Tribuna:

Lugar inhospito

No había que ser un adivino para comprender que, con su conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo, el presidente del Partido Popular de Cataluña había puesto su cadáver encima de la mesa. Tal como se han configurado desde la transición, los partidos políticos españoles han cristalizado en estructuras de poder cerradas no ya a la disidencia -lo que difícilmente puede soportar cualquier organización- sino al debate de ideas. De ámbitos para la confrontación pública de ideologías y proyectos políticos, los partidos se han convertido en máquinas de ganar elecciones. Todo lo que se perciba como...

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No había que ser un adivino para comprender que, con su conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo, el presidente del Partido Popular de Cataluña había puesto su cadáver encima de la mesa. Tal como se han configurado desde la transición, los partidos políticos españoles han cristalizado en estructuras de poder cerradas no ya a la disidencia -lo que difícilmente puede soportar cualquier organización- sino al debate de ideas. De ámbitos para la confrontación pública de ideologías y proyectos políticos, los partidos se han convertido en máquinas de ganar elecciones. Todo lo que se perciba como un riesgo para ese fin se liquida sin más contemplaciones y, a ser posible, con alguna humillación suplementaria para el causante del sobresalto.Por si no estuviera claro que los partidos no son territorios propicios a las ideas, los dirigentes populares se han tomado la pena de aclarar que tampoco lo son para las personas con ideas, extremando el estilo zafiamente burocrático de quitarse al muerto de encima. El jefe, sencillamente, no se pone al teléfono. Es toda una lección para el interfecto, pero sobre todo un aviso para los navegantes que se sintieran tentados a explorar otros mares. En un partido modernizado, para no extraviarse, lo primero que hay que aprender es quién es quien y qué lugar ocupa cada quien. Que el líder de una sección regional pretenda ver al líder nacional, no ya para discutir sobre un problema candente sino tan sólo para explicarse, está tan fuera de lugar en nuestras costumbres políticas que la patética imagen de abandono del presidente catalán ha debido de provocar algún escalofrío a otros presidentes regionales, obligados en adelante a tentarse las ropas antes de emitir algún sonido que pueda perturbar al mando.

Porque, tal como van las cosas, en los partidos, más que dirección, lo que priva es el mando. Así, la defenestración de Vidal-Quadras es una lección magistral sobre los partidos políticos como espacio dé debate, pero lo es más aún sobre los partidos como máquinas trituradoras. Alfonso Guerra lo dijo en frase gratuitamente despectiva para sus propios conmilitones: el que se mueva no sale en la foto. Y, para sorpresa de muchos, nadie se movió ni siquiera para protestar por haber sido» destinatario de uno de los más soeces insultos de nuestra historia política. Así les ha ido. Ahora, los escalones intermedios de la jerarquía popular saben bien lo que les espera si se mueven: el jefe no se pone, no contesta, no recibe, sino que delega en uno de sus paniaguados para informar al pobre extraviado que sus servicios no son por más tiempo necesarios.

Con lo cual se está diciendo que el aprendizaje político no requiere la apertura de ámbitos de discusión de próblemas generales, ni exige el análisis de los hechos que determinan cambios tan radicales de posición como el experimentado por el PP desde las pasadas elecciones. Todo eso no es más que pérdida de tiempo, embrollo, ganas de fastidiar. Lo que hay que aprender para sentirse cómodo y llegar a ser alguien en un partido es saber quién manda y obedecer con entusiasmo, incluso, o sobre todo, cuando lo que se ordena va directamente contra lo que el partido se había comprometido a defender ante sus electores.

Ésa es la lección suprema porque es también la más descarnada: Vidal-Quadras es un cadáver político porque, al defender las ideas de su partido, ha desobedecido al mando. Los dirigentes del PP no han podido encontrar una circunstancia más propicia para impartir en una sola clase todo un curso sobre teoría y práctica del partido político como lugar inhóspito donde se defiende la democracia en el Estado recurriendo a la dura medicina de liquidarla en su interior. Una estampida de los populares de Cataluña sería la única respuesta a la altura de los modos empleados para quitar de en medio ese escombro llamado Vidal-Quadras, culpable de haber recordado a su partido cuál era, hace no más de seis meses, su programa.

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