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Los límites de Europa

Cuando se pregunta a los dirigentes políticos europeos si la Unión Europea debe seguir ampliándose hacia el Este y el Sur, la respuesta normal es que sí, que no podemos limitamos al ámbito actual ni al que se va a constituir en el próximo ingreso de otros cuatro países. Esta es, sin duda, la única respuesta posible, pues no tiene sentido fijar unos límites estrictos e intocables cuando todo se está moviendo. Sin embargo, con ello se está eludiendo -un problema que tarde o temprano tendremos que plantearnos con la máxima seriedad: ¿hasta dónde puede y debe llegar la ampliación?Durante muchos años este problema se pudo eludir porque las circunstancias eran otras. En una Europa dividida por la guerra fría y por el muro de Berlín, las cosas parecían claras: el límite de la Europa que queríamos construir era el muro de Berlín y las fronteras de los países sometidos a una dictadura, porque allí terminaba la Europa de la democracia, de los derechos humanos, de la economía de mercado y del Estado de bienestar. Una posible ampliación hacia el Este, hacia el bloque opuesto, era deseable, pero no era un objetivo previsible en muchos años. Cuando el muro de Berlín cayó y el bloque del Este desapareció, este planteamiento simple y, en el fondo, bastante cómodo saltó por los aires, y los interrogantes, hasta entonces latentes o acallados, resurgieron con fuerza. Si desapareciera la barrera entre la Europa democrática y la no democrática, ¿hasta dónde debía llegar la Europa del futuro?

La respuesta fue que primero había que completar la integración de la parte occidental, hasta entonces renuente, y luego abordar la integración de los países del Este, tras una larga fase de preparación económica y política. Ésta era, sin duda, la respuesta sensata y en eso estamos. Pero detrás de esto asoma ya el interrogante final, el decisivo, que no podremos eludir por mucho tiempo porque condiciona el diseño final de todo el proyecto: en definitiva, preguntarse cuál es el límite significa también preguntarse si hay que incluir a Rusia o no.

La respuesta a estas preguntas no es fácil porque nos obliga a plantear y a contestar otra gran pregunta previa, a saber: ¿qué es, en definitiva, Europa? ¿Un espacio geográfico? ¿Un ámbito político-cultural? ¿Un ámbito religioso? ¿Una zona económica? ¿Todo esto a la vez? ¿O es, simplemente, el resultado final de una voluntad política y económica conjunta que se expandirá hasta que encuentre los límites de otras voluntades políticas y económicas con las que deberá pactar? En definitiva, la concepción inicial de un espacio común de democracia, respeto a los derechos humanos, economía de mercado y Estado de bienestar es válida para definir el modelo, pero no para definir el, espacio en sí mismo cuando todos dicen aceptar estos valores.

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La verdad es que la Unión Europea está preocupada por otras urgencias y se comprende fácilmente que éste no sea hoy por hoy su problema principal. Pero otras instituciones, menos acosadas por estas mismas urgencias, han empezado a planteárselo en serio y a adelantar respuestas y sugerencias. Una de estas instituciones es el Consejo de Europa, una institución señera que se creó a finales de los años cuarenta para sentar en una misma mesa a los países occidentales hasta entonces enemigos y diseñar conjuntamente una base común de derechos humanos y un sistema también común de protección y garantía de estos mismos derechos.

Durante los años de la guerra fría, el Consejo de Europa se extendió a toda la Europa occidental, puso en vigor la Convención Europea de Derechos Humanos y diversos protocolos que la desarrollaban, creó el Tribunal Europeo de Derechos Humanos y, desde su sede, en Estrasburgo, elaboró una amplia doctrina sobre todos los aspectos contenidos en el concepto general de "derechos humanos", más allá de su mera definición jurídica. Al caer el muro de Berlín, el Consejo de Europa se convirtió en la institución europea más flexible para acoger con rapidez a los países del Este. En 1989 estaban integrados en el Consejo de Europa 24 países. Hoy son ya 34 sus miembros. Y hay una decena más llamando a la puerta para entrar. Entre ellos, Rusia, que ya tiene estatuto de país invitado. Para el Consejo de Europa, el problema de los límites de Europa no es, pues, un problema de futuro, sino una cuestión urgente que tiene que decidirse sin mayor dilación. A principios de octubre, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, formada por delegaciones de los parlamentos de todos los países miembros, abordó, por consiguiente, este problema y tomó una decisión. Creo que vale la pena informar sobre lo uno y lo otro.

