El acaloramiento llegó al final
La sesión parlamentaria de ayer discurría en un tono extrañamente comedido hasta que el vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, después de escuchar un chaparrón de reproches, subió por segunda vez a la tribuna de oradores armado con una voluminosa carpeta que conte nía cartas, informes y notas tan to manuscritas como mecano grafiadas. Esta segunda intervención de Guerra fue la que sacó a los diputados socialistas de un cierto amedrentamiento y les hizo animarse a alentar a su vicesecretario general de forma sonora. Reacción idéntica se produjo en el Grupo Popular cuyos diputados abuchearon a Guerra en numerosas ocasiones en contraste siempre con el gesto circunspecto de su líder, José María Aznar, que simplemente cabeceaba en señal de consternación. En esta ocasión la gran expectación que había provocado el anuncio de este debate no se reflejó en absoluto durante las tres primeras horas de sesión, ya que un silencio casi sepulcral reinó en el hemiciclo, así como en los bancos de público invitado.Todo el equipo de la Moncloa estaba presente, tales como Roberto Dorado y Rafael Delgado, así como el ex presidente de la Junta de Castilla y León, Demetrio Madrid, que fue citado por el vicepresidente como otro ejemplo de un socialista que había sido condenado por los medios políticos antes de ser juzgado por los tribunales. La delegada del Gobierno en Madrid, Ana Tutor, también asistió al debate.
El único incidente lo produjo el eurodiputado José María Ruiz-Mateos, que pretendió sin éxito asistir al debate, ya que una vez que miembros de los servicios de la Cámara se percataron de la presencia de éste en el patio y su intención de acceder al hemiciclo, le recordaron que los núembros del Parlamento Europeo sólo podían asistir a los debates desde la tribuna de público y Ruiz Mateos no había solicitado invitación.
