_
_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Fin de una crisis?

CUATRO LARGOS meses después de desencadenarse la crisis, Miquel Roca ha vuelto a su antigua responsabilidad como secretario general de Convergència Democrática de Catalunya (CDC). Lo ha hecho sin haber conseguido su único objetivo explícito: resituar en sus justos límites al socio menor de CDC, la democristiana Unió Democrática, dentro, de la coalición gobernante en la Generalitat, por la vía de limitar algunas de sus pretensiones de protagonismo, consideradas excesivas por el socio mayor. Roca ha vuelto sin haber avanzado tampoco en los (los asuntos tácitamente desencadenantes de tina crisis que se ha desarrollado con bastante opacidad: la clarificación sobre la estrategia del nacionalismo catalán en cuanto a la gobernabilidad de España (pactos de legislatura, coaliciones de gobierno o apoyos concretos respecto a lo que se prevé será, una minoría mayoritaria tras las próximas legislativas) y sobre el mismo liderazgo, compartido o no, del partido.En lo relativo a la estrategia de alianzas, el problema ha quedado, al menos, planteado como problema. Y la discrepancia, aunque difuminada en su explicitación pública, subrayada: mientras Pujol se aleja de la perspectiva de una coalición con el PSOE (prefiere el modelo de apoyos concretos a un Gobierno en minoría, como en la época de UCD), Roca se muestra partidario de una política de alianzas sólida y articulada. En cuanto al liderazgo, unipersonal o compartido, no cabe ignorar el voto de castigo al secretario general en su reelección, que se acerca al 30%; pero, en todo caso, se trata de un nivel de rechazo similar al recaudado por Pujol en las últimas votaciones del partido. En la aventura de esta crisis, Miquel Roca ha perdido también algunas de las competencias características de su cargo: la exclusividad de las relaciones del partido con los agentes económicos y con el Gobierno.

En este sentido, el planteamiento de la divergencia puede entenderse como un fracaso para sus objetivos del mes de octubre. Pero se trata de un fracaso relativo. También han fracasado las maniobras desarrolladas en la última fase de la crisis por los núcleos pujolistas más radicales, que pretendían el puro y simple abandono del dirigente nacionalista considerado más pragmático. El amplio apoyo obtenido por Roca en la votación ilustra suficientemente sobre ese otro fracaso. Ni el voto del aparato ni la confianza de determinados sectores socioeconómicos han permitido prescindir de lo que supone el roquismo en el nacionalismo catalán, y mucho menos eliminarlo. Y si al final, como siempre, todos dicen haber ganado porque han recompuesto la unidad sobre bases nuevas -más débiles-, también lo es que lo han hecho a costa de ceder, es decir, de haber perdido algo. Unos han cedido plataformas de poder y un poco de dignidad, como ha confesado el propio Roca. Los otros han venido a reconocer la imposibilidad del sueño de un partido monolítico, sin fisuras, sin debate, hegemonizado por un liderazgo nunca sometido a discusión.

La cultura de la discrepancia ha venido a instalarse en un partido democrático que amenazaba con convertirse en un movimiento político magmático, articulado únicamente en torno a un liderazgo muy personal. ¿Adónde conducirá esta nueva etapa? Lo cierto es que los grandes problemas, aunque apuntados, no están resueltos. Si las corrientes se han de convertir en tendencias articuladas, si serán absorbidas por las urgencias de la coyuntura, si encontrarán cauces para una cohabitación fructífera o si desembocarán en nuevos episodios de crisis... Todo eso es lo que no está escrito todavía.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_