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Tribuna
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Soldados maltratados

En España suceden demasiadas cosas raras en relación con las Fuerzas Armadas. Tantas que ya han causado a la institución daños tal vez irreparables. En los últimos días se han conocido cifras sobre insumisión y objeción de conciencia totalmente discordantes con las de los países de nuestro entorno, al igual que pasa con los importantes y sonoros respaldos que tales actitudes reciben. A la vez, ha saltado en Mallorca un nuevo escándalo sobre malos tratos. Habrá quien conecte ambas noticias y explique la primera basándose en la segunda. Otros apreciarán manipulaciones y montajes habituales. Dejando al recto y buen sentido enjuiciar nuestros problemas militares, centremos la atención en el tema de los maltratos a soldados.Aunque suene a humorada, esta cuestión tiene bastante que ver con ciertas películas. Una influencia exógena, sumada a determinados defectos estructurales, crea las circunstancias que dan lugar a conductas inadmisibles. Partamos del hecho de que los abusos y novatadas vejatorias que sufren algunos soldados de reemplazo -sobre todo en unidades de élite, como las compañías de operaciones especiales, paracaidistas y Legión- las cometen cabos y soldados veteranos, en muchos casos de reclutamiento obligatorio. Estamos ante un fenómeno relativamente reciente, como saben quienes cumplieron el servicio militar dos decenas de años atrás. Siempre hubo novatadas, pero casi nunca vejatorias. ¿A qué atribuir este cambio en la vida de los cuarteles?

Razones sociológicas aparte, pocos lectores no recordarán varias películas, protagonizadas por el cuerpo de marines norteamericano, que exaltan la dureza de su adiestramiento. El sargento de hierro, con Clint Eastwood, y Oficial y caballero, con Richard Gere, son dos ejemplos contemplados repetidamente en televisión. Historias un tanto exageradas, pero básicamente verídicas, acerca de cómo se instruye, allí y en otros ejércitos y países, a unos alistados voluntariamente, que cobran sueldos no despreciables y saben lo que les espera. Tales métodos de adiestramiento, concebidos para endurecer física y psicológicamente a tropas especiales, fueron más o menos copiados aquí. Dichas películas, proyectadas en vídeos de los cuarteles, causan impacto en soldados sin o con mínimos galones y carentes de otra autoridad que unos meses de veteranía. Impedir que se cometan abusos es misión de los mandos, que por edad y experiencia están, lógicamente, vacunados contra imitaciones estúpidas. Los mandos inmediatos al soldado, de capitán a sargento, han de vigilar la conducta de la tropa veterana, sobre todo al terminar la jornada y por las noches, momento ideal para tropelías. La pieza clave del sistema es el capitán, que, aun reuniendo las extraordinarias condiciones que se requieren en las unidades de él¡te, necesita la cooperación de los dos o tres tenientes y otros tantos sargentos que señalan las plantillas. Y en este punto aparecen los primeros defectos estructurales.

Con independencia de que muchas de estas plazas no estén regularmente cubiertas, la obligada escasez de tenientes de carrera sitúa en estos puestos a oficiales subalternos de otras procedencias, no siempre tan preparados como aquéllos. En cuanto a suboficiales, anglosajones y germánicos cuidaron tradicionalmente con esmero esta figura como nexo fundamental entre la tropa y la oficialidad. El quid de la personalidad del sargento reside en que antes de llegar a dicho empleo haya servido varios años como soldado, cabo y cabo primero, con lo cual "se las sabe todas" sobre la vida cuartelera. La Bundeswehr exige que incluso los oficiales de carrera sean previamente soldados durante un año. No conozco ningún Ejército serio en el que los sargentos ingresen directamente desde la vida civil. En España, hará unos 20 años, fue implantado este original sistema, que ha producido miles y miles de suboficiales no cuarteleados. No es que desconozcan el oficio ni que carezcan de cualidades, pero guardan poco parecido con aquellos viejos sargentos que, sin saber el teorema de Pitágoras, detectaban en un par de días a los soldados conflictivos y se las arreglaban para tenerlos a raya, de día y de noche, a lo largo de inacabables meses. El grave error lleva cuatro o cinco años en vía de enmienda, incrementando el acceso de cabos primero a la academia de suboficiales. El daño, sin embargo, tardará en corregirse.

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Otro defecto estructural estriba en nutrir las unidades especiales con tropa de reemplazo, nueve meses en filas, que lo solicite. La inmadurez de los 19 o 20 años acarrea multitud de problemas e inadaptaciones, por más que, gozando de buenas condiciones psicofísicas, pueden ser adiestrados. El sentido común ordena que estos soldados deben estar en filas dos, tres o más años. El objetivo prioritario de la imprescindible reforma militar española, acabar con el golpismo, fue dejando de lado la reorganización del servicio militar, ahora en marcha, pero escasa de presupuesto.

Expuesto todo esto, resultaría de interés compararlo con el diagnóstico emitido por el señor Anguita en estas páginas el pasado día 23, entrelazando "la concepción africanista de nuestro Ejército con modelos de tipo fascistoide". El diputado señor Romero redondeó dicho análisis añadiendo que "la Constitución no acaba de entrar en los cuarteles". Ignoro si tales despropósitos son de cosecha propia o proceden del asesoramiento técnico de cierto coronel expulsado y ebrio de resentimiento. En cualquier caso, pura demagogia.

es general. Ex director del Cesedén y de la Escuela de Estado Mayor.

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