Los muertos los pone el pueblo
En Perú, su patria y la mía, los escuadrones de la muerte han amenazado a Cecilia Olea, feminista comprometida en la lucha por la libertad y la paz en su país. La llamada a la solidaridad que sus compañeras me hicieron, y que lancé desde este mismo espacio hace unas semanas, no ha tenido entre mis compatriotas más eco que provocar la burla compasiva de Fernando Savater en su último artículo, Polish precedem (si debo sentirme aludida en su calificativo de la exorcista). Y como Savater es un hombre informado, no cabe duda de que él debe saber más que yo de los dolores, esperanzas y desesperanzas de los pueblos del Tercer Mundo, y en especial de América Latina. Pero una no se desanima nunca, fundamentalmente porque todavía no está sorda a las llamadas de los ingenuos (y de las ingenuas, por supuesto) del mundo -por algo es hija y nieta de internacionalistas- y continúa con la tenacidad de los oprimidos -al fin y al cabo es la única arma que nos queda- lanzando sus exorcismos, que no son más que repetición de aquellos que las feministas peruanas y el pueblo nicaragüense, y los campesinos bolivianos y filipinos y guatemaltecos, nos envían a todos, demostrando con ello su falta de lucidez de siempre.Dice Savater que los narcotraficantes que asesinan al líder liberal Luis Carlos Galán están de acuerdo con la guerrilla, y Savater es un hombre informado. Por ello, los 900 dirigentes políticos y sindicales pertenecientes a la Unión del Pueblo de Colombia asesinados en los últimos tres años, después de haber abandonado la lucha armada para integrarse en la vida política democrática, y los miles de campesinos muertos y enterrados en fosas comunes en El Salvador y en Guatemala, deben ser sólo ecos de los exorcismos lanzados por los brujos de sus tribus, y ecos únicamente, ya que ni nombre tienen para poder citarlos. Hasta los cadáveres de los periodistas hallados en Ayacucho, y que la comisión presidida por el excelso defensor de las libertades bancarias Mario Vargas Llosa decidió que habían sido asesinados por los mismos campesinos que comían y charlaban con ellos amigablemente unos minutos antes, deben, como los muertos de Don Juan Tenorio, gozar de buena salud.
Por supuesto, todos sabemos que un muerto liberal vale mucho más que decenas o centenares o miles de esos seres despreciables que pertenecen al pueblo, y que por no tener no tienen ni nombre para escribirlo en su epitafio. Por ello se ha desencadenado ahora, y no antes, la guerra contra los narcotraficantes, que 20 años matando campesinos y comunistas y sindicalistas no es nada. Por ello, bien nos enteramos de cómo fue necesario que en Nicaragua asesinaran a un periodista estadounidense para que el Pentágono de EE UU -ese tradicional defensor de las libertades en América Latina- dejara de apoyar a Somoza, que los 50.000 muertos que había acarreado hasta aquel momento la guerra no valían nada. Y por eso, porque los muertos nicaragüenses valen tan poco, el señor Reagan siguió armando a los "luchadores de la libertad", conocidos por la contra, para que siguieran matando campesinos y mujeres y niños nicaragüenses, que como pueblo anónímo que son 15.000 no valen lo que un solo dirigente liberal o un periodista de país desarrollado con nombre y dos apellidos.
La causa de los desamparados del mundo es cierto que está mal defendida por casi todos, como tan bien resalta Savater, que es un hombre bien informado, y suele estarlo peor cuando a los primeros intentos de un pueblo por reconstruir su propio país, tras siglos de desmanes de sátrapas a lo Somoza y a lo Haile Selassie y a lo Trujillo, se le envían los ejércitos de "luchadores por la libertad", pagados con los fondos de las agencias especializadas en la "defensa de la democracia", a matar campesinos, incendiar cosechas y minar puertos. Y si a pesar de los miles de cadáveres y de heridos y de viudas y de huérfanos no pueden a veces ganar las guerras, por lo menos siempre habrán arruinado el país, lo que suele ser muy conveniente para hacer avanzar notablemente la causa de los desamparados de este mundo, y en especial de aquellos liberados del terror marxista por los paladines del capitalismo. Ese sistema tan superior a todos que se caracteriza precisamente por el respeto a los asuntos internos de los otros Estados -como se vio en el Irangate-, incluidos los del propio -como se demostró en el Watergate-, por la defensa de los derechos humanos, que ya se sabe que nunca se utiliza la tortura, ni las desapariciones, ni los fondos reservados para resolver los inconvenientes derivados de interrogatorios demasiado insistentes, y, sobre todo, donde el mejor reparto de los bienes de la tierra lleva a la mayor igualdad y felicidad a los beneficiados por él.
Precisamente ése fue el caso de Venezuela, donde, como Savater sabe por estar tan bien informado, después de 40 años de disfrute de una democracia burguesa y de un sistema económico capitalista paradisiaco, las masas hambrientas se lanzaron a asaltar las tiendas en una de esas muestras de insania popular a que nos tiene acostumbrados la gentuza que constituye la chusma. Claro que 2.000 muertos venezolanos anónimos, matados por las fuerzas del orden y no por criminales narcotraficantes, nunca pueden tener el mismo valor que un ilustre liberal con nombre y dos apellidos.
En este aniversario de la Declaración de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, esa organización dedicada también a lanzar sus exorcismos como inútil ejercicio de obcecación, hablaba de los 15.000 campesinos asesinados en Colombia, en Guatemala, en El Salvador, por las fuerzas del orden, por el ejército, por los grupos paramilitares, todos "luchadores por la libertad", esa que tan bien defiende el capitalismo. Amnistía Internacional, siguiendo con sus estúpidos exorcismos que debería llevarse el diablo, añadía que la tortura era práctica corriente por la policía de 60 países, incluso en muchos en los que el odioso sistema marxista-leninista no sólo no ha imperado nunca, sino que constituyen la vanguardia del desarrollo capitalista.
Pero Fernando Savater, que sin duda es un hombre bien informado y nunca confunde el culo con las témporas, y se permite distinguir muy bien entre reacción y proceso, sabe que los muertos siempre los pone el pueblo, lo que le parece perfecto -aunque sea mejorable- porque al fin y al cabo ésos son muertos anónimos, a los que no se puede citar con nombre y dos apellidos, ni recordar su amistad con importantes próceres dedicados a la política para salvar la libertad de la banca, que al fin y al cabo todos sabemos que es primordial para hacer avanzar la causa de los desamparados. A veces también matan al exorcista, incluso cuando ha abandonado las metralletas, como los periodistas, profesores y dirigentes sindicales y políticos de la Unión del Pueblo colombiana. Porque no es el diablo ya quien se lleva por delante a los exorcistas, sino los escuadrones de la muerte.
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