Tribuna:

Salvaje Oeste

"Tres o cuatro hombres que lucían guerreras rojas se acercaron a Gilmore y le encapucharon. El médico, que estaba a su lado, le prendió con alfileres un redondel blanco en la pechera de la camisa negra, y reculó (... ) Luego se hizo el silencio. Los cañones de los rifles asomaron por las aberturas de la mampara, y entonces, como bisbiseadas, se oyeron las voces de la orden de fuego. 'Uno..., Dos...', y antes de que se pronunciase el '¡Tres!', con un estruendo aterrador, los estampidos de los fusiles. Bam. Bam. Bam ( ... ) Cuando Stanger, que los había cerrado, volvió a abrir los ojos, vio en e...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

"Tres o cuatro hombres que lucían guerreras rojas se acercaron a Gilmore y le encapucharon. El médico, que estaba a su lado, le prendió con alfileres un redondel blanco en la pechera de la camisa negra, y reculó (... ) Luego se hizo el silencio. Los cañones de los rifles asomaron por las aberturas de la mampara, y entonces, como bisbiseadas, se oyeron las voces de la orden de fuego. 'Uno..., Dos...', y antes de que se pronunciase el '¡Tres!', con un estruendo aterrador, los estampidos de los fusiles. Bam. Bam. Bam ( ... ) Cuando Stanger, que los había cerrado, volvió a abrir los ojos, vio en el regazo de Gary un charco de sangre que le corría hasta los pies y le empababa los zapatos y hasta: los mismos cordones (...) '¿Qué hemos conseguido? -se preguntó Schiller conforme salía-. Esto no hará que haya menos asesinatos". Así contó Norman Mailer en La canción del verdugo la ejecución, en 1977, de Gary Gilmore en la penitenciaria de Utah. Desde entonces, nadie había tenido la ocasión de describir un fusilamiento en Estados Unidos. Hasta hoy. Si nadie lo ha remediado, John Albert Taylor, condenado por la violación y el asesinato de una niña, habrá sido fusilado esta madrugada, también en Utah. Taylor, un individuo mentalmente incapacitado, habrá sido atado a una silla y encapuchado; alguien le habrá colocado una diana a la altura del corazón, y cinco guardias, escogidos entre cientos de voluntarios, le habrán disparado desde una distancia de 13 metros. Cuatro con balas reales; otro con balas de fogueo.

Utah, un Estado mormón donde pocos discuten el principio, de ojo por ojo, no es una rareza en Estados Unidos. En la madrugada de ayer, Billy Bailey, condenado por la muerte de dos ancianos, fue ahorcado en una prisión de Delaware. Antonio Caño ha contado en este periódico que el cáñamo de la soga fue previamente hervido para hacerlo más resistente, y engrasado para que el nudo corriera mejor sobre él cuello del ajusticiado. Para una más completa comprensión del horror del caso, el corresponsal cita a un legislador de Delaware que afirma que el ahorcamiento de un perro desataría más protestas que las provocadas por la ejecución de Bailey.

La horca y el fusilamiento, no son los procedimientos habituales de ejecución en Estados Unidos; lo normal son la silla eléctrica y la inyección letal. Esta semana, Richard Townes, condenado por un atraco con homicidio, fue ejecutado en Virgina con una inyección. Necesitaron más de cinco minutos para encontrarle una vena apropiada.

Estados Unidos protagoniza la portada de la última edición del boletín bimestral en castellano de Amnistía Internacional. "Los Estados Unidos de América", dice el boletín, "infringen las normas internacionales de derechos humanos: la pena de muerte, la brutalidad y el uso excesivo de la fuerza por los funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, así como las torturas y los malos tratos en las cárceles, son algunos de los abusos que se cometen, y que tienen como víctimas más habituales a los miembros de las minorías raciales".

En su campana electoral de 1992, Clinton defendió la pena de muerte. El su discurso del pasado martes, insistió en la necesidad de liberar las calles "del crimen, las pandillas y las drogas" mediante "más policías y castigos". En éste y otros aspectos, el demócrata Clinton adopta los valores conservadores de los republicanos.

. Es normal si quiere permanecer en la Casa Blanca. En Estados Unidos existe un amplio consenso sobre la necesidad de primar la defensa de la ley y el orden. A costa, en ocasiones, de los progresos realizados en otros países en la construcción de una civilización respetuosa de los derechos humanos. A la hora dé aplicar a sangre fría la venganza contra el criminal, al igual que en la libertad de poseer armas, sobre la primera potencia de Occidente sigue pesando el mito fundador del Wild West, el Salvaje Oeste. Tiene razón Warren Burger, el ex presidente del Tribunal Supremo citado por Gilles Delafon en su libro Violente Amérique, une démocratie en armes: "Somos un pueblo primitivo que no tiene más que 200 años de administración y 300 de historia".

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En