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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Zarzuela fina

Es una zarzuela, pero fina. Parece que se llama comedia musical lo que no alcanza unos niveles musicales, los moderniza o tiene una estructura más suelta. O, como en Los miserables, a la ópera con menos rigor de voz y cierto tono pop. Zarzuela al fin, su finura le viene de muchas cosas, a partir de, naturalmente, Antonio Gala. Ha escrito una historia itinerante, más o menos también como la de Los miserables, donde Javert persigue a Valjean a lo largo de Francia; aquí, el conde de Aldaba persigue a una cómica para llevarla a la cama del rey; como son chico y chica, al final están enamorados y se van a la India. Corren por España: desde Valladolid, donde nació Concha, a Córdoba, tierra de adopción de Antonio, pasando por Madrid, capital cultural, para terminar en Sevilla, ciudad donde se ha estrenado en la Expo, pasando por Madrid, capital cultural. Gozosas coincidencias.

La truhana

Antonio Gala. Música: Juan Cánovas. Intérpretes: Concha Velasco, Juan Carlos Naya, Fernando Conde, José Cerro, Lorenzo Valverde, Natalla Duarte, José Navarro, José Subiza, Francisco Merino, Joaquín Molina, Candy Román. Con la colaboración especial de Margarita García-Ortega. Escenografia: Andrea d'Odorico. Diseño de luces: Josep Solves. Coreografia: José Antonio. Figurines y Dirección: Miguel Narros. Teatro Calderón. Madrid, 8 de octubre.

Salteadora y blasfema

La cómica no es una María Goretti; más bien salteadora, blasfema, amatoria, con lo que traza su biografía de protagonista de la picaresca. Su resistencia al rey es una muestra de libertad y de miedo. Todo está organizado en una sucesión de cuadros de huida, de encuentros con diversas situaciones y nueva escapatoria. Y dialogado con refranes, dichos, coplillas, dimes y diretes, pullas y vayas; un lenguaje deslenguado, una frescura de réplicas impertinentes, con su juego anticlerical y sexual. Este pastiche arcaizante y popularista -como es toda la obra-, como una antología, crea un divertido clima idiomático, aunque a la larga fatiga. Como todo. Nada tiende aquí a lo breve. Hay más finuras en la zarzuela: Narros, después de Gala, con sus bellísimo figurines, y con la dirección, sobre todo, de las masas, aunque en ello intervenga una excelente coreografia de José Antonio con un ballet excelente para este tipo de, espectáculos: quizá lo mejor de la buena terminación de la obra. Y está Concha Velasco que, diga lo que diga, haga lo que haga, nunca estará obscena ni ordinaria; que sobrepone su condición de buenísima actriz a la de estrella, o ,primera figura de musical. Se agota, trabajando, en el escenario: y no deja de brillar un solo momento. Y tiene a su lado otras figuras de la escena, como Naya o la inimitable Tote García Ortega -la más aplaudida al final: como un homenaje-, o Paco Merino, o... todo el buen reparto. La música no llegará a famosa, ni su sonoridad -el micrófono y la pregrabación, aunque las voces estén en directo, siempre lo falsean todo-, ni su orquestación, pero sirve con sus aires españoles variados a la zarzuela. De todas maneras, cuando entra un cuadro flamenco, con sus cantaores y sus bailaoras, todo sube de punto y de calidad: de lo popularista a lo popular. El público lo siente y responde a ello.Es un espectáculo bien terminado (me refiero a su etiqueta de calidad, no a su final, que llega demasiado tarde y es demasiado convencional, aunque todo lo sea en este teatro), bien hecho. Con entusiasmo para el público; si en la segunda parte parece aplaudir menos es porque está agotado, y reserva para el final sus mejores gritos y hasta sus zapateados de bulerías que suenan bien en las viejas maderas del Calderón. Hablaron: Concha para agradecer a los de dentro su trabajo, que efectivamente resultó exacto, y Gala para agradecerles a todos su esfuerzo, y al público su indudable adhesión. Pero exageró su entusiasmo al decir que este espectáculo hacemucho mas bien a España que el Gobierno. Sin cuyas instituciones, invocadas en la obra escrita para resaltar el centenario, con su carabela final y su viaje a las Indias, no habría tal espectáculo. Otros podremos reprochar el despilfarro en esta época ruinosa, pero no parece que los creadores de esta zarzuela estén en condiciones morales de hacerlo. Pero el entusiasmo del éxito, y de haber conseguido llegar al final de la representación, y la autoadmiración, puede explicar el aparente cinismo.

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