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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Respaldo mundial

ALGO MUY importante ocurrió ayer en Jerusalén. Entre los pinos y cipreses del monte HerzI, donde yacen los restos del padre del sionismo, Theodor Herzl, los representantes de seis Estados árabes y de la Autoridad Nacional Palestina despidieron a Isaac Rabin.Al asesinar a Rabin, Yigal Amir rompió un precepto sagrado, aquel que impide a un judío derramar la sangre de otro judío. Pero, sin que ésa fuera, como es obvio, su intención, también aceleró la historia en el sentido de una mayor solidaridad entre las fuerzas israelíes y árabes partidarias de la paz. Menos de 48 horas después del crimen, el extremismo cosechaba su primera gran derrota: Hussein, el rey de Jordania; Hosni Mubarak, el presidente de Egipto; Abdelatif Filali, el jefe del Gobierno marroquí; varios ministros de Omán, Qatar y Mauritania, y cuatro representantes de Yasir Arafat violaban, al acudir a Jerusalén, un precepto establecido en el mundo árabe durante las últimas décadas.Lo dijo el rey Hussein, que ponía los; en la Ciudad Santa por primera vez desde la conquista por Israel de su mitad oriental en 1967: "Jamás hubiera imaginado que mi regreso a Jerusalén se produjera en semejantes circunstancias". Cubierto con un kefieh blanquirrojo Hussein, cuyo abuelo fue asesinado en esa ciudad por un extremista árabe que le consideraba demasiado complaciente con Israel, expresó mejor que nadie la idea de que ahora esa gran mayoría de judíos y árabes que desean la paz comprenden que sus destinos están indisolublemente, ligados. Al acudir a Israel por primera vez en sus 14 años de presidencia, Mubarak, cuyo predecesor fue asesinado en El Cairo por otro extremista árabe por haber firmado la paz con el Estado israelí, reforzó con claridad esa postura.

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Israelíes y árabes no estuvieron solos en la ceremonia funeraria del monte HerzI.Al contrario, la comunidad internacional les dio un firme y unánime apoyo. La presencia (le decenas de jefes de Estado y de Gobierno en Jerusalén fue un contundente mensaje en dirección a los Yigal Amir de ambos bandos. La paz en Tierra Santa, dijo esa masiva presencia, es un asunto de interés mundial. Nadie desea el regreso de aquellos tiempos en que, en forma de terrorismo expandido internacionalmente, todo el planeta sufría las consecuencias del enfrentamiento entre. árabes e israelíes.

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Bill Clinton, el presidente de la primera potencia mundial, pidió a todos los ciudadanos del mundo que se detuvieran a observar con particular detenimiento la imagen del monte HerzI. "Miren", dijo Clinton, "a los líderes de Oriente Próximo y de todo el mundo que han viajado aquí por Isaac Rabin y por la paz". La imagen, televisada en directo, era de una elocuencia aplastante. No hubo la menor fisura, Allí estuvo Rusia en la persona de su primer ministro, Víktor Chernomirdin, y la Unión Europea, con Jacques Chirac, John Major, Helmut Kohl y Felipe González. En su doble calidad de' presidente del Gobierno español y presidente de la Unión Europea, González invitó a continuar la obra emprendida por Rabin de "transformar para siempre las espadas en arados", y aclertó al decir que el mejor homenaje práctico que se puede rendir a Rabin es apoyar a Simón Peres.

Frente al magnicidio de Yigal Amir se alzó ayer lo que Peres calificó de "una coalición internacional". En el monté HerIz no sólo resonó la plegaria judía de los muertos, el kaddish, sino también un coro a favor de la paz que, si Peres y Arafat actúan con coraje, rapidez y contundencia, puede inclinar definitivamente la balanza en contra de los extremistas de uno y otro bando. La jornada sólo tuvo una sombra: la ausencia, obligada, de Yasir, Arafat. El líder palestino quería ir, pero al Gobierno israelí le pareció poco oportuno, aunque no aclaró si fueron razones políticas o de seguridad las que impidieron el- viaje. En cualquier caso, se han roto en Oriente Próximo dos tabúes: uno para mal, el que representa el asesinato de Rabin, y otro para bien, el marcado por la presencia del mundo árabe en Jerusalén. Hay razones para esperar que la sangre derramada de Rabin riegue los campos de la paz.

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