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La vida de Camille Claudel, festival artístico en París

En enero se edita en España el éxito de venta de Anne Delbée

Dentro de poco, y casi de la noche a la mañana, el público español empezará a saberlo todo sobre Camille Claudel y empezará también a sufrir con una historia penosa. Una vida que permaneció secreta durante mucho tiempo y que ahora, gracias a la sucesión, en París, de una obra de teatro, dos biografías, una película de tres horas y varias exposiciones, está inspirando a la sociedad francesa un gran festival de actos compensatorios. En enero se edita en España la versión castellana, traducida por Anna Moix, de la novela que Anne Delbée publicó en 1982 y de la que ha vendido 800.000 ejemplares.

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La operación de rescate de esta escultora, que fue hermana de Paul Claudel y discípula-amante de Rodin, empezó, en realidad, hace siete años, cuando Anne Delbée puso en escena una obra que había escrito junto con Jeanne Fayard: La femme. En el escenario estaba el cuerpo desnudo -Camille, escultora y escultura- de la actriz Pascaline Pointillart. La gente pasó por el teatro para espiar el desnudo, y poco más. Pero, después, la misma Anne Delbée publicó Camille Claudel en 1982. Lleva 800.000 ejemplares vendidos y 11 traducciones: la versión castellana -de Ana Moix- la editará Circe a partir de enero. Dos años después apareció otra versión -institucional (familia y psiquiatras)- de la vida de Camille, firmada por Jeanne-Marie Paris, nieta de Claudel.También en París puede verse, hasta el 8 de enero, una exposición sobre las obras de Camille Claudel en el Museo de Orsay. Y el 31 de enero se abrirá otra en la galería Odermatt-Cazeau. Por su parte, el Museo Rodin acaba de adjudicarle una sala de exhibición permanente: los guardias se preguntan por qué a la gente le gusta tanto ahora la escultura.

Historia novelada

¿Por qué, en efecto, tanta pasión? Hay en la historia de Camille Claudel una acumulación de elementos irresistibles: belleza, amor, genio, alcohol, celos (artísticos por un lado y, por otro, quizá incestuosos), religión, demencia, reclusión, olvido. Todo empezó en 1864 en Fere-en-Tardenois. Allí nació Camille, cuatro años antes que su hermano Paul. Su madre, que nunca la quiso, no se dejó seducir por las figuras que modelaba con cualquier montañita de fango que tuviera a mano. Su padre, que siempre la apoyó, le permitió asistir a las clases de Alfred Boucher, quien -vencido por su talento y sus arrestos de joven belleza-, la envió a ver a Rodin.

A los 17 años, Camille Claudel obligó a su familia a mudarse a París. En 1883 se convirtió en discípula de Rodin y, enseguida, también en su amante. Como Rodin vivía con Rose Beuret (de quien tenía un hijo y con quien se casaría mucho después), pasan temporadas juntos pero escondidos: en una casa abandonada del Boulevard Italie, en un castillo de Touraine. Delgada e indomable, conquista a medio, mundo, incluidos Edmond Goncourt, Mallarmé, Debussy, Jules Renard, Ibsen.

Rodin, fascinado, se deja influir por ella (muchos afirman que el halo sensual de las obras de aquella época delatan su relación con Camille) y también le pide que concluya esta o aquella escultura. Que esculpa un pie, un brazo, una nariz. La cuestión que apasiona ahora al público francés es saber cuántos pies y cuántas narices -y cuántas obras enteras- esculpió Camille para que Rodin los firmara.

Pero aquel momento, intenso y con tanto éxito, se fue acabando. Segura de que Rodin (que le llevaba 24 años) nunca abandonaría a Rose Beuret, y también de que a su lado sólo tenía, como escultora, un papel secundario, se alejó de él. Y perdió. A medida que pasan los años, Camille está cada vez más aislada, empobrecida, alcoholizada, gorda y convencida de que Rodin la espía para robarle ideas. Por eso trabaja de día y destruye de noche.

En 1913, para colmo, muere su padre, y su hermano -convertido al catolicismo- la interna en un sanatorio de Avignon. Vivió encerrada hasta su muerte, 30 años después. Ni su madre ni Rodin la visitaron nunca; Claudel, unas pocas veces. Cuando murió, en 1943, nadie asistió a su entierro.

Ahora, reencarnada en unas cuantas mujeres, va a ser difícil que alguien mire sus esculturas sustrayéndose al rico caldo de morbo con que han sido redescubiertas. De todos modos, esta resurrección le permite vengarse de Rodin: hacer que el mundo dude de que todos los pies y los codos -y todas las ideas- que ha firmado fueran realmente suyos.

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