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Cortés se lanza a los escenarios mundiales

El espectáculo 'Pasión gitana' se representará en Londres, París y Nueva York

Amelia Castilla

Está que no para. El tiempo que le deja líbre su espectáculo Pasión gitana, con el que este mes se embarca en una gira de dos años, lo dedica Joaquín Cortés a la promoción. Acaba de llegar de Roma, donde la crítica italiana no ha escatimado elogios para el bailarín del torso desnudo y el pantalón cedido: "Un astro naciente de la danza", "fascinación y ardor" "un físico que da miedo", han publicado los periódicos. En los próximos meses, su espectáculo Pasión gitana se representará en Londres, París, Nueva York -"en Broadway voy a estar cinco meses"-, Venezuela, Argentina, Chile y Brasil. No quiere dar nombres, por aquello de que no se frustren, pero ya tiene nuevas propuestas cinematográficas.

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Con tanto ajetreo ha perdido algunos kilos. Viste de negro de la cabeza a los pies, como es su costumbre, y se recoge la melena en una coleta. Cortés llega a la agencia que le lleva la imagen con unas gafas de sol de última moda y una chaqueta de cuero. Dolce & Gabanna, Giórgio Armani, Valentino... Todos los diseñadores, según cuenta el propio bailarín, se disputaban su presencia durante la semana que ha pasado en Roma. De hecho, ya está en negociaciones con Armani, aunque todavía no puede desvelar para qué; tiene casi firmada una gira por diversas ciudades italianas y se prepara para volver a Roma y bailar en un gigantesco palacio de los deportes -"creo que lo mandó edificar Musolini"- con capacidad para 12.000 personas. "Quiero llenarlo, como antes lo hizo Nureyev", asegura, reconociendo que el bailarín ruso es su ídolo.La humildad no es precisamente una de las virtudes de Joaquín Cortés. Le encanta que le comparen con Nureyev, pero sí se nombra a Baríslinikov, respode seco: "Ése actuó en Roma mientras yo estaba allí y pasó inadvertido". No puede evitarlo. Joaquín Cortés es así. Genial en lo profesional y seguro de sí mismo. Ha cambiado de representante; ahora es Pino Saglioco quien lleva sus asuntos, pero es difícil hacer cambiar a Cortés. El dice lo que piensa. Imposible conseguir que cuente hasta diez antes de hablar.

Cortés arrasa vaya donde vaya. Sus actuaciones son seguídas por gente de todas las edades, y, condiciones, capaces de pagar hasta 4.000 pesetas por una entrada para ver un espectáculo de danza. Su público, femenino en su mayoría, es de los que aguantan horas a las puertas de los camerinos de cualquier auditorio para verle salir y que les firme un autógrafo. Su irresistible ascensión al estrellato ni le asusta ni le provoca el más mínimo vértigo. Su ego lo merece. "He trabajado hasta 12 horas diarias bailando. Ni siquiera bajaba a tomar café en los descansos, quería ser el que hiciera más piruetas. "Estoy tan preparado como Stallone", asegura sin cortarse un pelo. Desmiente rotundamente que los gitanos, por aquello del duende, necesiten menos horas de ensayo y les baste con unos zapateados para sobresalir: "Bueno, es que es acojonante..., yo he trabajado desde niño. Estoy enarnorado de lo que hago y eso hace que todo sea más fácil".

Pese a su sinceridad, Cortés no es nada divo en lo personal. Su tranquilidad habitual se rompe a la hora de hablar de las subvenciones. "Es increíble que a una compañía como la mía no se la apoye. Yo he sido profeta en mi tierra, pero sigo pensando que tener 26 años y triunfar en este país es un palo. Hay dos compañías de ballet, a las que yo respeto, que tienen una infraestructura de muchos millones que se podían repartir mejor. No comprendo por qué una compañía que tiene éxito, y funciona de pelota el ministerio no la apoya".

Uno de los sueños del bailarín cordobés sería tener una sede estable, en lugar de tener que andar llamando para ver si hay estudios libres para ensayar. Pero eso de momento es imposible. No hay dinero suficiente. Cortés asegura que el Ministerio de Cultura le ofreció en una ocasión dos millones, pero, claro, él con eso no tiene ni para pagar los billetes de los 45 miembros de su grupo a Japón. "Al final tendré que marcharme fuera y poner mi estudio en Roma, donde parece que estén más interados por mí que aquí", amenaza.

Rodearse de lo mejor

Si de algo se enorgullece Cortés es de saber rodearse de gente inteligente. No le gustan los que recurren a gente que no brilla. "Cuando uno es bueno, debe rodearse de lo mejor" dice tajante. "No me gustan esos sospechosos bultos que no brillan en el escenario". Entre el elenco de figuras que colaboran con él destacan su tío Cristóbal Reyes, la persona que le orientó hacia el flamenco, y Marco Berriel, uno de los alumnos más aventajados del Ballet del Siglo XX, de Maurice Béjart, donde fue primer bailarín. "A Marco Berriel le conocí hace seis años. Nos presentó un amigo común y enseguida descubrimos que había química entre nosotros".Sus dotes y su técnica de escuela sobresalen, pero los flamencos puros no le quieren entre sus filas; de él dicen, rasgandose las vestiduras, que quiere modernizar el género Y los ortodoxos de la danza clásica lamentan haberle perdido: "Los clásicos y los flamencos, que piensen lo que quieran. La última palabra la tiene el público y, al final, la razón sólo tiene un camino".

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