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Reportaje:VA DE RETRO

La engañifa del pisito

Gabriel Camero, recepcionista de hotel, uno de los 5.000 estafados del 'caso Nueva Esperanza'

"¡Hijo mío, te han estafado!". Estas fueron las palabras de bienvenida que Gabriel Camero, de 55 años, escuchó de boca de su llorosa madre hace casi, tres décadas, en 1967, cuando el entonces joven botones del madrileño hotel Zurbano regresaba de unas vacaciones en la Costa del Sol.Comenzaba así para Camero y para 10.000 personas en toda España (5.000 en Madrid) "el affaire Nueva Esperanza" como lo bautizó la prensa, y que se convirtió en el mayor escándalo inmobiliario de todos los tiempos. Nada más enterarse de la noticia, el joven botones se dirigió a la Puerta del Sol, donde estaba la sede de la Brigada de Información Criminal. Cientos de personas, la mayoría trabajadores y futuros matrimonios, hacían cola en la puerta para poner la correspondiente denuncia. "Los perjudicados" describía el diario Madrid, "hacían corrillo, escupían sangre de desilusión y se santiguaban en la desgracia de saberse arruinados", y Abc concluía en uno de sus artículos: "La desesperación, la indignación y la tristeza abatieron innumerables hogares españoles".

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La empresa Nueva Esperanza, Sociedad Anónima, había sido fundada en Valencia en 1963. En Madrid, un anuncio en la prensa local atrajo a miles de, madrileños a las oficinas que instalaron en la calle de San Bernardo. Lo mismo ocurrió en Barcelona, Alicante, Alcoy, Alcalá de Henares y Getafe.

Pocos días después de conocerse el fraude, Emilio Lloret Llorca, un empleado de Iberia en Alicante, casado y con dos hijos, ponía fin a su vida con una soga al cuello: le habían estafado 600.000 pesetas que ni siquiera eran suyas. La noticia conmovió sobremanera a la opinión pública, y durante mucho tiempo el caso de la Nueva Esperanza ocupó prácticamente una sección fija en los rotativos de la época. Los dueños de la empresa, tres hombres y una mujer emparentados entre sí -marido, mujer y cuñado-, fueron detenidos y llevados a la cárcel de Carabanchel. Uno de los cómplices, Amador López Gómez, alias Cabeza Buque, al que se consideró el cerebro gris de la estafa, puso el ingrediente, peliculero a esta dramática historia. Los periódicos definían al sospechoso como "un hombre bien trajeado y sibarita, fundador de gruesos puros, que acostumbra a encender con billetes de 1.000 pesetas". Los acusados fueron condenados en 1976 a penas que oscilaron entre 7 y 11 años de prisión.

Gabriel Camero -que en la actualidad trabaja como recepcionista en el mismo hotel-, casado con Mercedes Jareño, de 48 años, y padre de tres hijos, recuerda el amargo trago que tuvo que pasar hasta recuperar el piso que le habían prometido y en el que reside desde 1973. "A mí me estafaron en total 150.000 pesetas. Una cantidad enorme, porqué yo ganaba unas ocho mil mensuales. Fundamos una cooperativa. Durante un tiempo tuvimos que aportar 5.000 pesetas mensuales y después letras trimestrales de 40.000, 50.000 y 60.000 pesetas. Me vi obligado a plurimplearme para salir del atolladero".

"Fueron años de sufrimiento", afirma su mujer, a la que cariñosamente sus amigos le llaman la leyes, por lo mucho que aprendió para defenderse de aquel feo asunto. "Nos casamos en 1969. No teníamos ni un duro. Durante tres años usé el mismo pantalón y tuve que pedirle dinero a mi suegro para poder comprarme un abrigo".

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La odisea continuó después de fundar las nuevas cooperativas. La que le correspondió a Camero consiguió unos terrenos por 40 millones de pesetas junto a la carretera de Canillas, en lo que antes había sido un vertedero. Las obras se paralizaban continuamente, se acababa el dinero, y las aportaciones seguían aumentando. Por fin, en 1973, comenzaron a dar las llaves de los primeros pisos. Hasta finales de los ochenta, 20 años después, el matrimonio Camero no recuperó el dinero que le habían robado, con tan sólo un 4% de interés. Ellos tuvieron suerte.

El caso de la cooperativa de Villaverde dio una vuelta de tuerca al affaire. Cientos de personas fueron estafadas por segunda vez, y esto es lo grave, por los propios compañeros que se responsabilizaron de la dirección de la misma. "Los cooperativistas, hartos de tanto engaño, les propinaron una buena paliza. La cuestión es que a ellos el piso les costó tres millones de pesetas, mientras que los nuestros no sobrepasaron las 600.000, concluye Mercedes.

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