ÓPERA

Desaciertos con la orquesta al fondo

La visita de Pepita Jiménez a Madrid, según la versión estrenada en Peralada el pasado mes de junio y montada a partir de la revisión de Josep Soler, me parece un acierto del Festival de Otoño. A pesar de las pegas que unos y otros ponen a la orquestación de Albéniz, me gustaría verla y escucharla según él la pensó y realizó. Y sería interesante una edición del original de 1904.Pepita, como la llamaba su autor, planteó problemas de base y ya escribió Valera que "en el libreto sería menester desnaturalizarlo todo para que tuviera algo dramático, y entonces lo mismo da llamarla ...

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La visita de Pepita Jiménez a Madrid, según la versión estrenada en Peralada el pasado mes de junio y montada a partir de la revisión de Josep Soler, me parece un acierto del Festival de Otoño. A pesar de las pegas que unos y otros ponen a la orquestación de Albéniz, me gustaría verla y escucharla según él la pensó y realizó. Y sería interesante una edición del original de 1904.Pepita, como la llamaba su autor, planteó problemas de base y ya escribió Valera que "en el libreto sería menester desnaturalizarlo todo para que tuviera algo dramático, y entonces lo mismo da llamarla Pepita Jiménez que Ramona González". Pero vayamos a lo de ahora: Josep Soler, músico tan exigente en lo estético como en lo ético, ha guardado en su revisión un sutilísimo respeto a los pentagramas de Albéniz y, además, ha trasladado a un limpio castellano el texto original inglés.

Pepita Jiménez

Ópera de Money-Coutts, sobre Valera, y Albéniz / Soler. Dirección escénica: Luis Homar; dirección musical: Josep Pons; escenarios y trajes: F. Amat; luces: D. Borrini; intérpretes: M. José Montiel, S. Chaves, J. Cabero, A. Echevarría, X. Ribera, I. Fresán. Coro y orquesta titulares y escolanía de Vila-Seca. Festival de Otoño. Teatro de La Zarzuela. Madrid, 17 de octubre.

Toda la música adquiere un refinamiento de gran belleza que apenas pudimos disfrutar gracias a la infeliz idea de instalar la orquesta al fondo del escenario. Tampoco la sumaria decoración, -luces y elementos corpóreos propios de una cafetería de medio lujo- resultó especiamente atractiva y el movimiento escénico, tan parco, pecó de una insufrible ñoñería.

Con todo, sonaba Albéniz no muy pulcramente tocado por la Orquesta Sinfónica de Madrid con Pons, quienes debían vérselas y deseárselas en su desacertada ubicación. Cantó María José Montiel de manera excelente, tratando de hacer un personaje de lo que apenas es un tipo y le respondió con singular nobleza y brillantez Alfonso Echeverría. Son conocidos los medios y el fuerte carácter de Soraya Chaves y también la recta orientación del tenor Joan Cabero -no en su trabajo como actor- escasamente ayudada por un timbre de corto mordente.

La obra, cuyo segundo acto supera al primero, se asoma un tanto al verismo, pero circula por toda ella un aire fino de andalucismo desde el que Albéniz devolvió a la novela de Valera lo que él temía se perdiera: ambiente, sentimiento, elegancia y un mesurado costumbrismo. Los intermedios, el aria de Pepita o el delicioso número de los monaguillos son puntos culminantes de una invención que no debemos olvidar. Hubo aplausos, algún conato de protesta y entusiasmo general para la Montiel, triunfadora de la noche.

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