Cartas al director

Emperatriz de Lavapiés

Desde hace tres años vivo en el barrio de Lavapiés, entre la plaza del Maestro Lara, la Corrala, los inmigrantes somalíes, los norteafricanos, los centroeuropeos, las gitanas más guapas y los madrileños más castizos. Yo no soy madrileña, pero sí soy de pueblo, y para mi bien aquí me siento como en un pueblo. Con mis vecinos, mis charlas de pasillo, mi pan tierno y el encargo del butano a mi vecina, todo parece formar parte de un cuadro costumbrista de Arniches. Pero se me olvidaba contar que todas las mañanas, cuando cruzo la plaza del Maestro Lara de camino al trabajo, brotan en las esquinas ...

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Desde hace tres años vivo en el barrio de Lavapiés, entre la plaza del Maestro Lara, la Corrala, los inmigrantes somalíes, los norteafricanos, los centroeuropeos, las gitanas más guapas y los madrileños más castizos. Yo no soy madrileña, pero sí soy de pueblo, y para mi bien aquí me siento como en un pueblo. Con mis vecinos, mis charlas de pasillo, mi pan tierno y el encargo del butano a mi vecina, todo parece formar parte de un cuadro costumbrista de Arniches. Pero se me olvidaba contar que todas las mañanas, cuando cruzo la plaza del Maestro Lara de camino al trabajo, brotan en las esquinas cuerpos escuálidos, miradas furtivas, espíritus perdidos que buscan ávidamente el suministro de droga que les alargue la vida un poco más y les amaine el sufrimiento. Se parecen casi todos, hiperdelgados, de paso titubeante, de habla pesada... Pero ya los conozco, y a fuerza de verlos a diario casi me conozco su vida de oírla a hurtadillas: "Hoy me van a dar un paquete de primera". "La pasma nos huele". "La Choni no está". A mediodía, a veces ha y policía; entonces el grupo se distribuye en calles aledañas en un extraño juego de pille y pille y desesperación.Pese a todo, en las tardes soleadas y en la misma plaza se puede disfrutar de un cuadro surrealista de ancianos echando la partida, solitarios compartiendo vinos, niños jugando, señoras con las bolsas de la compra y los olvidados sentados en un banco como si de un oasis se tratara. Pronto me gustaría tener un hijo, me gustaría pasearle por el barrio, por alguna zona verde cercana y agradable (que no hay); me gustaría que creciera sin la constante advertencia de que no coja nada del suelo; me gustaría que, como yo, pudiera bajar a la calle con sus amigos con total libertad;, incluso que yo pudiera hacer punto al sol como lo hacía mi madre. Pero dudo que mis sueños se hagan realidad, y abandonar el barrio no me parece la mejor solución. Mis vecinos, la mayoría octogenarios, cuentan maravillas del barrio. Ya sé que nunca volverá a ser el mismo, pero me pregunto si la droga no podría dejar de ser la emperatriz de Lavapiés.-

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