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Disparos y caricias musicales marcaron el concierto de Guns N'Roses en Madrid

Cerca de 40.000 personas asistieron a la actuación del grupo norteamericano

Mano dura y mano suave, disparos y recias caricias musicales fueron el tono que emarcó el concierto de Guns N'Roses anoche en Madrid. Cerca de 40.000 personasse dieron cita en el Vicente Calderón para asistir a la actuación del grupo de rock más potente surgido en los últimos años en Estados Unidos. No era homogéneo el público que quería ver a Guns N'Roses. Habíadesde niños, casi uniformados con camisetas de la banda, y con sus padres, hasta grupúsculos de macarras que podían asustar a las abuelitas, pero que no querían más que pasárselo tan bien como los niños.

Noche de contrastes la de ayer en el Vicente Calderón también entre los teloneros. El grupo californiano Suicidal Tendencies podían recibir todo tipo de adjetivos relacionados a la resistencia de materiales: martillear, demoler, perforar, explotar, pulverizar o aplastar serían igualmente adecuados para describir su actuación. Pero el público que a las 19.30 iba llenando el campo del estadio los recibió con la naturalidad de quien se enfrenta a los golpes de lo cotidiano.Brian May, ex integrante de Queen salió a escena con una actitud totalmente opuesta. Entró suave, con una balada, y los espectadores mucho más numerosos a esa hora le dieron una alegre bienvenida. Este veterano del pop-rock está rehaciendo su carrera en solitario y no ha vacilado en hacer de telonero a Guns N'Roses, un grupo que no ha ocultado nunca la gran deuda que tiene con Queen para inspirar sus inicios como banda. Pese a la previsible inclinación por la música de corte duro y radical de quienes acudieron a ver al grupo de Axl Rose, la gente aplaudió sobre todo los dulces temas de Brian May.

Después de una hora de espera, tras el segundo telonero, los admiradores de esta banda se mostraban muy impacientes. La antigua estrategia de la espera surtió efecto y la bienvenida a los primeros y vibrantes compases de It's so easy fue memorable.

El cantante Axl Rose apareció vestido de rojo con una imagen del asesino múltiple James Manson en el pecho. La sobriedad del escenario no hizo más que destacar la eficacia del juego de luces que acompañaba perfectamente a la intención de la banda.

El público estaba compuesto en buena parte por admiradores que conocían o balbuceaban casi todos los estribillos de las canciones más conocidas del grupo. Su menor inquietud era conocer el comienzo de la próxima interpretación para sacar de la memoria el inglés del disco.

Guns N'Roses tocan a pelo, pero el pelo no es solamente la rubia cabellera de Caperucita Roja Axl, sino la vida que le da la guitarra de Slash a los temas de este grupo. Slash parece dictar en secreto sus órdenes y sólo se destapa en momentos en que puede dar rienda suelta a los impulsos que le motivan su guitarra. Hubo momentos en que supo llevar suavemente a todos los presentes a su huerto privado. De todas maneras, Axl Rose es el centro de la acción. Se esperan sus desbandadas y esos ataques de voz al borde de la histeria que excitan a sus admiradores y los hacen exteriorizar toda su energía.

No obstante, no todo eran carreras y saltos en el cantante. A lo largo de uno o dos temas tomó asiento en un cómodo sillón alineado al frente del escenario con el resto del grupo para dar un cierto sentido de la intimidad.

Fue una breve excepción, entre los disparos y las caricias no cabe duda de que Axl Rose prefiere los primeros. Tuvo incluso algunas actitudes provocadoras que en la lejanía parecieron consistir en darle un mordisco a una pizza y después tirar la caja y los restos al público. Los de las primeras filas podrán confirmar este hecho. Tampoco se cortó el cantante e hizo un poco del teatro que lo ha hecho conocido al enfadarse y tirar el micrófono y el pie por el suelo del escenario o arrojar luego otro micrófono al público. Pero eso daba igual y Guns N'Roses siguieron adelante, alentando a esa jungla humana que se rendía a sus pies. Temas raudos y baladas a garganta rajada, y una suave brisa veraniega que puso el acento a un concierto tallado en carne humana.

Después de dos horas de concierto, el público reclamó los bises y la banda regresó al escenario sólo una vez más para terminar su concierto.

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