Tribuna:

Chantaje permanente

"Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semi-independencia", escribía Azaña en vísperas de la caída de Bilbao. No sabía bien hasta que punto era así. Desde meses antes del fin de la guerra en Euskadi, varios emisarios oficiales y oficiosos del gobierno autónomo y del PNV, solos o en compañía de personalidades vinculadas al gobierno de Cataluña, exploraron a las autoridades británicas para proponerle diversos planes de paz separada con el argumento de que ellos nada tenían que ver con uno u otro de los co...

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"Los nacionalistas no se baten por la causa de la República ni por la causa de España, a la que aborrecen, sino por su autonomía y semi-independencia", escribía Azaña en vísperas de la caída de Bilbao. No sabía bien hasta que punto era así. Desde meses antes del fin de la guerra en Euskadi, varios emisarios oficiales y oficiosos del gobierno autónomo y del PNV, solos o en compañía de personalidades vinculadas al gobierno de Cataluña, exploraron a las autoridades británicas para proponerle diversos planes de paz separada con el argumento de que ellos nada tenían que ver con uno u otro de los combatientes. En alguna ocasión, esos planes vasco-catalanes imaginaban que una especie de constitución al estilo de Suiza en la que "Cataluña y las Provincias vascas se extenderían hasta encontrarse sobre el cadáver de Navarra para formar una barrera democrática y francófila al sur de los Pirineos". Azaña, que conocía o sospechaba todos esos planes, temía que "caído Bilbao, los nacionalistas arrojen las armas, cuando no se pasen al enemigo".Para los nacionalistas vascos, la constitución democrática del Estado español es, de antiguo y hasta en las más dramáticas circunstancias, un valor estrictamente instrumental. Vale sólo en la medida en que sirva para alcanzar el fin último de su ideario, que es la soberanía del pueblo vasco, de la que la autonomía se concibe, también de antiguo, como un primer paso. De ahí procede la política algo esquizofrénica de aceptar el Estatuto y luchar y gobernar en su nombre, rechazando, cada vez que la ocasión se presenta, la Constitución... que hace posible el Estatuto. Pero de ahí procede también, y esto es más grave, el chantaje que consiste en colocar al Estado ante el permanente dilema de demostrar su legitimidad. Para los nacionalistas vascos -ha recordado el presidente Ardanza esta misma semana- el Estado español sufre un déficit de legitimidad en Euskadi porque una parte "muy mayoritaria" de la sociedad vasca no aprobó la Constitución.

¿Qué habría que hacer, hasta dónde habría que llegar para que un Estado español con una Constitución democrática disfrutara de legitimidad a los ojos del PNV? Por lo que se ve, el amplio nivel de autonomía que el Estatuto concede a los ciudadanos vascos del Estado español, a considerable distancia de lo que ocurre en territorio francés, no es suficiente. Tampoco bastará una ampliación del nivel de autogobierno, pues de lo que se trata no es de una prosaica cuestión de competencias sino de que, a falta de reconocer su soberanía, el gobierno del Estado adopte como política la que se acuerde "entre nosostros", o sea, entre los nacionalistas vascos. Según Ardanza, el Estado español sólo gozará. de legitimidad en Euskadi si cumple las resoluciones del parlamento vasco, incluso cuando versen sobre materias fuera de su competencia y aunque coincidan con el inicio de una ominosa cuenta atrás anunciada por los portavoces políticos de una organización terrorista sin cuyo concurso aquellas resoluciones no habrían obtenido la mayoría.

Un nacionalista como Ardanza puede discrepar del recurso al terror y hasta condenarlo como estrategia errada para alcanzar la soberanía del pueblo vasco. Pero lo que no puede hacer, porque se lo impide su fe nacionalista, es aceptar que el marco de convivencia y libertad de los ciudadanos vascos -nacionalistas o no- sea la Constitución democrática del Estado español. ¿Qué pinta el Estado tratando de alterar lo que entre nosotros hemos decidido? se pregunta el presidente Ardanza, incapaz de plantearse si lo que entre ellos han decidido contribuye a deslegitimar a ese pobre Estado que le permite ser presidente. Eso no le inquieta en absoluto, y como no le inquieta no teme decir en alta voz lo que en el fondo piensa: que si la cuenta atrás acaba en tragedia, el único culpable será el Estado español que en este "tema", como remacha miserablemente Arzalluz, se limita a mirar a otro lado.

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