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Tribuna:CICLISMO / TOUR DE FRANCIA
Tribuna
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El 'blues del autobús'

Santiago Segurola

Padezco una invencible fobia a los aviones, así que me he labrado en el asfalto un convincente historial de colisiones y fracturas. Los peligros de la carretera no han reducido mi apego a la tierra. Esta fijación terrena me exige gestas heroicas, intrépidas decisiones que me obligan a dejar parte de mis anhelos por un billete de autobús y cinco amenazantes horas por la N-1.La última renuncia sublime coincidió con la etapa de Alpe d'Huez. Allí tenía depositado mi corazón y mi ánimo. Con Perico. Pero las compañías de autobuses no entienden de demoras románticas. El coloso motorizado salió puntual y veloz de la estación, con este pasajero atribulado por la suerte de¡ campeón y los comentarios de Tamargo.

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Estas expediciones mesetarias acostumbran a dotarse de una atmósfera colorista y abigarrada, un pandemonio de furrieles, niños lastimeros, madres facundas y trashumantes vocacionales. Esta vez el viaje tuvo el carácter extravagantes de los sucesos irrepetibles. De repente la radio comenzó a tronar las frenéticas peroratas de los enviados especiales al Tour y, también de repente, el pasaje se sumió en una quietud solemne, el silencio sagrado que exige un concierto de Rostropovich o las mejores escenas de Hitchcok.

Ansiedad

En realidad la catalepsia comunitaria era deudora del mejor Hitchcock. Las legendarias curvas numeradas de Alpe d'Huez comenzaron a desgranarse en nuestro estómago con la misma ansiedad angustiosa que provocaban las peripecias finales de Cary Grant en Con la muerte en los talones. Y siguiendo los designios del maestro inglés, la escalada de ansiedad y temor crecía con el lento descuento de aquellos recodos alpinos, entregados como estábamos al deseo de una embestida incontenible de Perico. Nada parecía moverse en el autobús, como no fueran los dedos nerviosos de los poseedores de las radios de bolsillo, en busca de mejores pronósticos en tal o cual emisora.

La fractura de nuestros sueños se consumó con el ataque de Fignon, una afrenta que sólo mereció el juramento contenido de un adolescente de mirada airada. Los demás quedamos sobrepasados por la magnitud de golpe, preguntándonos por la suerte de nuestro héroe. Fue el nuestro un momento de debilidad innoble, del que nos rescató, en un súbito despertar de gritos y ánimos encendidos, el contragolpe de Perico. Aquellos instantes memorables no impidieron la certidumbre de la derrota final del campeón. Y con él, todos quedamos derrotados en nuestros asientos, envueltos en un silencio decepcionante, buscando en la llanura castellana el perfil imposible de un puerto largo y tortuoso, un puerto construido entre todos para Perico.

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