Tribuna:

Palos de ciego

"Ya me gustaría a mí que no hubiese ningún aumento de impuestos", dijo al iniciar sus vacaciones el presidente del Gobierno. Y zas: tabaco, alcohol, gasolina, agua, médico, recetas, seguros, carreteras, todo con su gravamen correspondiente. Podría haber seguido: ya me gustaría a mí que los nombramientos de directivos de las empresas públicas se despolitizaran y profesionalizaran. Y, como no quedaba ninguna empresa pública en la que cambiar de dirección, ya tenemos también Caja Madrid al fin profesionalizada y despolitizada. Pudo haber terminado la manifestación de sus preferencias añadiendo: y...

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"Ya me gustaría a mí que no hubiese ningún aumento de impuestos", dijo al iniciar sus vacaciones el presidente del Gobierno. Y zas: tabaco, alcohol, gasolina, agua, médico, recetas, seguros, carreteras, todo con su gravamen correspondiente. Podría haber seguido: ya me gustaría a mí que los nombramientos de directivos de las empresas públicas se despolitizaran y profesionalizaran. Y, como no quedaba ninguna empresa pública en la que cambiar de dirección, ya tenemos también Caja Madrid al fin profesionalizada y despolitizada. Pudo haber terminado la manifestación de sus preferencias añadiendo: ya me gustaría a mí que la Administración fuera transparente. Y dicho y hecho: proyecto de ley de Secretos Oficiales, multas a todo bicho viviente y 50 años de opacidad.Reducir la carga fiscal de los contribuyentes, despolitizar y profesionalizar los nombramientos de directivos de empresas públicas, promover la transparencia de la Administración eran, entre otros, los contenidos del programa de Gobierno que el PP presentó a los electores. Sin duda, un partido puede gobernar renunciando a parte de lo que había prometido en momentos de furor ideológico; si no lo hiciera, labraría su ruina y quizá la del país porque las promesas formuladas en medio de las refriegas por el poder suelen ser malas consejeras para conducir a las huestes después de la batalla. Puede incluso un partido gobernar modificando alguna de sus ideas-fuerza, de las tradiciones que lo identifican y que le hacen depositario de la confianza de sus electores; si no lo hiciera, su identidad acabaría siendo la de un carcamal. Lo que no puede hacer un partido, si no quiere sembrar el desconcierto entre quienes lo votaron, es gobernar renunciando de golpe a todas sus ideas y cambiando su identidad como quien muda de chaqueta.

Porque en este caso pasa lo que pasa: que, perdido el norte, la nave va dando tumbos. Si originales son los populares al gobernar vulnerando con particular saña sus promesas y al negar a su presidente todos los gustos, perdidos parecen cuando toman como norma de actuación la de amagar y no dar, la de desmentir por la noche que vayan a hacer lo anunciado a bombo y platillo por la mañana. Es una nueva práctica de Gobierno que nada tiene que ver como se dice con el globo sonda, enviado para explorar el terreno, sino más bien con el palo de ciego, el que se "da a tiento y se descarga con mucha furia", como dice CovarrubiasNo, no son globos sonda, sino auténticos palos de ciego los que están propinando desde la célebre noche en la que, presa de furor, Aznar golpeó las mesas y armarios de su despacho al enterarse de lo exiguo de la victoria electoral. Nada de globos; lo que les ocurre es que han renunciado a hablar como hablaban, no saben qué lenguaje emplear y no dicen más que lo primero que se les ocurre por ver si aciertan. Las banderas que campeaban en su programa electoral, que identificaron su propuesta y que iban a servir como guía de Gobierno quedaron inservibles en sólo unas horas. Y no han encontrado la manera de sustituirlas.

No se puede gobernar sin un proyecto, sin una idea, sin saber qué se quiere y de qué instrumentos se hará uso para conseguirlo. No se puede gobernar con más "ya me gustaría a mí". Repasar hoy el programa del PP es como pasear por la nostalgia de lo que pudo haber sido un Gobierno liberal dispuesto a bajar impuestos, reducir el intervencionismo gubernamental, suprimir opacidades, profesionalizar la empresa pública, restaurar el prestigio de la Administración, revitalizar la sociedad civil. Un programa liberal, sí, señor. Pero faltaba un detalle: para gobernar como liberales hay que ser liberales. Y, definitivamente, estos señores se han empeñado en demostrar que no lo son. Ya les gustaría serlo, quién lo duda; pero les hierve la sangre cuando tienen que colocar a algún amigo al frente de una empresa. Y así van, dando palos de ciego. A lo mejor aciertan.

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