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Tribuna
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Elogio del humo

Ha muerto en silencio, como buen mudo. Mintiendo, como el gran fabulador que siempre fue. El apátrida ha muerto peruano y limeño. El cuentista Ribeyro ha muerto con la rapidez de un fragmento. Con la agudeza inesperada y certera del que sabe que la literatura se puede encontrar en una frase. Unas novelas, decenas de cuentos y pensamientos dispersos están ahí para quienes. quieran conocer una de las más sutiles escrituras en nuestra lengua. La muerte es un azar que le ha pillado en un cambio de vida. La muerte es una falta de respeto a su vieja mala salud. Los que amamos la pasión gratuita -como llamó a la literatura Bryce Echenique- esperamos sus diarios. En ellos trabajaba cuando se extinguía su último cigarrillo.Leer a Ribeyro es complementario al placer de fumar. Y cuando digo placer no digo la verdad. La escritura de Ribeyro antes que placer es vicio. Un vicio que no produce euforia, ni éxtasis, ni suprime el dolor o la fatiga. Leer a Ribeyro es seguir en la duda, reconocer la derrota, pasear por desdichas -algunas sin importancia- y caminar junto a un hombre pequeño, perdido en ese mapa de peligros que es la ciudad.

Ribeyro es un Giacometti, un anti-Botero: el gran flaco de una literatura de flacos. Flaco como César Vallejo, como César Moro, como Javier Heraud. Flaco como Bryce o como lo fue -ya no estoy tan seguro- el joven Vargas Llosa. Flaco como Onetti, que era hombre de botellas y de humos. Flaco como Kafka. Flaco como Benet, como Faulkner.

¿Adelgaza leer a Ribeyro? Pues no. Pero la literatura también es la mentira de podernos encontrar creyendo que el próximo mes nos podemos nivelar. Y así, por la literatura, nos podemos seguir haciendo trampas y tropezamos con manos pensativas. Y a partir de esta imagen de Ribeyro podemos jugar a clasificar a las mujeres entre las que tienen manos pensativas y las que nunca las tendrán.

¿Y por qué seguimos apuntados al vicio de seguir leyendo a Ribeyro? Los fumadores lo entenderán, el secreto está encerrado en una paradoja. Por poco informados que estemos, todos sabemos de lo insano de fumar y seguimos fumando. Incluso nos gusta engañarnos: "El cigarrillo es el mediador del fuego con el que no podemos tener relación directa"; Y terminamos por creer que el cigarrillo es símbolo de vida y salvación. Y eso es la literatura, engancharnos a una mentira, no importamos que el humo ciegue la realidad.

La realidad, en los cuentos de Ribeyro, suele decepcionar. Esa decepción nuestra de cada día, esa distancia de lo grandilocuente, ese descreimiento vital es uno de sus más importantes temas de composición literaria. Dijo Ribeyro, justificando el título de una selección de sus cuentos, La palabra del mudo, que si era oportuno ese título era porque. en la mayoría de sus cuentos se' "expresan aquéllos que están privados de la palabra, los marginados, los olvidados, los condenados a una existencia sin sintonía y sin voz". Él les restituye el hálito negado y les permite modular anhelos, arrebatos y angustias. Siempre se colocó sin moralina al lado del hombre que sufre, pues este tiene necesidad de volverse observador. Hay pocos escritores con tanta capacidad observadora de lo cotidiano, lo pequeño' ' lo no estridente que encierra la literatura de Ribeyro y muy particularmente sus cuentos y su literatura fragmentaria.

Pero no hay desgarro, no hay drama en el sentido griego, no hay ampulosidad en su expresión de nuestras derrotas. Hay ironía, sorpresa o duda. En esa batalla, en sus cuentos, los que salen perdiendo son la vanidad y lo superficial en sus múltiples facetas.

Sus cuentos son ventanas, esas ventanas al exterior que siempre, ha buscado el escritor. A veces son ventanas como aquélla de Madrid. de hace casi 40 años, que dan a un patio interior lleno de tristes palideces, de inútil orgullo. Pero, a pesar de la tozuda realidad, no dejó de buscar esa ventana por la cual llegar al corazón de los hombres, a lo profundo de las ciudades. Y en ese lugar profundo de las ciudades se encuentra con las ilusiones perdidas, con el fracaso de hombres que se sienten tan derrotados como al que le orina un perro. Da igual, animales peores pueden orinamos. Nuestra historia es también la historia de nuestros ridículos, de nuestras burlas, de nuestros sueños imposibles.

Hubo un tiempo en que algunos creíamos que el mundo se parecía a las aventuras de Tintín, donde todo parecía perfecto, aunque improbable. A través de las vidas de aquellos dibujos se podía explicar el mundo, conocer la aventura, creer en la bondad y la maldad. Todo estaba controlado. Luego vinieron lecturas de otro tipo y con el tiempo uno se tropieza con Ribeyro y se da cuenta de que nada estaba explicado. Que la armonía y el orden no existen y son inútiles si pretendemos andar por el mundo con los ojos abiertos.

Para eso, y para creer que la lógica no es tan necesaria, se hace necesario volver a Ribeyro.

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