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España y la ciencia europea

El pasado 24 de junio se resolvió, formalmente, el contencioso entre el Laboratorio Europeo de Física de Partículas Elementales (CERN) y España; o, por mejor decir, se resolvió lo más visible y urgente de ese conflicto. España ha obtenido una sustanciosa rebaja en su cuota para los próximos cinco años, variable según. el año, de un 23% de promedio. A cambio, ha asumido el compromiso de satisfacer su deuda pendiente de más de dos años.El CERN, por su parte, ve normalizada su situación financiera, comprometida por la deuda española, y, sobre todo, se coloca en mejores condiciones de encarar su proyecto de futuro, el gran acelerador LHC, sin la hipoteca de que el país número cinco por el tamaño de su contribución esté, en su relación con el CERN, en permanente entredicho. El LHC, que situará la frontera del conocimiento en física de partículas elementales en el laboratorio europeo por al menos los próximos 15 años, es vital para la supervivencia a largo plazo de dicha organización.

Hay que felicitarse por haber llegado a lo que es, a mi juicio, un buen acuerdo. Y felicitar a las autoridades que han hecho posible salir dignamente del embrollo, verdaderamente intratable, en que otras autoridades nos habían metido. El Ministerio de Industria y Energía, encargado por el Gobierno de efectuar los pagos y de representar a España en el CERN en todo lo relativo a finanzas y retornos industriales, y dotado de los recursos correspondientes en sucesivos presupuestos, fue reduciendo las cantidades destinadas a efectuar dichos pagos, hasta su completa desaparición en 1993 y 1994, lo que ha puesto en una difícil situación a nuestra comunidad de físicos experimentales de altas energías. Al final, los fondos ahorrados en su día por el ministerio en cuestión han de gastarse ahora en liquidar la deuda contraída.

El CERN es una organización cuya finalidad es la investigación básica; para eso fue crea do. Pero es también un organismo internacional para la cooperación en un área de la investigación científica, y como tal debe tener en cuenta los problemas y dificultades de cada uno de sus componentes. Y un instrumento de educación y formación de investigadores, técnicos e ingenieros, y ejerce un influjo cultural y científico sobre su entorno. Y tiene, finalmente, importantes repercusiones tecnológicas e industriales. Todo ello es bien conocido y hasta publicitado, aun cuando su finalidad primordial sea la investigación básica.

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Desde un punto de vista estrictamente científico, es indiferente que un gran laboratorio como el CERN esté en un lugar o en otro. Los científicos pueden aprovecharlo igual, y, de hecho, el número de usuarios no depende demasiado de la mayor o menor lejanía de sus lugares de origen; pero en todos los demás aspectos la ubicación cuenta. Y deben de ser importantes esos aspectos cuando todos los países europeos desean tener en su territorio grandes instalaciones científicas. Yo pienso, desde luego, que es del mayor interés para España poseer algunas de estas grandes instalaciones, por razones culturales, educativas y tecnológicas que van más allá de la pura investigación básica.

La convención del CERN establece la proporcionalidad de la contribución de cada país con el PIB, sin tener en cuenta ningún otro criterio, pero inmediatamente prevé circunstancias especiales de un Estado miembro que puedan justificar la modificación de su cuota. Justamente es ése el principio a que se han acogido todos los países puya cuota nominal ha sido transitoriamente disminuida, y el principio que ha servido para fundamentar el acuerdo a que se ha llegado con España. No es, pues, cierto,, como a veces se ha escrito, que se haya creado un precedente peligroso para la vida del laboratorio; ocho de los 19 países que constituyen el CERN están contribuyendo con reducciones aprobadas por el consejo que dirige el laboratorio, entre ellos nada menos que Alemania, el país más poderoso de Europa, y seguramente aquel en el que la investigación científica es más apreciada y fomentada.

La documentación que ha servido como base para la solicitud de reducción por parte española analiza detenidamente la falta de proporción entre contribución y retornos, no sólo industriales, sino científicos y de personal enrolado en el CERN. Y ello es precisamente lo que me lleva al problema de fondo, al que está más allá de las urgencias del momento, que no se reduce al contencioso surgido con un laboratorio que simboliza -mejor que ningún otro la gran ciencia, tal y como la entendemos hoy: instalaciones demasiado costosas para un país individual, por lo que se requiere de la colaboración internacional que asegure su mantenimiento y explote sus resultados.

Se trata, más bien, de un contencioso de España consigo misma, con su historia científica deficiente, con su débil comunidad de investigadores, con la escasa atención prestada por el sector industrial a la investigación, con el poco apreció, y hasta el desprecio, con que las ciencias de la naturaleza han sido vistas, hasta hace bien poco, por nuestros intelectuales y, como reflejo, por el conjunto de la sociedad; con las dificultades, en suma, para situamos, en el plano científico, al nivel que nos corresponde de acuerdo con nuestras características socioeconómicas y culturales.

