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Un corazón como una plaza de toros

La faena más emocionante de la temporada cuajó Pepín Liria. Y se la hizo a uno de los toros de mayor respeto y arboladura que hayan salido este año al ruedo de Las Ventas. Fue el sexto de la tarde, peleó con bronca mansedumbre en los primeros tercios, llegó al último buscando tablas y en esto que Pepín Liria se marchó decidido al centro del redondel, brindó al público en medio de la general sorpresa y desde allí mismo citó a la fiera. "¡Je, toro!". Y se arrancó el toro. Como, una locomotora se arrancó y al cambiarle el viaje el torero para pasárselo por la espalda, pegó un salto echando las manos por delante como correspondía a su catadura de toro manso, violento y malauva. No se inmutó el torero por eso, ni por el alarido de terror que pegó la plaza, y sin enmendarse ni un palmo dio tres pases por alto más. Y se dispuso a seguir toreando... Sólo un torero con un corazón como una plaza de toros podía resolver con ese arrojo y esa gallardía su única comparecencia en la feria, de donde habría de depender que se le abrieran las puertas de la fama y la fortuna.Y a punto estuvo de empezar abriendo la puerta grande. Llega a hacer similar faena con semejante toro cualquiera de las figuras, y le dan hasta el rabo. Pepín Lirla hubo de conformarse, en cambio, con una oreja. Una oreja en premio a su valor pero también a su torería pues consumado el alarde, citó al torazo con la verdad por delante, lo metió en la muleta aguantando las tarascadas y los atragantones, se jugó la vida en un breve ensayo de toreo al natural, abrochó las seriescon los pases de pecho, ayudados y trincherillas...

Aguirre / Jiménez, Fundi, Liria

Toros de Dolores Aguirre, con trapío, mansos y broncos; los dos primeros, encastados; 61 de imponente estampa, saludado con gran ovación. Pepín Jiménez: pinchazo, media ladeada y dos descabellos (pitos); cuatro pinchazos y se tumba el toro (bronca). Fundi: bajonazo (aplausos y algunos pitos); tres pinchazos y estocada corta trasera (silencio). Pepín Liria: pinchazo y estocada corta (ovación y también pitos cuando saluda); estocada perdiendo la muleta (oreja). Plaza de Las Ventas, 5 de junio. 23a corrida de feria. Lleno.

Lo que pudo pensar, temer, sufrir el torero en el transcurso de aquella faena espeluznante, se supone; en cambio se conoce el miedo que pasó el público en el tendido porque era palpable, nadie sosegaba, el que menos se echaba las manos a la cabeza. Y cuando Pepín Liria cobré el estocononazo encunándose en las astas, la plaza entera prorrumpió en un clamor para pedir la oreja que el torero había ganado a ley.

La actuación de Pepín Liria en el tercer toro, otro manso duro de pezuña, fue igualmente valerosa y torera, sacándole partido sin alivios ni concesiones. Y, sin embargo, parte del público estuvo corto en los olés y cicatero en los aplausos. Parte del público tenía tomado partido por los toros, y a ese tercero de la tarde lo ovacionó en el arrastre a pesar de su mansedumbre.

También ovacionaron al cuarto, un manso a la antigua de los que se aculan en tablas y no hay manera de sacarlos al tercio. Pepín Jiménez hubo de limitarse a matarlo y pasó las moraítas para meter el brazo por cima de aquella cabezota que derrotaba a la defensiva. De parecido color fueron las que hubo de superar Fundi intentando embarcar al quinto, que medía la embestida y se le venía encima.

Ambos toreros tuvieron, no obstante, sendos toros de encastada nobleza, y se les fueron sin torear. Excelente el primero, Pepín Jiménez le dio pases desconfiado; fiero el segundo, Fundi lo toreó violento y acelerado. "Cuando hay toros no hay toreros..." dice el refrán.

No habrá toreros pero sí una acorazada de picar, que da buena cuenta de ellos. La acorazada cargó con toda su potencia de fuego, acorraló a los animales contra las tablas y les metió hierro por los espinazos para. destruirlos. Los tercios de varas se convirtieron en una barbarie intolerable, en una repugnante carnicería. Pero no por eso los toros se cayeron. Al contrario de lo que ha venido sucediendo en tardes de figuras, soportaron pujantes toda la lidia y pedían guerra. Se comprende, en cierto modo. Porque hacía falta tener un corazón así de grande para fajarse con estos toros; y si llegan a echárselos a la figuras de la profesionalidad, la delicadeza y la finura, les da un deliquio.

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