La experiencia de la libertad
El recuento del siglo XX es estremecedor: dos guerras mundiales, el nazismo y el comunismo, sus campos de concentración, sus millones de víctimas y, durante años y años suspendida sobre nuestras cabezas, la amenaza de un conflicto nuclear que habría puesto fin a la civilización y aun a la especie humana y a la vida misma en el planeta. De pronto, en un extremo de Europa, allí donde el totalitarismo comunista parecía haber impuesto un crepúsculo permanente, el horizonte comenzó a despejarse. Hoy vivimos el alba de la libertad. La importancia de este encuentro consiste precisamente en que un grupo de intelectuales independientes de Europa y de América se ha reunido para deliberar, en libre diálogo, sobre lo que será sin duda la tarea más urgente de los tiempos que vienen, a menos que la historia no vuelva a sorprendernos con alguno de sus crueles cambios. ¿Cómo construir la casa universal de la libertad? Algunos nos dicen: ¿no olvidan ustedes a la justicia? Respondo: la libertad, para realizarse plenamente, es inseparable de la justicia. La libertad sin justicia degenera en anarquía y termina en despotismo. Pero asimismo sin libertad no hay verdadera justicia.La importancia de este debate internacional ha sido doble: intelectual y moral. Intelectual por la calidad de los participantes, todos ellos notables en sus respectivos dominios y especialidades; moral porque todos han sido combatientes de la libertad. Muchos entre ellos han sido víctimas d e los nazis y de los comunistas, han conocido sus campos de concentración y sus cárceles o han sufrido largos años de destierro. Todos han sido insultados por la propaganda comunista, como hoy lo hemos sido, en cierta prensa mexicana, por escritores y periodistas que nos han llamado, con poco escrupulosa incontinencia verbal, fascistas e incluso estalinistas. Son gente que tiene tan larga la lengua como corto el entendimiento. Nuestro encuentro se ha caracterizado por la diversidad de las opiniones y los criterios. Abundaron las discrepancias y las divergencias. Ha sido un signo de salud intelectual y moral: la uniformidad es la muerte del espíritu, la petrificación del pensamiento. Sin embargo, creo que nuestras coincidencias no han sido menos grandes y decisivas que nuestras diferencias. Mencionaré las que me parecen esenciales.
Democracia
En primer término, la afirmación de la democracia como la única forma de convivencia política civilizada. Creemos en la soberanía popular, en la elección libre de las autoridades y en un régimen de derecho que preserve a la sociedad lo mismo de la tiranía de un hombre o de una oligarquía que del despotismo de la mayoría; es decir, que salvaguarde los derechos de las minorías y de los individuos. La democracia económica es el necesario complemento de la democracia política.
El mercado libre es el sistema mejor -tal vez el único- para asegurar el desarrollo económico de las sociedades y el bienestar de las mayorías. Así como las libertades políticas, en regímenes democráticos, implican el respeto a los derechos de las minorías y de los individuos, el libre juego de las fuerzas económicas -liberado de la voluntad arbitraria del Estado tanto como de los monopolios privados- debe estar regido por la ley y por la sociedad misma; es decir, por los productores, los intermediarios y los consumidores. El mercado no puede ser un simple y ciego mecanismo, sino que es el resultado de un acuerdo colectivo. El mercado es una de las expresiones del pacto social. Creo no equivocarme si digo que la mayoría entre nosotros está a igual distancia del Estado-patrón y del laissez- faire absoluto.
En la esfera de la cultura, todos nosotros afirmamos la libertad de pensar, escribir y publicar obras literarias. Una libertad que se extiende a las otras artes. La literatura moderna nació en el siglo XVIII frente a las pretensiones del Estado absolutista y de las distintas iglesias; en el siglo XIX, no sin eclipses, la literatura libre creció e hizo la descripción y la crítica de los poderes establecidos y de las mentiras e ilusiones de la sociedad civilizada. El siglo XX ha sido un siglo de grandes creaciones literarias y de un osado pensamiento filosófico y científico, pero también ha sido el de las grandes persecuciones intelectuales y artísticas, sobre todo por los dos grandes, intolerantes y crueles totalitarismos. La segunda guerra acabó con el nazismo. La revolución pacífica de los pueblos de la Unión Soviética y de Europa central ha derribado la pirámide burocrática comunista.
Peligros
Esta inmensa y gran victoria contra el sistema totalitario no debe cerrar nuestros ojos ante otros peligros. La literatura moderna no está a salvo de graves amenazas. Pienso en la solapada dominación del dinero y el comercio en el mundo del arte y la literatura. Las leyes del mercado no son estrictamente aplicables a la literatura, al pensamiento y al arte. Las grandes obras de nuestra civilización han sido casi siempre obras marginales o subversivas, dirigidas a una minoría, obras que encontraron indiferencia o aun oposición cuando aparecieron. La7 salud de una literatura -es decir, de una civilización depende de la variedad y la singularidad de sus voces, personalidades y corrientes.
Las potencias meramente comerciales, regidas por el criterio del éxito y la venta, tienden a la uniformidad, máscara de la muerte. La historia de la literatura, del pensamiento y del arte moderno es inseparable de la historia de las libertades públicas. Allí donde perece la libertad, el pensamiento y la literatura perecen. La libertad es la sangre invisible que anima a la literatura y a la sociedad entera.
Babelia
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