Más dura será la caída
Los ejecutivos más poderosos de Norteamérica pierden sus puestos por la crisis industrial
Hubo un tiempo en el que los mandatarios del mundo viajaban en coches norteamericanos y las empresas estadounidenses dominaban el mundo capitalista sin encontrar impedimentos ni competencia. Si el fin político de la guerra fría estuvo marcado por la caída del muro de Berlín, la aparición de nuevas fuerzas económicas en el panorama del comercio internacional está ocasionando el derrumbamiento de los grandes símbolos del dominio empresarial norteamericano y destronando a los más poderosos ejecutivos del sistema.
Gigantes industriales como IBM, Sears, McDonell Douglas y General Motors intentan salir de una profunda crisis dejando por el camino a centenares de miles de personas sin trabajo, con un sentimiento de nostalgia por la era en la que fueron líderes indiscutibles en el mundo. Las empresas norteamericanas que baten en estos días sus récords de despidos y pérdidas saben que a pesar de que la confianza de los consumidores y que la economía aumenta más que en los últimos tres años, será dificil remontar los efectos del desempleo.El gestor Lee lacocca ha explicado en varias ocasiones este sentimiento diciendo: "cada vez que despido a un trabajador sé que estoy perdiendo a un potencial comprador para mis coches". Las cifras de recortes de empleo son escalofriantes y nadie duda que van a tener un efecto desmoralizador en la lenta recuperación económica norteamericana. Sin embargo, los trabajadores no se van a ir solos a casa. Con ellos acaba una generación de ejecutivos cuya gestión les ha convertido en malditos en los ambientes empresariales.
IBM va a despedir a 25.000 trabajadores este año, Sears a otros 50.000, Boeing a más de 10.000 y McDonell Douglas a 8.700. Estas cifras sumadas a las dificultades que atraviesan industrias como Eastman Kodak General Motors y Xerox marcan el Fin de una época.
Las empresas aeronáuticas McDonell Douglas y Boeing se resienten de la pérdida de contratos militares que la distensión mundial y la recesión ha provocado. Además, se ven afectados por la cancelación de compras de nuevos aparatos por parte de compañías aéreas comerciales que tratan a su vez de reducir gastos para superar sus dificultades económicas.
La crisis que afecta a los trabajadores no tiene rostro pero su efecto está arrastrando con virulencia a famosos ejecutivos que tras perder su status de intocables están siendo empujados fuera de sus sillones por sus directivos. Los analistas económicos no se ponen de acuerdo sobre hasta qué punto se puede culpar a los presidentes de las grandes empresas de sus pérdidas. Para algunos los efectos de la recesión y de la competencia de Japón, Alemania y otras empresas norteamericanas con estructuras más jóvenes, era inevitable.
Gigantes desmoronados
El resultado es que los más importantes puestos empresariales están vacantes, pero acceder a ellos ya no es un regalo de los dioses. Aceptar la responsabilidad de cualquiera de estas presidencias supone enfrentarse al reto de levantar a un gigante desmoronado con pérdidas tan descomunales como para que dificulten su capacidad de maniobra y agilidad en el nuevo órden económico.Cuando John Akers accedió a la presidencia de IBM en 1985, parecía que llegaba al mejor puesto de trabajo del mundo, su empresa acababa de ganar 6.600 millones de dólares y las perspectivas eran más que optimistas. Siete años después, este ejecutivo de 58 años, ha caído estrepitosamente por no haber sabido reestructurar a tiempo la estructura multinacional de IBM. Akers es la víctima visible de la incapacidad de IBM para adecuarse a la competencia japonesa y de otras empresas norteamericanas más jóvenes que han ido ganando paulatinamente mercado hasta hacerle perder 5.000 millones de dólares. El hasta ahora envidiado Akers verá su nombre relacionado para siempre con el de una empresa que durante su presidencia pasó de ser una de las compañías más rentables del mundo a batir el récord de pérdidas de la historia empresarial norteamericana.
El presidente de Sears, Edward A. Brennan, también ha caído en desgracia por haber permitido que su negocio fuera arrebatado por sus competidores Kniart, Walmart, Talbots y L.L Bean. A Brennan se le reprocha que no tuviera la suficiente visión de futuro como para informatizar sus servicios y adecuar el tradicional negocio de almacenes a la misma velocidad que sus competidores. Un analista de Maxell Sroge resumía la difícil posición en la que el presidente de Sears se encuentra diciendo: "Ed Brennan va a despedir a 50.000 trabajadores, creo que debería pensarlo mejor y subir la cifra hasta 50.001 ". Brennan decidió hace unos días cerrar el departamento de venta por correo de Sears, acabando con una institución simbólica del sistema americano y otros 16.000 puestos de trabajo adicionales. El Catálogo de Sears, lanzado a principios de siglo, era tan familiar en los hogares rurales norteamericanos como la guía de teléfonos.
El Consejo de Westinghouse también ha retirado su apoyo a su presidente, Paul Lego, que fue forzado a dimitir la semana pasada tras ser testigo de la peor crisis de la historia de la empresa.
El presidente de General Motors, Roger Smith, que se vió forzado a dimitir hace unos meses después de que la cadena de despidos de la empresa acabara con la actividad de pueblos enteros, también abandonará el puesto del Consejo con el que fue recompensado. Smith, como otros ejecutivos, se queda con las espaldas cubiertas al mantener su puesto de consejero en Johnson and Johnson, Pepsico y Citicorp.
El presidente de la compañía American Express, James Robinson, tampoco ha podido evitar las consecuencias de la crisis y es la última víctima.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.