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Tribuna
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Delincuencia de Estado

Antonio Elorza

Cuando en agosto de 1968 Zdenek Mlynar, colaborador de Dubcek, trata de entender la actitud de los dirigentes soviéticos que le retienen en Moscú tras la invasión de Praga, llega a una conclusión: "Éramos rehenes en manos de gánsteres". Para ellos no contaban pactos, ni derecho internacional, sólo el uso descarado de la fuerza para atender a los propios intereses.Recordé el episodio cuando hace unas semanas el presidente Pujol ponía el ejemplo del canciller alemán Schmidt tras producirse el suicidio en prisión de la banda Baader-Meinhof. Schmidt se dirigió a los periodistas y les conminó a tener por encima de todo en cuenta la estabilidad de la República, es decir, a aceptar la versión oficial y evitar toda indagación conducente a una verdad subversiva.

El apólogo de Pujol contiene posiblemente la más hábil alegación pronunciada en apoyo de la guerra sucia contra ETA. El colofón lo ha puesto Felipe González, llevado de la mano por Campo Vidal: la investigación sobre el GAL "ha dado alas a ETA". Sin duda para evitar que eso suceda, la investigación a fondo ordenada por el ministro Belloch sobre los asesinatos de Lasa y Zabala ha terminado en el vacío total, haciendo así que el caso pueda ser archivado y, de este modo, que los asesinos al servicio del terrorismo de Estado queden impunes. Sólo que, en contra de la recomendación de Pujol, es demasiado tarde para que la prensa calle, y menos porque buena parte de ella piensa, reo que con razón, que son los crímenes del GAL, y no su descubrimiento y castigo, los que han dado alas a ETA.Estamos, pues, ante un caso de delincuencia de Estado. De acuerdo con la hipótesis más verosímil, es decir, la de plena responsabilidad en el asunto GAL de determinados Gobiernos (o ministros) presididos por González, la estrategia del actual Ejecutivo responde de modo preciso a la lógica de comportamiento enunciada por Mlynar para sus carceleros soviéticos: los instrumentos legales sirven sólo para incrementar la propia posición de fuerza. La ley es un recurso o un obstáculo, nunca un cauce para la acción. Al lado del procedimiento legal, desfavorable, se monta otro desde los medios de comunicación, en paralelo, para desacreditar aquél. Es una descalificación día a día, reforzada con la solidaridad oficial hacia los presuntos delincuentes (el PSOE paga hasta la defensa de Barrionuevo, que no ha sido acusado; la fianza de De Justo). Y como esto no basta, entran, en juego las presiones sobre todas y cada una de las piezas vulnerables para la acción del Gobierno: fiscal general, abogado del Estado, jueces menores y, para colofón, el Tribunal Constitucional, donde muy posiblemente se logre el vuelco deseado, simplemente como resultado de una estrategia de nombramientos.

Es un guión que encaja mal en los manuales de Derecho, Constitucional y que quizá puede ser entendido mejor por los aficionados a las películas de la serie negra. No estamos ante un ascenso capilar hacia la política de formas sociales de corrupción, del tipo camorra italiana, sino ante una corrupción interna del aparato de Estado, algunos de cuyos componentes descubrieron en la forma de ejercicio del poder de González-Guerra unas posibilidades de enriquecimiento ilimitado. La lucha contra ETA habría sido al mismo tiempo la gran oportunidad y la coartada para su desarrollo, en tanto que Felipe González, obsesionado en todo momento por la meta de perpetuar el propio poder, acabaría convirtiéndose en el defensor de la trama al rechazar el coste político que su descubrimiento tendría para él. La prensa quebró el círculo vicioso. Pero ello no lleva a una rectificación de González y su Gobierno, sino a un enroque cada vez más duro, de lo que fueron ejemplo las negativas a esclarecer la detención de Roldán, con los resultados conocidos.

En suma, es improbable, y al mismo tiempo escasamente deseable, que Felipe González vea realizado su proyecto de 25 Años de Modernización. Toda la sociedad acabaría entonces impregnada de esa manipulación que emana desde el vértice, llevando, según la descripción que hiciera Tocqueville, a "una odiosa mezcla entre las ideas de bajeza y de poder, de indignidad y de éxito, de utilidad y de deshonor".

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