Tribuna:

Adiós, líderes carismáticos

Las encuestas de opinión lo repiten de manera clara y consistente: el PP alcanza hoy una expectativa de voto en tomo al 40%, 15 puntos por arriba del momento en que José María Aznar se hizo cargo de su presidencia. Pero, por otra parte, las mismas encuestas confirman que hasta un 65% de los españoles no manifiestan ninguna confianza en el líder popular. Conclusión: hay muchos españoles dispuestos a votar al PP que, sin embargo, no confían en su jefe.Esa es una situación inédita en la política española desde los inicios de la transición. Adolfo Suárez fue, no sin poderosos motivos, un líder que...

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Las encuestas de opinión lo repiten de manera clara y consistente: el PP alcanza hoy una expectativa de voto en tomo al 40%, 15 puntos por arriba del momento en que José María Aznar se hizo cargo de su presidencia. Pero, por otra parte, las mismas encuestas confirman que hasta un 65% de los españoles no manifiestan ninguna confianza en el líder popular. Conclusión: hay muchos españoles dispuestos a votar al PP que, sin embargo, no confían en su jefe.Esa es una situación inédita en la política española desde los inicios de la transición. Adolfo Suárez fue, no sin poderosos motivos, un líder que concitó mayor adhesión que su partido: aquello, más que un partido, era una coalición mal avenida de pequeños grupos políticos en la que resultaba imposible confiar. Se votaba a Suárez, no a UCD, y cuando Suárez se dio de baja el partido se disolvió. Pero el mismo caso se ha repetido con Felipe González, que ha suscitado de siempre, y sigue despertando hoy, más expectativas de voto que el PSOE. Una fuerte personalización de la política se derivó de este hecho, con una evidente tendencia a confundir los partidos políticos con el rostro de sus líderes. No es un fenómeno que haya afectado sólo al sistema político español, pero tal vez aquí, debido a la larga carencia de partidos, cobró desde 1977 especial relieve.

Si los datos de las encuestas se mantienen, estaríamos en vísperas de inaugurar una etapa distinta de nuestra vida política: por primera vez la gente, mucha gente, está dispuesta a votar a un partido sin que en ese voto influya de manera determinante la persona que lo dirige. Para los interesados en el triunfo de la derecha, la noticia entraña una profunda ambigüedad: es buena y hasta alentadora porque saben que esa expectativa de voto no depende, en sus inevitables subidas y bajadas, del diario trajín del líder; es como si los futuros votantes del PP, ante la escasa euforia que sienten tras oir y ver a Aznar en tertulias y entrevistas o leerlo en sus discursos, se dijeran: diga lo que diga, publique lo que publique José María. firmes en nuestra decisión, votaremos PP.

Pero, al mismo tiempo, el PP no parece muy feliz con la idea de ser un partido situado por encima de su presidente y ambos, partido y líder, dan la impresión de haber entrado en una carrera por reproducir el modelo habitual, como si tuvieran que demostrar a toda costa que cuando se está arriba es porque se es más alto. De ahí, la reciente preocupación de Aznar por construirse una biografía de joven pundonoroso, brillante opositor, encendido orador, renombrado publicista y firme hombre de Estado. De ahí, también, esos nervios que a veces le traicionan, esas prisas que le entran por "rematar" -como dice - a su adversario, pues sabe que la sombra de González, aun desfalleciente la persona, es más alargada que la suya. Aznar y el PP se malician que nada está decidido todavía y temen que pueda ocurrir algún sobresalto si el puntillero no acaba la faena a la vista del público.

No deberían ponerse nerviosos: lo interesante de las recientes tendencias de voto es que, 20 años después de la muerte del Caudillo invicto, parece haber sonado la hora de una purga general de despersonalización de la vida política: el mejor valorado es el dirigente del partido que menos intención de voto cosecha; el que viene detrás ve, por el contrario, cómo su partido escala las posiciones más altas. Alguien tan irremediablemente plano, tan absolutamente falto de carisma, como Aznar es por eso el mejor situado para sacar tajada del nuevo clima: hacendoso burócrata de la política, incapaz de suscitar ninguna emoción, su partido acaricia, sin embargo, la mayoría absoluta. Mirado de lejos, tampoco está tan mal: con alguien así en la presidencia, quizá quede tiempo de volver a las cuestiones sustanciales, las que están más allá de la fortuna y la virtud de tal o cual líder carismático.

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