de octubre al alcalde, Marcelo García, uno, de los premios que en 1995 concedió a la restauración de patrimonio en España (los otros fueron para el circo romano de. Tarragona, el parque Güell, el templete del monasterio de Guadalupe, los molinos de Baleares y unos edificios de Sierra Nevada).

"Aquí, el premio se vivió como algo propio. Fue muy bonito, muy ilusionante, porque la vicepresidenta de Hispania Nostra [Carmen de Salas] dijo que no había visto cosa igual, hacer tanto con tan poco dinero", recuerda García, un agricultor de 52 años, frente despejada y ojos claros. "Yo creo que la clave es la unión de la gente de dentro y de fuera, y la ausencia de partidos políticos. Somos un concejo abierto y cada uno aporta. sus ideas". Junto a él está Estanislao Giralda, secretario municipal de Abarca y otros tres pueblos más en Tierra de Campos: "En otros sitios también hay concejo abierto, pero allí el pleno somos el alcalde y yo, o sólo yo; aquí acude todo el mundo con el entusiasmo del primer día", afirma.

Todo el mundo son, a veces, las 50 personas empadronadas en el pueblo, pero suelen ser unas 20: las que aguantan allí el año entero. El día del premio estaban todos, recuerda García, "aunque no vino ni un político, era el Día de la Guardia Civil". "Sólo vino el obispo", confirma Belén Hermoso, la única persona que pasea por la aldea este mediodía de otoño. También ella tiene los ojos claros y las uñas llenas de tierra: es la jardinera, y también tiene premio -al mejor Jardín municipal de la región- Hermoso cuenta que trabaja "por amor al arte", y por lo mismo se ofrece a mostrar la iglesia: "Este suelo de piedra tan bonito salió al quitar el de madera, que estaba destrozado; el del altar lo pusimos nuevo, hay que esperar que se le quite el brillo. También se retejó el techo y se restauró la torre mudéjar...".

Para todas esas reformas, la Diputación de Palencia ayudó con unos dos millones de pesetas. El resto -hasta 5 millones- salió de las donaciones de los vecinos. "Ahora tenemos incluso el nido de cigüeñas que pedimos, sólo falta que limpiemos el empedrado de fuera", dice Hermoso.

Todo empezó hace 12 años. Abarca malvivía de la cebada, el trigo, la remolacha y la ganadería. Los palomares se derrumbaban, los niños y los jóvenes dormían ya en la capital y el adobe de las casas es absolutamente biodegradable", explica la jardinera- empezaba a fundirse en el paisaje. El cura quiso vender el órgano de la iglesia a un industrial galletero,pero el pueblo no le dejó. Y entonces llegó Francis Chapelet, un prestigioso organista francés que llevaba desde finales de los años 70 restaurando órganos en Tierra de Campos. "El de Abarca estaba hundido, parecía irrecuperable, pero me compré una casa, y poco a poco, con la ayuda de varios organeros (Alejandro Massó, Luis Magaz, Daniel Birouste ... ), que trabajarron a precios muy económicos, se arregló. El pueblo ayudó mucho, pintó el mueble, trasladó tubos...", recuerda Chapelet desde Burdéos.

Abarca empezó a figurar en los carteles de los Festivales de Organo: Chapelet ha celebrado ya unos 60 conciertos, "y los vecinos, aunque dicen que no saben música, tienen una actitud de verdaderos melómaños".

"Al olor de la música fue viniendo gente de fuera", recuerda el alcalde. Algunos, como Luis Arranz, se enamoraron de la quietud del pueblo; otros, como Evelio Gayubo, de la célebre luz que pintó Díaz Caneja. Arranz, un ingeniero urbanista madrileño, adquirió en subasta municipal -por 825.000 pesetas de 1991- la Casa de los Osorio, un palacio del XVI del que se ignoraba hasta la historia y del que sólo quedaba la fachada. "Ahora es mi segunda casa", dice Arranz, "pero está abierta a todo el mundo: tiene un clave flamenco y un órgano napolitano y organizamos conciertos".

Gayubo es un galerista vallisoletano que en, 1988 había comprado no una de las 54 casas de Abarca, sino la fábrica de harina. Atravesada por su mitad por el agua del Canal de Castilla, La Pilar se construyó hacia 1854 y se abandonó en 1978. Hace unos meses, la revista Art News la ha citado como un ejemplo de acción cultural hecha al margen de los políticos. Gayubo llegó con Mercedes Menéndez, y ambos limpiaron con sus propias manos ("a base de estropajo y mimo") las viejas máquinas suizas que convertían el grano en harina.En dos años han hecho de La Fábrica el museo más activo de Castilla León:19.000 visitas -6.000 de ellas de escolares-.

El espacio tiene una pequeña galería de arte y una sala en la que se celebran ciclos de música clásica o de flamenco, pero desde el sótano hasta el tercer piso hay molinos, turbinas, tuberías de madera, mágicos cacharros llamados La Tarara o Sasor de sémolas y semillas que conviven con obras de Concha Jerez, Tom Carr, Femando Illana o el poeta lineal vallisoletano Francisco Pino.

Mercedes Menéndez explica todo esto mientras embala los enseres del Adobes Paf, el pequeño bar del museo. Cierra, pero por reforma: un restaurante lo sustituirá pronto. No es ése el único proyecto de Abarca: Gayubo planea hacer estudios para que los artistas acudan a trabajar a La Fábrica; el alcalde piensa en cómo será el hotel que quiere hacer un madrileño; Chapelet sueña con el 20 de enero, día en que se pondrá la primera piedra a una torre con reloj y carrillón... Abarca resiste.

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