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Tribuna:ANTE EL PRÓXIMO COMITÉ FEDERAL DEL P.S.O.E
Tribuna
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El malestar de la cultura política

El ejercicio más recurrente de críticos y comentaristas en los últimos meses ha sido, sin duda, interpretar el 14-D como si de un oráculo se tratase. Éste puso de manifiesto una trama social amplia de descontento muy variado y difuso y un desfase entre la percepción que de los resultados de sus políticas tenía el Gobierno y el PSOE y la que tenía un buen número de ciudadanos. La consecuencia más ostensible de esta situación es el aumento del enfrentamiento del sindicato socialista con su partido y el Gobierno.En una situación como la descrita, es normal que el desconcierto cunda entre muchos seguidores socialistas. Mientras no nos desembaracemos de la maraña emocional, en la que el 14-D ha atrapado la vida política española, no seremos capaces de centramos en los problemas de los que aquel acontecimiento y sus circunstancias han sido síntomas. Todo el ruido y la versatilidad de la coyuntura actual no son más que diversas expresiones de las insuficiencias o del anacronismo de las respuestas de la política en relación con las demandas de una sociedad que se transforma vertiginosamente. España, en pocos años, ha pasado de ser un país centrado en sobrevivir como democracia a ser un país que ha resuelto sus desajustes más ancestrales. Su desarrollo se va situando poco a poco en una analogía esperanzadora con los países de su entorno. Al calor de una estabilidad política inusual, que ha concitado el asombro y el respeto de la unánime opinión internacional, los gobernantes socialistas, artífices de lo primero, han puesto el resto de su capital político al servicio del saneamiento de la economía, la capitalización de las empresas, el aumento de las inversiones y, en consecuencia, la generación de empleo. La sociedad española ha pasado de vivir atemorizada por los fantasmas del pasado a sentirse una sociedad abierta, con bastante dinamismo, económico, social y cultural, cuyas apetencias y reclamos morales son los de cualquier sociedad occidental.

Pero este proceso de cambio tiene su revés. Las posibilidades redistributivas del mismo no se han desplegado ni con la eficacia ni con la celeridad esperadas por un país que venía padeciendo más desigualdades que los de su entorno y que a las desigualdades heredadas tiene que sumar las que un proceso de crecimiento de esta naturaleza inevitablemente acarrea. Al grito de "modernizaos" le ha seguido el de "enriqueceos", innecesaria e irresponsablemente jaleado por algún gobernante, practicado por algún egregio ex gobernante y, sobre todo, coreado y fustigado a la vez por una opinión pública que estrena su libertad de expresión a golpe de sensacionalismo. Ese alarde de ostentación del dinero y de la diferencia, y ese exhibicionismo de determinados medios de comunicación, empeñados en convertir en portada permanente de la vida nacional el apareamiento de sexo, dinero y poder, han constituido una provocación fácilmente explotable por quien, como la UGT, gozando de predicamento político-moral, ha tomado la bandera de airear las insuficiencias y las cuentas pendientes del balance de la modernización.

A la desideologización, de la que ha alardeado el pragmatismo, y a las insuficiencias políticas del proceso de transformaciones ocurrido en España se ha respondido en los últimos meses con un rebrote de la vieja cultura política, que afronta la complejidad de los problemas del presente apelando a los principios y desinteresándose de los medios, y que se autosatisface denunciando la insuficiencia moral de cualquier estrategia racional y el fraude de toda transacción o compromiso. Esa desvalorización de la moral del compromiso aviva el hábito de idealizar los conflictos más que el interés en apaciguarlos o disolverlos. Por lo común, quienes comparten esta actitud no suelen plantearse ni las expectativas de éxito de sus proposiciones ni las consecuencias de las mismas. "Yo hablo", decía un eminente intelectual, "sólo para que los de abajo se solivianten".

El reino de los cielos

Frente a quienes proponen traernos ya el reino de los cielos y desterrar los males de la modemización capitalista, es preferible reclamar un proyecto razonable, cargado de buen sentido y no mucho más. No hace falta fustigar el amor propio, como diría Savater, sino estimular una moral pública creíble, que más que condenar el afán de promoción individual acostumbre a muchos ciudadanos a la idea de que un egoísmo bien entendido exige cooperación, aprecio por unas normas de convivencia democráticas y financiar entre todos la solidaridad.Todo el mundo está convencido de que cuando habla o actúa lo hace en nombre de la razón democrática; lo cierto es que la inmensa mayoría hemos forjado nuestra cultura política en contextos poco propicios al crecimiento de hábitos democráticos Eso explica que aún no estemo habituados a los presupuestos de una cultura propiamente democrática, a la idea de que a la complejidad de los problemas pueda responderse con la que difusa y una consigna genérica sino con propuestas solventes Información suficiente, acierta en la elección de los medios, evaluación de las consecuencias y conciencia de que hay que decidir en contextos de incertidum bre son condiciones exigibles cualquier estrategia acorde co una cultura política, democrática y racional. Quien asume ese talante no espera milagros de la acción política, ni cree que los problemas se resuelvan de la noche al día. Al reformismo de la cultura democrática le ocurre lo que a espíritu de Hegel, que sabe que su camino no es el atajo, sino el rodeo.

A estas alturas no caben pues, muchos equívocos en el diagnóstico del malestar de la cultura política española: o su proposiciones no son respuesta solventes por su anacronismo generalidad, o las que parece serlo, como a mi juicio son las de 31º Congreso del PSOE, han tenido una realización incompleta y efectos inconsecuentes, que le ha hecho perder credibilidad. La situación es, además, hoy, más compleja. Las resistencias y la maraña de lo real imbridan cualquier voluntad de cambio espectacular. Algunos de los que ahora se desentienden del proyecto socialista dan la impresión de no habérselo creído nunca del todo y algunos de los que dicen defenderlo con entusiasmo lo emplean más como envoltura que como compromiso práctico.

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Revalidar el reformismo

Lo que en las actuales circunstancias necesita el PSOE es revalidar su reformismo, impulsando de un modo más decidido el desarrollo de la cultura política que reclama las transformaciones sociales de España. Mayor aprecio, si cabe, por la legalidad democrática y celo por su cumplimiento, iniciativas inéditas para reforzar la democracia representativa y la centralidad del Parlamento y el despliegue de estrategias plausibles de cooperación son el remedio contra el verbalismo de cínicos y fundamentalistas.Para dispensar un futuro más venturoso a los dos primeros objetivos se requiere a estas alturas más coraje político que discursos sobre su conveniencia. Andan, sin embargo, las cosas más enrevesadas a la hora de acertar en las estrategias de cooperación, máxime cuando las insuficiencias del proyecto reformista en esta dimensión se viven como un conflicto interno entre socialistas. Por mucho que la dirección del partido despliegue toda su energía en evidenciar la bondad de su proyecto, por más que el Gobierno fuerce su voluntad en mejorar el rendimiento del mismo, implementando las políticas sociales, tengo el presentimiento de que la fortuna de dicho proyecto, la recuperación de su crédito, van en buena medida vinculadas al acierto que se tenga en desempantanar el conflicto interno y la cuestión sindical.

Ramón Vargas-Machaca Ortega es miembro del Comité Federal del PSOE y secretario del Congreso de los Diputados.

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