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Tribuna:A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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El sueño de una siesta de verano

Era un soñador, no de los que pierden la vigilia mirando las musarañas o pensando en ellas, porque nadie sabe con certeza qué forma tienen. Un soñador que soñaba dormido, como debe ser; más en verano que en invierno y con mayor repertorio a la hora de las largas siestas. Al despertar, una ducha de. olvido arrastraba la espuma de aquella otra vida que entretenía una parte desvelada de su cerebro, o lo que fuese. En ocasiones persistía, como la humedad no enjugada; casi siempre se parecía a la realidad, tanto que, a veces, daba por hechas y resueltas situaciones o cuidados cotidianos pendientes.Llegó a pensar que otro ser duplicado tomaba el relevo al dejar colgada la consciencia de la levé píldora hipnótica, interruptor preciso para dar reposo a la parcela ordinaria y ciudadana de su gris pasaje por este valle de lágrimas, risas, lujuria y desconcierto.

Gotea el calor espeso del agosto madrileño, crece la noche y se demora un minuto el sol cada jornada, como aquellas jóvenes y atractivas taquimecas de antaño, beneficiadas de la tolerante lascivia del jefe para recortar la tarea con excusas imaginativas y un batir inocente de pestañas que acababan con un breve "lo siento de veras, don Mauricio", porque los superiores, benévolos y tímidos, siempre se han llamado don Mauricio o nombre similar.

Él era un don Mauricio en ciernes y envidiaba a los predecesores en la oficina; sólo en el inacabable agosto, perdido en la ciudad que no parecía la suya. La esposa y la cargante cuñada, en una playa levantina; cercana a Benidorm, con la hija menor, Laura. -¿por qué le habrían puesto ese nombre que parecía fuera de moda? Lo había olvidado-, que a los 14 años llegaba a casa cerca del amanecer, lo que a la plácida progenitora parecía normal, moderno, imprescindible. El primogénito marchó a principios de julio y sólo recibieron una postal desde Benarés, ¿qué se le habría perdido por allá?; mientras no regresara con el cráneo afeitado y una túnica naranja...

Almorzaba en la cafetería del ministerio y cenaba melón y albaricoques, con pereza para descongelar las vituallas previstas por la esposa. Recordar que había que tirarlos al contenedor antes de su regreso. El trato con los compañeros de trabajo no traspasaba los límites del aparcamiento; muchos de ellos habitaban todo el año en Alpedrete y lugares semejantes y acechaban el reloj, parado en las 14.56, para comprobarlo con el propio y salir escopetados hacia la madriguera serrana. Quedaban en Madrid para tomar las vacaciones en septiembre o en octubre, cuando más tarea acumulada requería mayor trabajo.

Ya le llegaría el turno. Mientras, olvidado en las calurosas tardes, tras la densa siesta emprendía un aleatorio recorrido sin rumbo ni destino. Si conseguía atrapar un jirón del sueño, continuaba tumbado, intentando reconstruirlo, inventando fragmentos coherentes que ni siquiera figuraban en la duermevela estival.

La noche era para los jóvenes, feudo de los motoristas, y los automóviles transportando ocho o nueve pasajeros de ambos sexos. La música atronadora, monocorde, irritante para soportarla sus vencidos 47 años.

El sueño más reiterado se remontaba al tiempo intuido de los padres, cuando cualquier hombre, transitoriamente desparejado, tomaba asiento en una terraza o local al aire libre, junto a cualquier joven enérgicamente teñida de rubio y la interpelaba Con desenvoltura: "¿Quieres tomar algo, muñeca? Me llamo Mauricio Rodríguez y un pajarito me dice que vamos a ser muy buenos amigos esta noche". Claro que los don Mauricio de entonces nunca se llamaban Rodríguez. Ni ellas Violeta o Peggy, pero acababan enseñándose los retratos de los hijos; ellas, generalmente, el de una virtuosa niña en traje de primera comunión.

A veces, hasta se iban juntos a la cama, aunque esto nunca entraba en el sueño. Se lo inventaba en el sinuoso e impune despertar, allá hacia las siete de la tarde.

Los rodríguez, aquellos pícaros e ingenuos rodríguez, como los dinosaurios, han desaparecido. El temor al sida y la trepidante y excluyente peregrinación del bakalao acabaron con ellos.

Eugenio Suárez es escritor.

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