Editorial:

Parias de la tierra

LA CUMBRE de la pobreza, clausurada ayer en Copenhague, y en la que participaron 193 países, fue convocada para dar respuesta a un drama cuya expresión cuantitativa se resume en estos datos: el 84% de la riqueza mundial está en manos del 20% de la población, una quinta parte de la población sufre el hambre y el 301/o de la población activa del planeta no tiene trabajo. Sólo en Brasil hay 200.000 niños que viven en la calle, y, cada día, cuatro de ellos mueren asesinados. El diagnóstico es obvio, pero a la hora de consensuar los remedios han reaparecido los obstáculos. O no se han fechado los c...

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LA CUMBRE de la pobreza, clausurada ayer en Copenhague, y en la que participaron 193 países, fue convocada para dar respuesta a un drama cuya expresión cuantitativa se resume en estos datos: el 84% de la riqueza mundial está en manos del 20% de la población, una quinta parte de la población sufre el hambre y el 301/o de la población activa del planeta no tiene trabajo. Sólo en Brasil hay 200.000 niños que viven en la calle, y, cada día, cuatro de ellos mueren asesinados. El diagnóstico es obvio, pero a la hora de consensuar los remedios han reaparecido los obstáculos. O no se han fechado los compromisos adquiridos, gracias a la vaporosa fórmula "tan pronto como sea posible", o han saltado del documento final o se han dejado a la voluntad de las partes.En el documento final se reflejan metas convenidas años atrás, como que los países ricos destinen el 0,7% de su PIB a la ayuda del Tercer Mundo, señal inequívoca de que no se han alcanzado. En Copenhague no ha podido prosperar como fórmula aceptada por todos el binomio 20/20. Se trataba de condicionar el 20% de la ayuda dedicada expresamente a educación y sanidad al compromiso por parte de los países receptores de destinar un porcentaje equivalente de su presupuestos a esos mismos fines.

Se trataba así de evitar el sospechoso descontrol con que se administra en algunos países la ayuda intemacional, dedicándola a otros fines, a veces incluso bélicos. El proyecto no prosperó. Entre los donantes hubo quienes no quisieron que se impusieran condiciones a su magnanimidad, y entre los receptores, algunos, alegando que era una injerencia en su soberanía, rechazaron esta ayuda finalista. Sin embargo, se deja la puerta abierta a que las relaciones bilaterales entre países ricos y pobres vaya introduciendo este condicionante.

Tampoco salió adelante una propuesta para reducir o perdonar la deuda de los países, subdesarrollados. Las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) han abierto un foro alternativo a la cumbre cuya mayor virtud ha sido poner en evidencia las debilidades políticas de la misma. Algunos Gobiernos, como el estadounidense, se han comprometido a aumentar el porcentaje de ayuda que canalizan a través de estas organizaciones.

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El texto final alberga un precioso catálogo de intenciones. Ante la dificultad de proponer remedios estructurales, se ha optado por acentuar la intervención en dos aspectos igualmente claves: la educación y la sanidad. Para el año 2000, la educación debería alcanzar al 80% de los niños y la esperanza de vida no debería estar por debajo de los 60 años para nadie. Pero el problema no radica tanto en la fijación del objetivo como en su financiación. Sería una lástima que el manifiesto de la cumbre danesa terminase dormitando en el baúl de las bellas utopías. Mientras, la muchedumbre de parias de la tierra seguirá sumergida en la miseria sin tan siquiera saber que ha existido la mencionada cumbre.

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