Algunos de esos factores son la causa de la ausencia de retornos científicos suficientes, aunque es éste el aspecto en que más progresos se han hecho; otros influyen en el escaso aprovechamiento tecnológico, y, finalmente, la falta, de cualificación y de movilidad de muchos de nuestros profesionales ha contribuido a la pobre presencia de personal español de plantilla en la organización..

Si España quiere desenvolverse. sin graves perjuicios en el mundo del futuro, en el que el conocimiento es el activo más valioso e insustituible, no tiene más remedio que hacer un esfuerzo especial en ciencia y en educación. Un esfuerzo que podrá parecer, en tiempos de crisis, desmesurado e inaceptable en comparación con otras necesidades de más corto plazo. Y tendrá que ser especial porque exige remontar una situación literalmente calamitosa hasta hace bien poco y claramente insuficiente hoy en día.

En efecto, el gasto en I+D en España hace tan sólo diez años era del 0,5%, menos de un tercio del efectuado en los países europeos. Tras un esfuerzo considerable, estamos hoy en apenas el 0,9%, que es todavía menos de la mitad de la media europea; y eso aceptando estimaciones demasiado optimistas en lo que se refiere a la participación del sector privado. El cambio registrado ha supuesto, por tanto, una mejora cierta, aunque su estancamiento en los últimos tres años ha vuelto a ensanchar la distancia que nos separa del resto de los países europeos, colegas y, al tiempo, competidores en empresas como el CERN.

En ese sentido, una parte del acuerdo alcanzado tiene una significación que va más allá del trato sobre deudas y descuentos. Esa parte se refiere al compromiso de aprovechar el respiro que supone la reducción de la cuota, pactada durante cinco años, para fortalecer las actividades en física de altas energías realizadas en el interior de nuestro país. Pues eso, y no otra cosa, junto con una mejora en la capacidad competitiva de nuestras empresas, que las haga capaces de obtener los pedidos industriales que genera el CERN, es lo único que podrá evitar que en el plazo de unos pocos años la insatisfacción vuelva a generar el deseo de romper la baraja o de salirse de una organización científica internacional ante la imposibilidad de seguir su ritmo.

No es concebible que podamos superar nuestro atraso de un modo autárquico; hasta los países más poderosos están reconsiderando sus estrategias en ,busca de la cooperación internacional. La interacción con el exterior es el único instrumento viable, desde la simple colaboración en un proyecto de investigación concreto hasta la pertenencia, como miembros de pleno derecho, a las organizaciones científicas internacionales.

La ciencia europea, que debe ser nuestro marco de referencia, se organiza alrededor de programas y de instalaciones que seguirán su curso e irán acumulando resultados con o sin nosotros. Tenemos la opción de mantenernos al margen aduciendo que resulta demasiado costoso o incompatible con nuestras propias demandas interiores. En ese caso, los perjudicados no serán los países europeos; seremos nosotros, que veremos cómo nuestros socios y competidores se alejan, de un modo cada vez más irreversible, en lo que es la única garantía de progreso para el futuro.

Bien es verdad que, con frecuencia, nos parecerá que el esfuerzo relativo que se nos exige es superior al de otros países; no porque lo sea en términos absolutos, sino porque nosotros partimos de un estadio claramente inferior, y los pasos que tenemos que dar para ir reduciendo distancias son comparativamente mayores.

Pero, al fin y al cabo, la inversión en ciencia y en educación es prácticamente. la única genuinamente de futuro. Muchas de las cuantiosas partidas presupuestarias que tanto agobian a los responsables de mantener ese inmaterial. equilibrio macroeconómico tienen como finalidad Iegítima solucionar, o al menos aliviar, situaciones que vienen del pasado y que repercuten sobre el bienestar de las gentes hoy, pero con escasa proyección sobre las generaciones venideras.

Por otra parte, cuando se toman en consideración las cifras requeridas, que nos parecen voluminosas, como en el caso que nos ocupa, porque estamos acostumbrados a la austeridad como norma, y se comparan con otras usadas, y hasta dilapidadas, en proyectos que no conducen a nada o en operaciones de dudoso beneficio para la cosa pública, resulta que la inversión en ciencia y educación es ejemplar en cuanto a su rendimiento social a corto plazo, su capacidad para propiciar la movilidad social, la limpieza de su ejecución y sus implicaciones sobre el futuro de los ciudadanos. Y dejenme que les diga que éstos, no sé si por cálculo o por instinto, lo saben mejor de lo que a veces nos imaginamos.

Cayetano López es catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Madrid.

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