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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elpolvorín de Kosovo

LA DECLARACIÓN del estado de emergencia en Kosovo, ocupado ya por fuertes contingentes militares, es una prueba más de la impotencia del Gobierno yugoslavo para abordar la grave crisis irracional del país con métodos estrictamente políticos. Algunos dirigentes federales han hecho esfuerzos conciliadores, pero todo hace pensar que la presión del nacionalismo serbio, decidido a recortar los derechos que la Constitución reconoce a la región autónoma de Kosovo, está imponiendo la política menos adecuada para avanzar hacia una solución duradera. Lo cierto es que el recurso a la fuerza en Kosovo puede convertir Yugoslavia en un polvorín peligrosísimo.En noviembre pasado, el líder serbio Slobodan Milosevic convocó movilizaciones para imponer esa reducción de los derechos de Kosovo, pretensión que choca con una realidad objetiva: los albaneses representan el 90% de la población de la región. A finales de 1988, los albaneses de Kosovo salieron a la calle para defender a los dirigentes locales de la Liga de los Comunistas Kacusa Jasari y Azem VIasi, que Milosevic quería destituir. Éste impuso su criterio, lo que desencadenó la ola de protestas y huelgas del mes pasado para exigir la dimisión de los dirigentes proserbios colocados para sustituir a Jasari y VIasi. La dimisión de los nuevos dirigentes, como consecuencia de la amplitud de la protesta, abría la posibilidad de una solución política, pero se trata de una vía que a todas luces no quiere seguir el nacionalismo serbio que encabeza Milosevic.

Para la cohesión de la federación yugoslava es fundamental que los dirigentes de Serbia -la república más numerosa- sepan enfocar los problemas desde una visión yugoslava, superando consideraciones estrechamente nacionales. Slobodan Milosevic, que despertó esperanzas en un principio por su empuje renovador y crítico, no parece en estos momentos la persona adecuada. En las manifestaciones serbias promovidas por él se acusa a los albaneses de querer deshacer Yugoslavia, pero lo cierto es que lo que piden hoy los albaneses de Kosovo no es ni siquiera una reforma constitucional para reforzar su autonomía, sino simplemente que se respete la que ya tienen.

Yugoslavia vive momentos angustiosos. A la crisis económica y al fracaso del sistema socialista se agrega el desmoronamiento del modelo de Estado federal creado por Tito para encuadrar las relaciones -siempre conflictivas- entre las diversas nacionalidades de Yugoslavia. Tito había previsto que, junto a una fuerte descentralización en seis repúblicas federadas, la Liga de los Comunistas sería el órgano político unificador que aseguraría una política global. Desgraciadamente, como suele ocurrir con los regímenes políticos personalistas, el modelo raramente sobrevive a quien lo engendró.

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El problema no se reduce, en todo caso, a Kosovo. En Eslovenia y Croacia, la actitud serbia causa recelos y temores. Los eslovenos lo han dicho claramente, lo cual ha dado lugar a que aparezcan consignas contra Eslovenia en las manifestaciones nacionalistas de Serbia. Eslovenia es hoy la república donde la democratización avanza de verdad, con una Liga de los Comunistas que acepta el pluralismo político. En cambio, detrás del nacionalismo serbio se perfilan cada vez de manera más neta consignas y métodos que recuerdan el autoritarismo comunista de las peores épocas. Obviamente, no hay Yugoslavia sin Serbia ni contra Serbia. Pero, si no se produce una evolución hacia la racionalidad de los dirigentes de esa república, se agudizarán, como respuesta a su actitud nacionalista, las tendencias centrífugas en las otras repúblicas hasta extremos que podrían amenazar la existencia de Yugoslavia. Algo sumamente peligroso para la seguridad de Europa.

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