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Tribuna:LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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Tormenta de verano

Hemos subido el riguroso Tourmalet del termómetro veraniego, que ha sido en verdad, inclemente. Como en las viejas competiciones, el cielo samaritano echa, de vez en cuando, cubos de agua fresca para aliviar a los escaladores. Son las tormentas de verano, espectáculo de luz y sonido que nos depara la rumbosa naturaleza.Si nos pilla en el campo, entre valles o junto a litorales, disfrutamos mejor de la gratuita función. Comienza por un rodar de peñascos, en altísimas cumbres. Ruido-hondo y bronco que se prolonga en sus propios ecos. Con la ignorante satisfacción hedonista del ciudadano, liberada-por esta correría de aire fresco, nos disponemos a gozar de la representación cósmica, al aire libre.

De estar a mano, vemos el cuenco azulado de la piscina -siempre hay alguna cerca- que la lluvia gruesa ametralla, dando la adversa impresión de u n hervor donde revientan millares de burbujas. Al jardín, al campo, les vuelven a salir los colores de la primavera, con un infinito, surtido de verdes, casi olvidados. Alguna rosa resiste, se yerguen los penachos de la yuca; azulea, entre Ja llovizna, la tardía flor de la verbena, pone una nota oscura la fronda del laurel y aguantan, impertérritas y hermosas, las penitentes hortensias.

A ratos, furiosa, la lluvia repica sobre las tejas vecinas, arrastra las agujas de los pinos, lava el envés de las hojas, desmenuza pétalos y ataca el menguante islote enjuto bajo la mesa de mármol. Devuelve a la marchita y polvorienta tierra del sendero el tono germinal del barro, de donde salió todo.

Luego de la tregua, donde solo recita el aguacero, regresa el estrépito, que ahora suena horizontal, como si arrastraran todos los pianos del otro mundo, en el piso de arriba, ese cielo que está debajo de los otros cielos. El redoble va de un lado para más allá.

Despertado el arquero, dispara el garabato de una centella amarillenta que anuncia el estridor de la nueva ofensiva. Colinas y montañas de los inmediatos horizontes se echan una gasa de, niebla, exhalación de la lumbre almacenada en los julios precedentes, que se espesa, como inútil pretensión de simulado juicio final. Muda de árbol un pájaro asustado, y los perros del contorno, que ladraron al. primer relámpago,- callan silenciosos y acobardados,. porque no tienen memoria del arco , iris ni les hary enseñado a ventear la escampada. Parece que todo acaba pronto, hasta que algún descuidado guardagujas propicia el topetazo entre dos nubes preñadas, como dos trenes desbocados que se embisten en la misma vía. Se desparrama el los in contables vagone fragor de los, por allá arriba, y nos pellizca el despavorido miedo de que caigan sobre nosotros. Las tormentas de verano son duelos a primera, sangre, escaramuzas, bravatas al soslayo, fanfarronadas de arcángeles en vacaciones, subsidio apresurado, insuficiente, escaso -todos los son- para empapar el reseco cuero de este país incendiado.

Al rato, concluye el fóstejo, la tierra, desecada y yerma ha empapado, apenas, el arrabal de sus entrañas. Las nubes se retiran, un airecillo residual abanica la neblina y lo que queda de verano retorna a su poder, aunque menguado, como cuanto se repite por inercia. Volvemos a pasar calor, pero tonificados y más frescos el ambiente y los ánimos.

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Total, una tormenta de verano más, que apreciamos poco en la ciudad, donde la mundiocia de las -aguas deja, como recuerdo, algunos churretones en todas las ventanas.

veces pienso, sueno, que estos temporales de estío son capaces de que florezcan las antenas de televisión que, poco a poco, pueblan los tejados y suplantan a los tiestos de albahaca y de geranios, humildes y auténticos símbolos de este Madrid, que no se queda sin gente.

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