Trozos y destrozos
Tras Temple Drake y otras cobayas del mismo laboratorio, la ingente producción de Hollywood posterior a 1934 se sometió al detergente de Hays. El Hollywood libre pareció que se apagaba. Pero otras luces se encendieron: el ingenio de los cineastas se abrió paso en la escurridiza zona clandestina de la elipsis (esa, ímagen-anguila, capaz de crear en la imaginación imágenes invisibles) y el cine alcanzó cimas en el sublime arte del lenguaje indirecto.Fue un desquite subterránea de la pasión por la libertad. Mientras Hays se enzarzaba a tijeretazos a diestro y siniestro o en debates angélicos sobre qué palabra debía usar Clark Gable para despedir a Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó (el diabólico "Vete al carajo" previsto se quedó en un monacal "Me importa un bledo"), gentes como Sturges, Wilder y un ejército de inteligencias curtidas en la astucia y el conocimiento de la vida se adiestraron en meter goles a Hays. Los hay clamorosos, y podría escribirse un hermoso y divertido libro recopilándolos.
Los independientesHays siguió con su destrozo sin resistencia aparente, pero subterráneamente feroz. Hasta que le salió al camino un gallo de pelea: el loco, chulo y multimillonario Howard. Hughes, que se negó a que, en su película El forajido (1947), pegaran -tal como recomendó Hays- en las puntas del sostén de Jane Russell dos chapitas destinadas a aplastar los gallardos pezones de la dama. Le salía por fin a Hays un tipo con revólver desenfundado y ganas de camorra.
Fue un anuncio de sublevación. Cinco años después, Otto Preminger (que nunca perdonó el peinado a su Laura) se negó a que Hays tocara un solo fotograma de La luna es azul (1953). Rompió la baraja, exhibió su película sin sello y se fue a los tribunales de justicia. Así comenzó el otro gran invento resistencial, tan vital para la libertad del cine como la elipsis: la producción independiente, la que se negó a someterse al cerco de la MPAA, el off-Hollywood, sin más censura que la ley y sus jueces.
Se acabaron las salvajes mutilaciones -El esplendor de los Amberson, El círculo rojo del valor, La ciudad desnuda, Pasaje del noroeste, Ha nacido una estrella, La noche del cazador, Furia, Perdición, entre decenas- y el cine estadounidense se partió en dos: el encerrado en la ley gremial, y el off, el libre: desdoblamiento que, tras el beato rodillo de Reagan, no sólo pervive sino que se acentúa.