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Tribuna
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Sentido histórico y sentido del ridículo

Supongo que será dificil que lo entiendan los más jóvenes, y no hablemos ya de las generaciones venideras, pero una razón importante por la que buena parte de la mejor inteligencia española de los años cincuenta se comprometió políticamente contra el franquismo fue la fealdad cutre y a la vez jactanciosa, asquerosa y bajo palio, ridícula y sin embargo cruel, que tenía aquel régimen, siempre como recién salido de una zarzuela mala. A nadie que buscara el código de la belleza le podía satisfacer aquella fantochada, y de la misma manera que Pasolini descubrió la mentira del fascismo leyendo a Rimbaud, la promoción de Juan García Hortelano o llevaba metralla de guerra heredada en la sangre o tenía los ojos heridos por el truculento espectáculo que cotidianamente daban los vencedores, y sobre todo aquel director de orquesta que se ponía de puntillas para lanzar su vocecilla por encima de los paredones y las fosas comunes.Los escritores del llamado realismo social español padecieron las estribaciones de la discusión democrática sobre el mandarinato de los intelectuales, y a pesar de que buena parte de la militancia intelectual comunista de Europa ya estaba entonces en crisis de militancia, ¿dónde se iba a militar en España, si el único partido que no se tomaba vacaciones ni practicaba el arte del no pero sí o el sí pero no era el PCE? Ahora bien. Conocí a García Hortelano una noche de mayo del año 1962, en Barcelona, después de un mitin de escritores en solidaridad con las huelgas de Asturias, seguido de una manifestación que solamente secundamos el centenar y pico de estudiantes comprometidos en todo el distrito universitario de Barcelona.

Recuerdo 30 años más jóvenes a Zúñiga, Gabriel Celaya, García Hortelano, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma... Luego salimos a la calle los estudiantes con un voluntarismo de consigna a lidiar contra los grises y los seguidores del Barça, que mucho presumir de progresistas, pero cuando tratamos de atravesar su tertulia de Rambla de Canaletas procuraban hacernos la zancadilla. Juan García Hortelano vino con nosotros y se sentó en una terraza de las Ramblas, donde departió con algunos y le fui presentado como compañero de viaje y de ambición literaria.

Rigor literario

García Hortelano, aquella noche estuvo divertidamente comprometido y aleccionador. No daba el escorzo del intelectual mesiánico convencido de que sus palabras cambiarán la historia, y el que lea hoy su escritura de entonces, Nuevas amistades o Tormenta de verano, descubrirá el origen de algo que luego los críticos han llamado rigor literario, al servicio de un compromiso eminentemente literario, en el que el material ideológico y político no desligaba de la unidad de la propuesta. García Hortelano fue uno de los que se dieron cuenta de que el escritor es un profeta seriamente desarmado, y lo asumió aunque el descubrimiento pudiera actuar como un lastre contra el optimismo de la voluntad.

Tal vez por esa relativización original, Juan nunca hizo el ridículo como militante, ni se prestó a ese ridículo en el que suelen militar muchos renegados. A lo largo de los años me lo fui encontrando como amigo o amigo de mis amigos, como escritor o como compañero de compromiso, y siempre fue el mismo espíritu atemperado e irónico, tierno con los profetas, vinieran de donde vinieran, incluso con la compleja zoología de los profetas ex.

Me hubiera gustado hablar de mi redescubrimiento literario de García Hortelano, que puso en crisis mis anteriores rechazos del llamado realismo social, uno de esos fantasmas literarios que tienen muy poca cosa dentro de la sábana. García Hortelano era un escritor esencialmente vanguardista, en los años cincuenta, en su relativamente largo tiempo de casi silencio y cuando reapareció contra corriente, en aquella sociedad literaria de los setenta ocupada por el caligulato de las artes y las letras. Pero me han pedido, sin duda por asociación de ideas y siluetas, que glose al escritor comprometido, al escritor militante que recientemente aún paseaba su carpeta de asambleario por un sarao de rojos: "Ya ves, Manolo. El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra". Pero me consta que le encantaba estar rodeado de gentes que no pensasen como él, sano ejercicio de desintoxicación que sólo requería que los otros fueran tan amables e inteligentes como él.

Tenía en su poder el único ejemplar de mi primer y horroroso libro de poemas. Destruidas todas las copias, más de una vez le pedí que me devolviera o quemara aquel bodrio. Maliciosamente me contestaba que así me tenía en su poder, y finalmente, con los años, me di cuenta de que era todo un privilegio. Es tan difícil que un gran escritor sea además un gran ser humano.

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