La discusión sobre los límites de Europa tocó, como es lógico, todas las teclas: la geográfica, la cultural, la política y la económica. En el fondo de cada una de las posiciones había, naturalmente, una concepción de la historia, una opción ideológica y un proyecto político, es decir, las diferencias que han marcado la historia reciente de: la Europa occidental. Y el problema que las suscitaba no sólo era Rusia -o, más exactamente, la Federación Rusa-, sino también todos los restos de la antigua URSS, es decir, las demás repúblicas fronterizas Con la Europa del Este, las repúblicas del Cáucaso y las repúblicas asiáticas.

Se habló de geografía. Pero ¿cómo se puede definir geográficamente Europa si, de hecho, no es más que una gran península del continente asiático? Se habló de cultura y de religión, o sea, de ideología. ¿Pero qué cultura puede definir un continente que ha estado en guerra permanente hasta nuestros días y donde han florecido lo mejor y lo peor, el humanismo y el racionalismo, pero también el racismo y la intolerancia más brutales? ¿Y qué religión puede definir una Europa que se ha desangrado en conflictos entre cristianos y musulmanes, entre cristianos católicos, protestantes de diverso signo y ortodoxos y donde la coexistencia de. hecho de diversas religiones plantea todavía hoy serios problemas de identidad? Se habló de economía, de libertad de mercado y del Estado de bienestar, para constatar que, aunque había acuerdos sustanciales en muchas cosas, había desacuerdos no menos sustanciales en otras y que, en todo caso, existían niveles de desarrollo muy diferentes entre los países miembros y entre los candidatos. Se habló de historia, se habló de política y de estrategia militar y otra vez de economía, para llegar a la conclusión de que el mundo se estaba reorganizando en torno a diversos centros de poder político y económico y que nosotros éramos una de las partes de esta reorganización. Y finalmente se habló de la Federación Rusa, con el fin de decidir si, para contribuir a su desarrollo democrático y a la estabilidad de todo el conjunto europeo, era mejor o peor desde todos los puntos de vista, político, económico y militar, tenerla con nosotros o apartarla de nosotros.

El resultado final fue un acuerdo político que ni se basaba exclusivamente en lo geográfico, ni en lo cultural, ni en lo religioso, ni en lo económico, ni en lo militar, pero tenía en cuenta todos estos aspectos para llegar a una definición convencional. Dicho acuerdo consistió en definir como límite oriental de Europa la línea del río Ural y los montes Urales -como ya se

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había convenido también en las discusiones sobre desarme- y en declarar que podían formar parte del Consejo de Europa todos aquellos países que quedasen al oeste de dicha línea o que tuviesen en esta zona declarada como europea una parte de su territorio, como es el caso de Rusia y de las repúblicas caucásicas.

¿Es ésta la solución? No es seguro. Hoy por hoy es una fórmula que permite definir unos límites controlables y cerrar el mapa de Europa a corto plazo. Es discutible, sin embargo, que el concepto de Europa pueda llegar de hecho hasta Vladivostok y el estrecho de Bering, dejando fuera a países y zonas que por razones políticas, culturales o económicas están o pueden estar más cerca del núcleo europeo originario.

Tampoco es seguro que los límites definidos por una organización dedicada básicamente al desarrollo y a la protección de los derechos humanos, como es el Consejo de Europa, acaben coincidiendo con los de otras instituciones como la Unión Europea, la OTAN o la UEO. Una cosa es un espacio común de vigencia de los derechos humanos y otra un espacio económico o militar. Sin embargo, lo importante es hacer propuestas y definir líneas de avance que permitan abrir vías y estabilizar- situaciones de hecho. En definitiva, mientras esto se discute en los foros políticos, económicos y militares, la UEFA incluye a Armenia, Georgia y Azerbaiyán en la Copa de Europa de fútbol, y los equipos le Israel hace ya tiempo que disputan los torneos europeos de baloncesto. Y ésta es también una manera de definir lo que es Europa.

A corto plazo no habrá mayores problemas de definición. A medio plazo, el tema de Rusia obligará a t6mar una decisión de gran alcance, que hoy por hoy no está clara. Pero es posible que para entonces otras líneas de avance se superpongan a las actuales. ¿Quién podía pensar hace unos meses que Israel y los países árabes podrían hablar de una zona económica común, como han hecho en Casablanca? ¿Y quién puede seguir hablando de política de desarrollo y de seguridad en el Mediterráneo, aspecto fundamental de la política europea, sin tener en cuenta esta nueva situación?

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE.

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