Editorial:

Carretera argelina

ARGELIA SE ha convertido en una emboscada permanente en la que los insurrectos del integrismo aspiran a hacer cada día más temeraria la comunicación terrestre en el interior del país. Menudean los asaltos a autobuses en los que una criminal guerrilla da muerte, frecuentemente por degüello, a todos o parte de los pasajeros, especialmente a los hombres jóvenes, a los que, al parecer, les reprocha no haberse sumado a la sublevación. Algunas de esas informaciones son imposibles de verificar. La dirección militar del país quiere, por un lado, presentar a los integristas como asesinos sin remisión, ...

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ARGELIA SE ha convertido en una emboscada permanente en la que los insurrectos del integrismo aspiran a hacer cada día más temeraria la comunicación terrestre en el interior del país. Menudean los asaltos a autobuses en los que una criminal guerrilla da muerte, frecuentemente por degüello, a todos o parte de los pasajeros, especialmente a los hombres jóvenes, a los que, al parecer, les reprocha no haberse sumado a la sublevación. Algunas de esas informaciones son imposibles de verificar. La dirección militar del país quiere, por un lado, presentar a los integristas como asesinos sin remisión, a lo que, sin duda, colaboran fervientemente los terroristas del GIA, pero, por el otro, tampoco se entusiasma con las noticias que presentan como una tierra de nadie las carreteras argelinas, por lo que revelaría respecto a su incapacidad para controlar el territorio.Fuentes oficiales han desmentido que se produjeran dos recientes asaltos que, según una publicación árabe editada en Londres, habrían causado la muerte a 63 viajeros. Pero es tal el volumen de la matanza y la represión generalizada de las fuerzas de seguridad a todo lo que huela a islamismo, que la tragedia apenas va a ser mayor o menor con un mentís o una confirmación.

Tras unos meses en los que parecía que el presidente, Liamin Zerual, elegía el camino de la negociación con la facción del Frente Islámico de Salvación que afirma desear un arreglo de paz- y que no practica el terrorismo indiscriminado, asistimos, tras la elección por voto popular de ese general a la presidencia del país, a lo que parece el abandono de toda idea de solución política al conflicto. Mientras los guerrilleros del GIA asesinan a mansalva, el poder se limita a preparar, en contacto con una oposición de la que se excluye al FIS, una ley de partidos políticos sobre la que habría que basar la eventual democratización electoral de Argelia. Y esa ley va a ser tanto más restrictiva cuanto que la formación política de los islamistas oficiales o tolerados, el grupo En Nahda, se ha retirado temporalmente de las deliberaciones porque se proyecta excluir de la legalidad a los partidos de índole religiosa. Eso significa hoy en Argelia dejar fuera de juego a una parte sustancial del electorado. En la primera vuelta de las legislativas de diciembre de 1992, las únicas plenamente democráticas celebradas en el país, el FIS obtuvo el 48% de los votos. Ya no hubo segunda vuelta a causa de la toma del poder por el Ejército en enero del año siguiente.

La bárbara carnicería de la que se hace responsable el integrismo radical, junto con la negativa del poder a contemplar el establecimiento de la democracia sin limitaciones electorales a priori no hace sino contribuir a ahondar la tragedia. Argelia es hoy, por ello, una larga carretera ensangrentada.

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