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Tribuna
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La gran mirada humana

En la era de la mirada electrónica, el ojo estrictamente humano -veloz y directo como esos puñetazos a los que sigue una zona de sombra, un fundido en negro- de Buñuel se hace cada vez más penetrante. Una ojeada suya sobre un objeto desprovisto de significación, genera más signos en una pantalla que toneladas de celuloide repleto de todas las gamas de la actual epidemia de efectos especiales que cierra cada vez más al cine el acceso a la generalidad, o si se quiere a la universalidad.Murió -demasiado joven para su oficio- hace pocos años el último cineasta que se empeñó con pasión en ver qué hay más allá de los límites de la mirada humana. Era ruso, se llamaba Andrei Tarkovski y se quedó en el umbral de su aventura. Pero nos dejó un libro titulado Le temp scellé y en él murmuró desde su tumba una generosa queja: "No es posible llegar más allá de donde llegó Buñuel".

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Buñuel, el ojo del siglo

A medida que se aleja en el tiempo, la sombra del cineasta español -como les ocurre a los monolitos en los atardeceres de los desiertos- se alarga y se agiganta. Es el ojo de Buñuel cada vez más el Cine, con mayúscula. Y es por ello patético el ejercicio de impotencia llamado buñuelismo: la pretensión -no solo de aquel gran cineasta ruso, sino de colegas. suyos de inferior talla- de ocupar su hueco y heredar su herencia.

No hay mayor miopía que la de los ojos de una pléyade de cineastas que intentan, sin ser dueños de su ojo, ver a través de la mirada de Buñuel. Sólo los artistas superiores alcanzan la sencillez total -en cine la lograron Ford, Chaplin, Rossellini, Hawks, Dreyer, Renoir, Murnau, Welles, Mizoguchi y muy pocos más- y no hay mayor, ni por tanto más compleja, sencillez que la de Luis Buñuel. Ahora es cuando comenzamos a percibir que su fin fue otro nuevo comienzo del cine.

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