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Arte y belleza de Dios

La publicación de una obra cristiana sirvió al recientemente fallecido Anthony Burgess para reflexionar, en el que sería su úItimo texto, sobre la actitud del cristianismo ante la belleza, la sensualidad y el arte.

Wilfred Owen pensó en la vocación del sacerdocio antes que en la vocación poética o militar, pero se vio obligado a escribir al vicario de Dunsden, donde trabajaba como ayudante lego: "La vida cristiana no permite la imaginación, la sensación física, la filosofia estética". Gerard Manley Hopkins, un poeta de gran sensualidad que se convirtió al catolicismo en la diócesis protestante de Harries, previó su propio problema: "Oh paladar, que albergas el deseo del gusto, / No desees ser remojado con vino. / El envoltorio ha de ser dulce, y la corteza / Tan fresca como en un ayuno divino".El catolicismo filisteo de los años treinta que practicaban los sacerdotes de Maynooth, nuestros neutrales capellanes castrenses durante la guerra, hizo que muchos de nosotros nos alejáramos de la fe. El arte proporcionaba algo real, mientras que los castillos en el aire se desmoronaban. La belleza era un valor inmediato y no requería el patrocinio de Dios, fuera éste lo que fuera. Con construir la trinidad de la belleza, la verdad y la bondad, cuyo valor eterno difícilmente puede ponerse en duda, ya había algo que la AEC, si no el cuerpo de capellanes castrenses, podía ofrecer (al menos los educadores que no estaban comprometidos con el marxismo. Este, como el cristianismo, no ofrecía demasiado a la imaginación o a los sentidos).

En el primer capítulo de El arte y la belleza de Dios, Richard Harries, obispo de Oxford, dice que "sin la afirmación de la belleza no puede en último término haber fe, ni un Dios que merezca nuestro amor". Sabiamente, evita definir la belleza, de la misma manera que Aquino, antes de indicarnos, al estilo de Dostoievski, el acento emocional que supone ser consciente de la presencia de la belleza en el firmamento estrellado, el eterno romper de las olas o las extensiones de nieve siberiana. Así, en el siguiente capítulo, puede pasar a una especie de reducción racional, en la que lo bello se reconoce por la posesión de una forma, en la que el ideailismo platónico nos da la belleza como el arquetipo de lo bello y Dios termina siendo la imagen estética definitiva.

R. S. Thomas, en su largo poema The Minister, equipara el protestantismo con "una hábil castración del arte, de la canción y de la danza". "Habéis acabado con nuestro cuerpo y sólo nos habéis dejado/ La terrible impotencia del alma en un mundo cálido". Pero el protestantismo inglés (británico) ha sido una terrible aberración. "La peor expresión del cristianismo occidental ha sido moralista y áridamente intelectual". En el sentido más amplio, el catolicismo y la Iglesia ortodoxa han mantenido la fe. Si miramos con suficiente profundidad, veremos que la verdad, la belleza y la bondad -y otras excelencias menores como la prudencia y la discreción- se suman para formar una especie de elegancia espiritual. No podemos ser estéticos puros.

Probablemente tenemos que ser cristianos para poder aceptar un axioma como: "Porque ninguna forma, ninguna estructura, ningún conjunto de partes, ninguna sustancia que pueda tener peso, número o medida existe sino por esa palabra, a quien se le dice: "Tú ordenaste todas las cosas en medida, y en número, y en peso". Son palabras de san Agustín citando el versículo 20 del capítulo 11 del Libro de la sabiduría, un texto que satisfacía al intelecto medieval en un intento de fijar la belleza. Estamos retrocediendo mucho, pero el obispo de Oxford emite un juicio sobre el impulso creativo que nos hace humanos de forma muy parecida a la de san Agustín: "Los seres humanos, hechos a la imagen de Dios, participan en la creatividad divina. También nosotros tenemos la capacidad de ordenar la materia de forma creativa y bella. En particular, los artistas de todo tipo participan en la obra del artista divino dando forma a la materia rebelde. Hacen música a partir de sonidos rudimentarios y lenguaje a partir de balbuceos incoherentes. Dan forma a lo amorfo y al hacerlo reflejan la labor de la sabiduría eterna".

Si al equiparar a Dios con el benigno remolino de la creación parecemos negar la existencia del sufrimiento y del mal como responsabilidad innegable de Dios en el mundo, podríamos estar vendiendo a Dios de un plumazo o lo que es peor, negándonos a entender el aparente fracaso a la hora de cumplirlo. Puede discutirse sobre la coexistencia del mal y la belleza en el mundo a propósito del arte contemporáneo: Francis Bacon, Elie Wiesel, Primo Levi.

Siempre que tenga un partero adecuado, del holocausto puede nacer una belleza terrible. El arte no consiste en gatitos y florecitas. "Puede hacer bello lo que es terrible, puede hacer estéticamente atractivo algo que debería sobrecogernos".

Este libro es, como tiene que ser, una obra profundamente cristiana, y de hecho una autoridad. Un pastor protestante ortodoxo (o supervisor de los que alimentan a los rebaños) cumple con su obligación de explicar un punto complicado de la doctrina. Para los que fuimos educados en el catolicismo, tiene mucho que enseñar. Considero que se presagia una prueba de la existencia de Dios: pero por Dios, ¿para qué sirven la belleza (y la verdad y la bondad) si no llevan más allá de sí mismas?

En cualquier caso, se trata de un tratado elemental de teología estética de lo más entretenido. Debería hacer que muchas cosas en la prensa sensacionalista parezcan irremediablemente mezquinas y triviales. Defiende un planteamiento cristiano ante una taza de té o la interpretación de una sinfonía de Mahler. Cristo está tanto en la sala de conciertos como en el altar.

Copyright Anthony Burgess, 1993.

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