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La historia y las últimas tendencias presiden el certamen vizcaino

En la sala de arte contemporáneo del museo de la capital vizcaína se celebra, desde el día 12 hasta el 26, la undécima edición del Festival de Música del Siglo XX, que patrocina- la Caja Bilbao-Vizcaya (BBK) y dirige el compositor Jesús Villarrojo.- Ya es acertada la orientación del certamen, que no se ciñe al aquí y ahora, sino que lo sitúa dentro del amplio panorama del ciclo que acaba. Así, junto a los clásicos moder nos, españoles y extranjeros -Toldrá, Montsalvatge, Shostakovich, Petrasi, Pou lenc- aparecen las diversas tendencias actuales: Reverdy, Peixinho, Bernaola, García Abril, Balada, Marco, Prieto, Otero, Rafael Díaz, Iratxe Arrieta, Imanol Bageneta, An tonio Lauzurika, Luis de Pa blo, Bertomeu, Cruz de Castro y el propio Villarrojo. A los conciertos se añaden semifia rios y conferencias sobre pro blemas candentes de la música de hoy.El público, de una amplitud desusada cuando las, series son especializadas, sigue con interés esta muestra musical, de la que tuvimos un claro ejemplo en el concierto ofrecido por el grupo Lim, que dirige Villarrojo. El patriarca délos autores selecci 0 nados era Xavier Montsalvatge, que unió su Balada a Dulcineq y su Ritornello, para trío con piano, a un Diálogo.con Mompou, para formar un todo coherente, equilibrado, bien trazado y con algunos ecos del antillanismo que el autor practicara en su primera época.

Si al trío añadimos el clarinete, tendremos la formación a la que Balada dedicó su Cuatris, influido por un pensamiento geométrico, pero, en todo caso, escrito con dominio, precisión y'transparencia, lo que sucederá, dentro de su pensamiento peculiar, con el trío Homenaje a Mompou, de Antón García Abril, una de sus mejores páginas de cámara, o en otro ángulo estético, con el Homenaje a Bela Bartok de Bernaola, en el que emplea motivos populares de su patria chica, Ochandiano, que sobrenadan en un contexto estructural, mínimamente repetitivo y expresivo de una ideología personal y madurada.

En fin, Tomás Marco, en su tercer trío concertante, Aecuatorialis, cultiva con la inteligencia que le caracteriza una simplicidad tan evidente como apartada de cualquier minimalismo dentro de una manera concertante que se refiere más a la integración de los diversos sonidos instrumentales que a ninguna fórmula histórica.

La audición de esta música, tan ricamente diferenciada,, en un ambiente como el del museo bilbaíno, en el que brillan las formas y colores de las escuelas pictóricas actuales, adquiere mayor relieve. Se trata, una vez más, del buscado diálogo de las artes, todas ellas obedientes, a pesar de su distinta naturaleza, a unos impulsos y aspiraciones paralelos, cuando no coincidentes. Las versiones de Salvador Puig, Jelús Villarrojo, José María Mafiero y Gerardb López Laguna fueron excelentes .

La altura de Martha Argerich y Mischa Maisky

Quedan todavía en España algunas sociedades filarmónicas que, como la bilbaína, mantienen sus actividades dentro de un tono brillante y evolucionado, como lo demuestra la inclusión de la serie de cuartetos de Bela Bartók en las versiones del conjunto Takacs. La Filarmónica goza de una de las más bellas salas de nuestro país y también de mas pura y limpia acústica.Mientras se desarrollaba en el museo el ciclo de música del siglo XX, pudimos padecer de envidia ante un concierto excepcional que no hemos tenido en Madrid: el de sonatas beethoveniarías para piano y violonchelo interpretadas por Martha Argerich y Mischa Maisky. Y es el caso que se trata de uno de los momentos de música más alta que hemos podido gozar en toda la temporada.

El dúo, por el valor de cada uno de sus componentes y la admirable labor de conjunto, con.sigue versiones antológi. cas. Para nadie es un secreto la grandeza de la técnica y el arte de -la Argerich, nombre clave en el pianismo contemporáneo, a la que se suma el valer de Maisky (Riga, 1.948), quien tuvo el privilegio de un doble discipulaje., el de Piatigorsky y el de Rostropovich.

Como debe ser, no se trató de un dúo, sino de un único instrumento de dos cabezas sometidas a una idea compartida en lo conceptual y en lo sonoro, en lo constructivo y en lo expresivo. Pocas veces como ante el dúo Argerich-Maisky desaparece-de nuestro ánimo la sensación de enfrentamiento, casi de imposible integración, entre un instrumento de n4turaleza percutiva, como es el piano, y otro de ligada potencia cantable. Enriquecidas por mil matices, todos ellos de buena ley y ninguno buscador del efecto exterior, las sonatas segunda, tercera y quinta nos trajeron en su integridad más depurada la lírica y dramática belleza de la música de Beethoven, del que, a modo de propina, ofrecieron los dos grandes artistas las Variaciones sobre un tema de Haendel, nueva razón para que se multiplicaran las ovaciones.

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