Censura en Argelia
MATAR AL rnensajero es el fácil, triste y socorrido recurso de los regímenes políticos autoritarios cuando la situación real de su país no está pintada con los tonos rosas empleados por la propaganda oficial. Las autoridades argelinas practican esa política desde que las esperanzas despertadas por la independencia se convirtieron en las realidades de autoritarismo político, desconcierto cultural y frustración social y económica que han llevado al país magrebí a la situación de hoy. Herederos del sistema de partido único, los actuales gobernantes argelinos nunca han sido excesivamente partidarios de la libertad de información. De hecho, la guerra secreta que ensangrienta Argelia es uno de los conflictos mundiales más difíciles de cubrir por los medios de comunicación. Y no sólo por la violencia de los grupos islamistas, sino también por la actitud de las autoridades, que reprimen a los periodistas nacionales y niegan visados y acreditaciones a los extranjeros. El régimen presidido por el general retirado Liamín Zerual ha dado varias vueltas de tuerca más a su política de control de la información. A comienzos de febrero, prohibió a los medios de comunicación argelinos que difundieran informaciones independientes sobre atentados terroristas, enfrentamientos armados y, en general, sobre las actividades de las fuerzas de seguridad y sus rivales de los grupos islamistas. Los medios sólo quedaron autorizados a publicar o emitir los comunicados oficiales y los periodistas fueron advertidos de que transgredir esa norma supondría arriesgarse a ir a la cárcel. La pasada semana, el Gobierno decretó el enésimo secuestro del semanario La Nation, que dirige con gran valentía, profesionalidad e independencia la periodista Selima Ghezali; prohibió la visita a Argelia de una delegación de la Federación Internacional de Periodistas (FIJ) y retiró la acreditación al corresponsal en. Argelia de EL PAÍS, lo que supone la clausura de la oficina que este periódico ha mantenido abierta en la capital del país incluso en los momentos más peligrosos de una guerra civil que ya ha causado entre 30.000 y 50.000 muertes violentas.
El régimen argelino, empeñado en transmitirá la opinión pública argelina e internacional una falsa imagen de normalidad, no quiere testigos de que la guerra continúa y de que las victorias que en la misma obtienen las fuerzas militares y policiales son conseguidas al precio de una extrema brutalidad. Zerual y los suyos han optado por lo más fácil: decretar manu militari que la guerra se ha acabado o se está acabando. Siguen explotando coches bomba en las ciudades, produciéndose enfrentamientos armados en las zonas montañosas o ciudadanos occidentales, como es el caso de siete monjes trapenses franceses, siguen cayendo secuestrados en manos de terroristas, pero el régimen argelino también sigue diciendo que son los síntomas de que la rebelión islamista da sus últimos coletazos.
Los argelinos quieren paz, apertura política y lucha contra la corrupción y la inflación, lo mismo que desean para el país magrebí sus vecinos de la Europa meridional. Parece difícil que esos objetivos puedan conseguirse con la censura y la represión, que es lo que ofrece, por el momento, el presidente Zerual. La liberación de los líderes integristas moderados como Abasi Madani, el diálogo político con todas las fuerzas de la oposición laica e islamista y la lucha contra la corrupción se van aplazando de una a otra semana. Zerual, cuya victoria fue saludada como una posibilidad para enderezar las cosas, parece estar maniatado por la intransigencia de los jefes militares. Salvo un cambio de rumbo espectacular, las cosas van a seguir igual en Argelia, sólo que con menos mensajeros que cuenten lo que de veras ocurre.
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